Obliviate

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Minerva McGonagall y Dougal McGregor de "Harry Potter" pertenecen a JK. Rowling. 


Una taza de humeante té estaba junto a un montón de ensayos de transformación con la temática de los animagos. Y eso solo era una parte de las tareas que tenía que revisar y asignar calificación, ya que faltaban las de los demás grados. Y eso que relativamente llevaba pocos años impartiendo clases.

Una vida dedicada a la enseñanza, los triunfos de sus alumnos eran un orgullo para ella, y sus fracasos un incentivo para ser mejor profesora e impulsarlos a seguir adelante. A pesar de mostrarse dura e insensible durante las clases, en ocasiones no podía ocultarlo, y su orgullo se asomaba.

¿Eso era lo que sentiría una madre? Pues ella se sentía así. Años atrás el pensamiento de tener hijos propios la había atormentado, pero las alegrías que le causaba observar las caras maravilladas de sus alumnos al contemplar las manifestaciones mágicas al hacer un delicado movimiento de varita desvanecieron esos pensamientos. Porque esa era una de las cosas que más adoraba: la magia. Vivía de ella y por ella.

Allí, en su despacho frente a su escritorio, recordó brevemente, la llegada de la carta de admisión al mundo al que pertenecía, su estadía en el colegio, sus exámenes, la graduación...y Dougal McGregor.

Fue inevitable llegar a ese recuerdo, que se había preocupado tanto en enterrar en el fondo de su memoria, ya que no había tenido el corazón para pedirle a Albus que le hiciera un Obliviate. Pero cada que ese joven rostro masculino llegaba a su mente, una gran presión oprimía su pecho, y provocaba que sus ojos se aguaran. No era muy seguido, pero por ello, las pocas veces que lo recordaba eran como si una bludger la golpeara.

Necesitaba aire, salir un momento del encierro del castillo, así que tomo su capa y entre llamas verdes de la chimenea apareció en Las Tres Escobas.

─Hola Minerva, que bueno verte por aquí─la saludo Rosmerta, que limpiaba la barra-una tacita de alhelí ¿correcto?

─Muchas gracias Rosmerta, pero me temo que solo necesitaba la chimenea, tal vez al rato regrese.

─No hay problema, fue agradable verte

─Gracias, hasta luego─dijo la animaga saliendo del local. Camino unos pasos más, sin rumbo, cuando decidió aparecerse en Caithness, la localidad donde nació, pero además en el campo donde Dougal, el muggle que le robo el corazón, le propuso matrimonio. ¿En qué demonios estaba pensando cuando decidió ir allí?

Se sentía rara, ese no era su comportamiento habitual, no era impulsiva, si no que era totalmente racional, tenía todo bajo control, aunque no siempre fue así. Hubo un momento en que se guio por su corazón, en vez de seguir la razón, en que sus expectativas eran tener una feliz familia junto a un hombre al que pensó amar. Pero ello implicaba dejar la magia, echar por la borda todo lo que había aprendido en el colegio y que había atesorado en su cerebro, esconder su varita y pretender ser una persona que no era ella. ¿Cómo pretender ir en contra de su propia naturaleza?

Amaba a sus padres, pero no quería experimentar como propia la situación de su madre; fue suficiente el dolor que sentía al verla tratando de encajar en la sociedad muggle, pese al amor y aceptación de su padre. No iba a repetirse la historia, por ello, decidió romper su compromiso. Ella no pertenecía a ese mundo, ni él tenía cabida en el de ella.

Pero aun así dolía demasiado. Parada en la mitad del campo observo los árboles y cuanto la rodeaba, ¿Cuántas primaveras habían pasado desde entonces? ¿Cuántas cosechas había visto ese campo desde que se fue de allí? Recordando el poco tiempo que paso junto a Douglas, las bromas, las peleas, lloro, lloro por un futuro inexistente, uno que nunca fue, a su lado.

ObliviateWhere stories live. Discover now