En estos momentos de mi vida, he llegado a la conclusión de que quien te quiere siempre estará y que permanecer será la forma de decir te quiero. He ido por la vida cabizbaja y el cielo me ha parecido demasiado raro. Perdóname, me digo a mí misma en tono de súplica. Ojalá algún día pueda perdonarme por haberme quedado donde no pertenecía, donde me herían con su indiferencia y frialdad. Llegué a cortarme con una mirada al filo de la noche y la madrugada siguiente no supe qué hacer con mis heridas, sino lanzarme al precipicio del frío recuerdo.
Mi pasado, es una condena. Pero no toda la vida iré pidiendo perdón por lo que fui o hice. Porque todos tenemos pasado y valora a quien, incluso conociéndolo, se queda para decirte: está bien, yo también tengo uno. Y te abrace hasta que sientas que las costillas te van a estallar y que el mundo puede ser un lugar bonito para mirar. Sentir. Amar.
Hay más amores que vivir o llorar, más veranos en los que morir de risas o del algún palpitar, amigos que se acercan con una copa y te invitan a naufragar por el mundo, selvas que se esconden para que algún día las descubras. California. Momentos para recordar de viejo, canciones que arruinar con tu baile, fechas que marcar con una taquicardia. Manhattan.
No mires al ayer. Por más que quieras, no lo hagas. Duele. Siempre dolerá. Es mentira que uno olvida del todo. Hay golpes, sonrisas y lágrimas que te perseguirán toda la vida. No aceptes un amor que te quiera sin pasado. Mereces uno que te acepte con todo y cicatrices. Con todo y metidas de pata. Los tropezones son los que te impulsarán a ir más lejos y con gente que valdrá la pena.
Y, en la última jugada, te daré un beso. Tú decides si lo guardas o si quieres que mejoremos el beso. A ver, bésame. Yo sabré si me quedo o te dejo mi recuerdo.
Bueno, esta vez soy yo quien decide irse y esta vez va por mí.