Lara
Giro sobre mi cama y me abrazo a la almohada. No sé que hora es, tampoco me interesa, sólo sé que no voy a salir en todo el día de esta cama, salvo para comer o ir al baño. Llegue casi a las doce de la noche a casa —mis padres me echaron la bronca por llegar tan tarde —, cansada y con ganas de meterme en la cama y dormir durante un día entero. No recuerdo mucho de lo que pasó ayer, sé que bebí mucho, me encontré con amigos y gente conocida, además de conocer a gente nueva, y también me hice fotos con todo el que nos hablaba; luego, están los pequeños y borrosos recuerdos que no consigo saber si son reales o mi mente, bañada en alcohol, los inventó. ¿Me lié ayer con alguien?
El tono de llamada de mi móvil —Havana, de Camila Cabello, algo antigua, pero me encanta —me advierte de que alguien me está llamando, pero lo ignoro y me concentro en seguir durmiendo. De nuevo vuelve a sonar y cuando veo que se trata de Adrián, ruedo los ojos y le cuelgo, no me apetece hablar con él, ni con nadie, solo quiero dormir, ¿tan difícil es de entender? Pues, al parecer, sí, porqué continúa insistiendo hasta que decido cogerle la llamada.
—¡¿Cómo te atreves a colgarme, pedazo de guarra?! —espeta, de manera muy dramática, Adrián al otro lado.
Ruedo los ojos. Doy gracias de que el alcohol, por mucho que ingiera, no me produce resaca o, de lo contrario, le habría colgado de nuevo nada más decir la primera palabra.
—Buenos días a ti también, querido amigo —saludo con sarcasmo.
—No te me pongas sarcástica, maldita perra —me dice ya más calmado.
Suelto un bufido y me tumbo de nuevo en mi cómoda cama.
—¿Has llamado por algo importante o solo para insultarme, ano escocido? —inquiero antes de soltar un bostezo.
Para nosotros ya es algo normal el insultarnos, siempre y cuando sea desde el cariño y el respeto; ambos sabemos que ninguno lo dice enserio.
—Sabía que no tenía que contarte eso —susurra y podría jurar que está negando con la cabeza.
Suelto una carcajada. Recuerdo cuando íbamos de camino a clase hace menos de una semana y me contó que había tenido una terrible diarrea, la cual le había tenido todo el finde semana metido en el baño, alimentándose a base de arroz blanco y bebiendo nada más que agua; y, aparte de todo eso, también le había quedado un horrible escozor en esa zona, el cual se pasaba únicamente aplicando vaselina. Me dio pena, por supuesto, yo también he sufrido de diarrea y es lo peor —más a él, que le entra cada dos por tres —, pero no puedo evitar aprovecharlo para cachondearme un poco de él.
—Te quiero, imbécil —le digo sumamente divertida, olvidándome por un momento de mi cansancio.
—Y yo a ti, tonta —me responde y yo sonrío.
—¿Y para qué me llamas? —inquiero confusa, a la par que intrigada — Que sepas qué me has despertado.
—Lo siento, cariño —se disculpa, poniendo voz de niño pequeño —. Y te llamo porque me he acordado de que tú, cuando llegaste del baño, dijiste que tenías algo que decir, pero vinieron —. Hace una pausa, supongo que pensando —..., bueno, no me acuerdo —dice finalmente y ambos reímos —. El caso es qué tú tenías que decirnos algo.
—Espera que piensa —le indico y escucho al otro lado un sonido que me advierte que me ha escuchado.
«¿Qué pasó ayer?». Lo pienso durante unos segundos. Mentalmente recreo el recorrido que hice al baño, buscando aquello tan importante que vi o hice, pero no encuentro nada. Sé que me encontré con unos amigos, los cuales me dieron un poco de sus bebidas, a pesar de que yo tenía en la mano un vaso grande, y me quedé un rato hablando con ellos. Después de eso recuerdo encontrarme con unas compañeras de clase con las que me hice fotos y más tarde... Lo vi. Sí, lo recuerdo, le vi con una chica, a la cual tenía agarrada por la cintura y le susurraba cosas al oído; recuerdo mi vista nublada por las lágrimas y lo rápido que caminé hacia los baños, con la intención de entrar en ellos y ponerme a llorar. Pero, ¿después?
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No me crees falsas ilusiones, gilipollas #3
Teen Fiction«Una excusa, un cobarde y falsas ilusiones. La combinación perfecta para romper un ingenuo corazón» Sonreí falsamente, con la vista puesta en el blanquecino techo, al darme cuenta que ese mensaje era la triste excusa de un cobarde para decirme...