Esteban daba grandes bocados a una hogaza de pan al mismo tiempo que desgarraba con los dientes una barra de cecina. El gusto de aquella carne seca no le recordaba a ningún animal que hubiera comido antes, pero el hambre que tenía le hacía ignorar su procedencia y engullirlo como si fuera el más sabroso manjar. Sobre la pequeña mesa, tenía una jarra de vino a la que daba pequeños sorbos para remojar su garganta y evitar que se quedase allí atascado lo que comía. Su espalda reposaba inquieta sobre el respaldo de su silla perfectamente orientada para poder vigilar al mismo tiempo la puerta de entrada a la espaciosa sala y la gran mesa donde se encontraba Damián. La tahurería en la que estaban se hallaba ubicada en la parte baja de Khronia y aunque la zona era peligrosa y poco transitada, era allí donde se jugaban los dineros y las pertenencias los vasallos de alcurnia, barones y señores acaudalados.
El joven observaba cómo Damián recogía los dados y los lanzaba sobre la mesa. Se comenzaba una nueva partida y los jugadores debían saber quién era el que empezaba.
—¡Quince!, un buen número para ser el primero —dijo Damián a sus oponentes.
—No tan rápido Damián —le contestó el jugador situado a su diestra mientras recogía los tres dados de encima de la mesa.
Con un ágil movimiento de manos, el viejo barón arrugado por la edad, sorprendió a todos cuando sacó diecisiete puntos.
—¡Y me ha faltado poco para sacar par de seises en los tres dados! —dijo riendo con la boca desdentada.
La sala donde jugaban se encontraba en aquellas horas del atardecer abarrotada de gente bebiendo y comiendo mientras disfrutaban de los juegos que les proporcionaba el tablajero. No todos ellos jugaban a los dados, algunos señores preferían apostar sus posesiones en juegos de tablas, que se hallaban apoyadas sobre una rica alfombra en el suelo, sentados los jugadores a su alrededor sobre confortables cojines de colores. El ruido de las fichas moviéndose por los tableros se unía a los secos golpes de los dados y a la algarabía general, llegando en algunos momentos a ocultar la entretenida melodía que se esforzaba en tocar un músico de vistoso atuendo con su laúd. El atento tablajero recorría las mesas, recogiendo los dados o los tableros que ya no se usaban, y los colocaba otra vez según fuese requerido por los allí presentes, mientras que su hijo recorría la sala sustituyendo las velas consumidas por otras nuevas en los múltiples candelabros que había sobre las mesas, las paredes y las bajas lámparas. El tablajero no quería que a sus clientes les faltase ni luz ni juego para mantenerlos allí toda la noche si fuese preciso, mientras su mujer y su hija repartían generosas jarras de vino y viandas al tiempo que se cobraban sus servicios.
Tras la tirada de los seis jugadores el viejo barón volvió a reír con ojos pícaros, por ser él el que tirase el primero en la nueva partida. Las apuestas habían ido aumentando a lo largo de la tarde y en aquel momento cada jugador debía poner sobre la mesa dos monedas de plata para poder participar. Sin apartar los ojos de la torre de doce relucientes monedas en el centro de la mesa, cogió dos dados con su huesuda mano y remojándose los labios con la lengua, los lanzó a la mesa siguiéndolos rápidamente con la mirada.
—Un par de treses... mmm, no me gusta, pero ese es mi azar.
Agitó su mano diestra con el dado que faltaba en el interior y lo lanzó bajo la atenta mirada del resto.
—Y un cinco... en total once —dijo contrariado el viejo.
Esteban giró la cabeza para mirar a la hija del tablajero, una chica entrada en carnes que aparentaba ser toda una mujer a pesar de su poca edad. Su prominente desarrollo hacía que ya luciera un escote tan abultado como el de su madre, lo que provocaba que los jugadores se distrajeran cuando ella pasaba a su lado o se inclinaba para servirles más bebida. El tablajero era consciente de las miradas libidinosas de los jugadores, pero sabedor de que las mujeres atraían más a los hombres a su tahurería, las dejaba pasear entre sus clientes con vistosos golpes de cadera. Si algún cliente quería algo más también podía ofrecerle algún lecho caliente con alguna de las chicas que tenía en la casa de lenocinio contigua y si algún cliente elegía a su hija, todo sería cuestión de negociar, pues al fin y al cabo su época de doncella había terminado hacía mucho tiempo ya.
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Valores y Reinos (Parte II) ©
FantasyAtaques cuerpo a cuerpo, cargas de caballería, asedios. ¡Es la guerra! La rebelión orca se extiende por doquier, provocando el caos y poniendo en peligro la supervivencia del reino oscuro de Khron. Roque, Reo, Bénim y Bertrán deberán defender la pri...