La niña que fue, es y será.

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El sol acariciaba con sus rayos las puntas afiladas de cada uno de los pastos del jardín, el viento hacía mover la delgada cortina blanca de la habitación; el gato negro se desperezaba entre los pies de Lila, todo parecía ser normal, un día ordinario y común como los de siempre. Sin embargo, la chica se sentía diferente, extraña, desconocida. No sabía cómo había llegado hasta esa cama y cómo es que ni recordaba tener un gato negro. 

La jovencita de más o menos 14 años, se sentó lentamente en la cama observando el relajado y encantador ambiente que la rodeaba. No estaba asustada, se veía serena y paciente. Su cabello rubio y con rulos al estilo "Ricitos de Oro" le llegaba hasta dos centímetros por debajo de los hombros y se encontraba algo desordenado; sus ojos, celestes como el cielo, permitían percibir un casi encubierto desconcierto. 

Dudó de hacerlo, pero finalmente se levantó de la cama y lenta en su andar logró llegar hasta la puerta de la pequeña habitación color pastel, se decidió y salió. En frente podía observar el final de un pasillo muy estrecho y oscuro; sus paredes eran de un color verde apagado y las baldosas del suelo parecían de un estilo colonial. 

La niña siguió su camino a paso lento, y cada vez se acercaba más a esa pared final. Pudo percatarse, mientras caminaba, que a su lado había un viejo y roto espejo. Con una sensación algo extraña, y sentimientos de entre temor y ansiedad, no lo dudó, giró frenéticamente su cabeza y posó sus ojos, fijos a los pedazos de vidrio roto pegados en la pared. 

Sí, definitivamente era ella. Su cabello, sus ojos, su boca, y hasta ese microscópico lunar que tenía por encima del labio. La chica del reflejo era ella, pero a la vez no. Se veía como ella, pero no se sentía como ella. Había algo en la "niña reflejo" que hacía que a Lila se le erizara el vello de la nuca. Era como mirar su propio déjà vu.

Algo confundida, decidió regresar a su habitación y recostarse. 

Mientras le faltaban tan solo dos pasos para subirse a su cama, pudo divisar a los lejos un aparato algo extraño. Una especie de juguete. Era un rectángulo algo grande de madera que tenía escrito el abecedario de principio a fin y justo por debajo de cada letra se encontraba un cuadrado con un determinado relieve. Recordó haber visto uno de esos en la casa de su amiga Marta. Marta era ciega y ese juguete era un obsequio de sus abuelos para su cumpleaños número 5 en 1983;  lo sabía porque lo tenía grabado a un costado. Sin embargo, este "juguete" no era de Marta, a pesar de que se parecía bastante. Lila giró el gran objeto de madera y pudo apenas leer un nombre, algo borroneado pero era legible. L-I-L-A.

Entonces, le pertenecía a ella? Por qué esa cosa sería de ella, si no era ciega? Aun peor, cómo es que no recordaba tener eso en su habitación? Cómo es que se sentía desorientada en su propia casa y hasta en su propio cuerpo? Todo era extraño, casi tanto que daban ganas de que fuera una terrible pesadilla de la que se pudiera despertar con tan sólo unas gotas de agua fría en la cara.

Mientras intentaba acomodar esas ideas algo irracionales en su cabeza, notó que el gato la miraba. Tenía una expresión chistosa, algo divertida, como si estuviese disfrutando de la confusión de Lila. Pestañeaba lento y cada tanto se lamía la pata trasera. De pronto, cortando ese ambiente tan sereno, un trueno asustó al gato, y también a Lila.

La chica se acercó a la ventana y notó que nubes en degradés de grises se acercaban cada vez más. Las gotas de lluvia comenzaban a oirse caer fuertemente en el techo de chapa.

Lila se quedó varios segundos con la mirada fija en las rejas de la entrada principal que podían divisarse por la ventana de su habitación. Nada estaba fuera de lo común, todo parecía ser normal. No había mucho movimiento, y la mañana estaba silenciosa. Serían aproximadamente las 7 de la mañana. La tormenta se avecinaba y el viento empezaba a hacer ruidos como de leves silbidos .

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