Capítulo 2: Una fría despedida

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Una explosión desveló a la chica que dormía sumida en una pesadilla. Sarah despertó envuelta en sudor y temblando. Salió de su cama y bajo corriendo hasta el salón. Su madre hablaba con un hombre que Sarah no había visto antes. Elisabeth la vio y la invitó a sentarse sobre su regazo como cuando era pequeña. Se abrazó a su madre medio adormilada y escuchó algunas partes de la conversación intentando no quedarse dormida.

-Matt, ella es muy joven para algo así –dijo su madre ligeramente alarmada.

-Lo sé pero Peter lo dejó bien claro, ella es la única que posee el poder suficiente –explicó el hombre.

-¿Qué poder tiene Sarah para ser tan importante? Es solo una cría –susurró Elisabeth.

-Eso es algo que desconozco Elisabeth –reconoció Matt-. Tendrá que descubrirlo ella misma.

Sarah se movió sobre Elisabeth y dieron por finalizada la conversación. El hombre se fue tras despedirse de Elisabeth y las dos se quedaron a solas. La mujer zarandeó suavemente a su hija hasta que pareció reaccionar.

-Vamos, tenemos que irnos –musitó al oído de Sarah.

-¿Qué? –respondió la chica de golpe-. ¿A dónde vamos?

-Lejos de aquí, a un lugar seguro –contestó Elisabeth tranquilamente-. Pero antes de irnos tengo que arreglar algunas cosas.

Sarah reconoció aquella expresión en el rostro de su madre; estaba planeando algo serio. Elisabeth la cogió del brazo y la arrastró hasta el monovolumen. No tenía fuerzas para replicar así que se dejó llevar.

Durante el viaje vio los destrozos por toda la ciudad; apenas quedaban edificios en pie, los árboles se tambaleaban antes de caer y decenas de cadáveres yacían en el suelo. Sarah se obligó a apartar la mirada, ver todo aquello le daba náuseas. Pasaron junto al parque West y Sarah miró por la ventana en búsqueda de Percy y Giselle, pero no vio a ninguno de los dos.

Llegaron hasta un gran rascacielos de cristal y Elisabeth le pidió a Sarah que se quedase en el coche. Pero Sarah no tenía la menor intención de quedarse allí sentada. Intentó abrir la puerta, pero por desgracia Elisabeth la había cerrado. Golpeó el cristal con fuerza esperanzada de que alguien la escuchara. Por mucho que sacudía el cristal no conseguía hacer nada. Y de repente se congeló. No solo el cristal, todo el coche se había congelado. Apretó suavemente el crital y se rompió en pedazos. Salió del coche por la ventana intentando ignorar los cortes que se había hecho y vio a la persona que la había ayudado. Era la chica sobre la que se había caído el día anterior cuando la explosión. La niña se dio la vuelta y Sarah vio sus ojos blancos; ladeó la cabeza en señal de gratitud y la niña sonrió amablemente antes de desaparecer en una esquina. Sarah se dio cuenta entonces de que a su alrededor todo estaba congelado, desde el suelo hasta los enormes rascacielos. No disponía de tiempo para aquello así que entró en el edificio rompiendo una de las cristaleras. Todo se había congelado en el interior, incluso las personas. En ese momento se dio cuenta de algo. ¿Por qué todo había quedado en aquel estado excepto ella? Carecía de sentido que fuese la única inmune a aquel poder. O tal vez era que la niña simplemente no quería hacerle daño.

Pasó junto a las estatuas de hielo y rozó la cara de un hombre bastante joven que había sufrido el poder de la cría. Sus ojos reflejaban miedo, como si hubiesen sido capaces de prever segundos antes lo que iba a ocurrir. Llegó hasta las escaleras y subió con cuidado hasta la última planta; la única que no había sido completamente cubierta por el hielo. Escuchó gritos procedentes de la sala del fondo y se agachó tras la puerta para escuchar lo que decían; reconoció la voz nerviosa de su madre y otra de un hombre (probablemente de unos cuarenta años).

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