1. Kiki Bongo.

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Este invierno esta por acabar, al igual que la vida como universitaria, eso quiere decir que de aquí en adelante contará como el periodo de mi vida que prácticamente no sé cómo llevar.
Para todo el mundo existe el tiempo, las ganas y el derecho de opinar de cómo debe ser tu vida para ingresar a la universidad, además de decirte como llevar tu carrera por un buen camino, pero nadie te dice que hacer después de ese periodo. En la familia puedes encontrar a estas personas, como también puede ser un caos y ellos saben nada de ti, como te desempeñas y que tipo de persona eres realmente con los demás; otros que llegan al punto de solo preguntar cómo van tus calificaciones y con eso están y se sienten bien con ellos mismos y su labor como padres, hermano u otro individuo de tu núcleo familiar, es mi caso.

La universidad terminó sin novedades y el camino a no poder manejar mi vida comenzó en verano del 2016, cuando estaba en último año de la carrera.
Aquel verano, lo pasé trabajando en Kiki Bongo, un bar ubicado en la playa en la que suelo pasar mis vacaciones todos los años, lugar le pertenece a Ximena Kindelan, madre soltera de mellizos de mi edad que se encargan del arriendo de tablas de surf y kayaks. Normalmente Kiki vive en busca del "amor", pero mientras se divierte con hombres con quien hacerlo.

Uno de los días con más calurosos del verano fue antes de Navidad. No mucha gente se encontraba en la playa, ya que la mayoría aún hacia sus compras navideñas en la ciudad, a unos 40 minutos de aquí. Cuando el termómetro marcaba treinta y cuatro grados y solo había una pareja en el bar, pude ver como llegaba un hombre de traje a la orilla del mar, llevaba sus zapatos en la mano y el pantalón recogido. Lo observé por unos minutos mientras se sentaba en la arena y se quitaba la chaqueta.

Disculpa – di un respingo al incorporarme – ¿nos traes otra ronda? y la cuenta, por favor – retiré los vasos de la mesa de la pareja para preparar los siguientes; él seguía allí cuando les llevé la cuenta y los tragos.

Ya no quedaba nadie en el bar y había dejado todo limpio cuando la pareja se retiró. Me senté en la barra junto al ventilador a esperar que apareciera alguien. El hombre de traje, seguía ahí en la orilla y tenía toda mi atención, trataba de disimular que lo observaba mirando hacia otro lado cuando comenzó a quitarse la camisa, se desordenó el cabello al ponerse de pie y quedar en bóxer para meterse al agua. No sé qué estaba pensando y antes de que él se girara dentro del mar y notara mi presencia, salté de la mesa y me escabullí detrás de la barra sin éxito al botar los vasos recién lavados que tenía a un costado. Recogí los vasos de la arena y los volví a lavar.

–¿Que tal tu día Bee? – Era Gael, uno de los hijos de Kiki.

–Ahora todo el mundo me llama Becca, creo que eres el único que aún me llama como en el kínder garden – dije sonriendo, aliviada. – el día va terrible, no me decido aún si es por el calor o la clientela.

Ya veo, son las fiestas – dijo sonriente y pasando tras la barra para sacar una cerveza – he venido para dar una vuelta en tabla ¿te animas?

Gael y yo siempre hemos tenido esa relación de amigos bastante extraña, él es un caballero desde que éramos compañeros en escuela, me cuidaba y me consolaba cuando las chicas me hacían la vida imposible, pero nunca fuimos nada más que amigos, éramos muy amigos para llegar a ser algo más que eso. Llegamos a besarnos muchas veces en fiestas y cuando terminaban las vacaciones, la mayoría de las veces bajo los efectos del alcohol.

Fuimos al muelle por su tabla de stand up paddle, sacamos los remos y volvimos a la playa para meternos al agua. El hombre de traje ya no estaba ahí. Gael ya no llevaba camiseta y dejaba al descubierto su abdomen trabajado durante todo el año. Me invadió la vergüenza por ir en traje de baño a su lado, subí a la parte delantera de la tabla y me senté rápidamente, haciendo que toda la tabla se balancease. Él se quedó de pie sobre la tabla y comenzó a remar.

Mi madre dijo que estás por terminar tu carrera – comentó.

- ¡Si! Es emocionante pensar que este año que viene es el último.

Hablamos todo lo que quedaba de la tarde mientras remábamos, cuando el sol que comenzó a bajar, pasamos por unas rocas son el mar estaba más calmado y podíamos ver la puesta del sol; allí estaba en una de las rocas de la orilla, el hombre del traje, mirando hacia nosotros. Cuando cruzamos la mirada él sonrió y no pude evitar ponerme nerviosa ¡lo había espiado casi todo el día! ¿y si él no había notado?

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****¡Ya llevo más de 10 capítulos! Es de lectura rápida y cada vez se pone mejor.

Ciegamente AhogadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora