Venir al hospital probablemente es la cosa menos favorita del mundo. Cuando tienes una vida proactiva, llena de metas, proyectos y triunfos, te imaginas que siempre va a ser de la misma manera, que siempre tendrás las energías para patinar sobre una pista de hielo, ante un jurado y muchos espectadores. Y que les digo de todas las metas que puedes plantearte, algunos quieren ser maestros, contadores, abogados, científicos, o en mi caso una gran patinadora sobre hielo. Pero, no todo es infinito y nada te garantiza que cumplirás todos tus sueños. En ocasiones (cómo la mía) te detectan el linfoma no Hodgkin agresivo. Un cáncer muy poco común, según lo que me explicaron los médicos (o al menos trataron de hacerlo) mis glóbulos blancos crecen descontrolados, y me afectó con mucha fuerza porque tenía las defensas muy bajas. Llevo tres años con la misma enfermedad, y desde que me la detectaron solo ando de hospital en hospital. Supongo que para una niña de doce años es muy difícil asimilar que tiene cáncer y que su vida está en una máquina de tiempo.
Los hospitales son horribles, aunque en un hospital infantil las cosas pueden ser más amenas, saben, hay un doctor que podría fácilmente ser mi ídolo, siempre trata de sacarnos una sonrisa cuando más lo necesitamos, se viste de súper héroe constantemente, para demostrarnos que cualquier lucha es posible. Pero lógicamente, crecí y me trasladaron de hospital, ahora estoy en uno como cualquier otro. Paredes blancas y solas, doctores en bata blanca y poco carismáticos. El Doctor Casas era el encargado de mí, tenía un aspecto muy serio, pero era buen médico dentro la palabra, en ocasiones extraño al doctor del hospital infantil. El doctor Casas me tomó el pulso y checó mi expediente médico, Por su cara, supongo que no eran buenas noticias, pero se abstenía de contarme las malas noticias, solo me decía "Todo va bien Diana" pero ¿Saben una cosa? nada iba bien. El doctor le hizo un gesto a mi madre para que salieran al pasillo, ella era una señora de treinta años, aunque por el cansancio y las ojeras se veía de cuarenta. Una mujer sencilla, morena y con un corazón enorme, inquebrantable, dispuesta a darme toda su fe para que el cáncer desapareciera, así que aunque yo sepa que todo está mal, finjo que no lo sé para no alarmarla. La habitación tenía una enorme ventana, por donde veía pasar a muchos doctores o enfermeras. Pero ahora llamó mi atención una señora que llevaba a una chica más o menos de mi edad en silla de ruedas. La chica tenía un hermoso cabello rojizo, que brillaba con mucha intensidad, me sonrió y siguió su camino.
Mi madre tardo mucho tiempo en regresar, yo comenzaba a aburrirme, me levante de la cama y me dispuse a caminar. Pensándolo bien, a pesar de todo el tiempo que llevo en este lugar jamás he dado una caminata por el hospital, siempre me ha gustado estar en la privacidad de la habitación leyendo un libro la mayoría de las veces, no considere mala idea salir al jardín. Por todos lados a donde que voltees se ve la tristeza y la desdicha. Este es un hospital privado con estándares de excelencia muy altos, la gente que está interna aquí probablemente tiene problemas de salud muy graves.
El jardín era muy bonito y grande, a pesar de estar en un hospital, daba tranquilidad, al menos a mí me daba paz. Se oía un breve canto de pajaritos que estaban en los frondosos árboles. Me senté en el césped, miré al cielo. Inmediatamente pensé en mí, en mi vida, y en todo lo que probablemente me va a pasar en los próximos días. Mi madre dice que no debo de pensar en todo lo malo que me rodea, piensa que debo de tener siempre una sonrisa en el rostro, dice que mi estado de ánimo influye mucho en mi recuperación, pero... ¿Les cuento algo? Mi vida se desmorono desde que no volví a pisar una pista de hielo. Fue una de las cosas más duras que tuve que afrontar, perdí una competencia nacional por culpa del cáncer, hasta ahora, el cáncer me lo ha arrebatado todo, mis triunfos, mi pista y mis ganas de seguir. Ahora que veo el cielo limpio y puro no puedo evitar recordar esas tardes con mi papá, siempre solíamos tirarnos en el jardín de la casa y contemplar el cielo, tratando de encontrarle una figura coherente a las nubes, siempre era él quien encontraba más siluetas, yo era malísima para eso, pero también lo disfrutaba. Ya no lo hacemos más y es otra cosa que le debo al cáncer.
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Mi camino
Short StoryEsta vez vengo a contarles mi historia. Probablemente les parezca repetitiva, pues hay cientos de autores con una historia como esta, pero dejando atrás todo eso, vengo a contarles todo desde el corazón, porque esta es mía, la viví y la sufrí, la hi...