VI: Una vida por otra

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Aclaración: la imagen no me pertenece, créditos a su respectivo autor/a. 


El primero de mayo sería un día que todos recordarían.

—Va a nacer —vociferó desesperado Yuuri, saliendo de la habitación con una manta teñida en rojo y una expresión de incertidumbre.

En la alcoba, Viktor se hallaba recostado bocarriba con los ojos desorbitados y las contracciones estremeciéndolo de dolor. A pesar de que sufría, sabía que su momento había llegado. Su hijo iba a conocer ese mundo y descubriría la belleza de los reinos cuando creciera.

Gritó tan fuerte como sus pulmones se lo permitieron y de su interior emergió la figura diminuta de un bebé. En su mente sólo podía insultar a su esposo por haberlo dejado para buscar ayuda, pero sería lo mejor. Si él no estaba, podría descansar tranquilo y sin preocupación alguna; podría irse en paz.

Suspiró y parpadeó un par de veces. La luz de la recámara comenzaba a desvanecerse, no escuchaba el llanto de su hijo y no sabía si estaba vivo. Quería abrazarlo, quería levantarse para sostenerlo entre sus manos y besarlo, quería decirle al oído que no debía angustiarse; todo iba de acuerdo con el plan.

Las puertas se abrieron rápidamente y Ulysses ingresó con Yuuri, ambos con un rostro lleno de confusión y sufrimiento remarcado en sus facciones. La escena que encontraban era roja; la sangre se esparcía en las sábanas como una laguna que succionaba la vida de su dueño, el bebé estaba tendido debajo de las piernas flexionadas de su padre y sólo se percibía el sonido de un corazón. ¿De quién?

—¡Viktor! —habló el ángel, echándose a correr hacia la cama—. Viktor, no te atrevas.

El ser mágico se arrodilló en el borde del colchón y agarró la cabeza del menor, colocándola en su regazo. Acarició los mechones húmedos y empapados de sudor que resbalaban en la frente del príncipe de Snowland y posó sus dedos en las mejillas pálidas del contrario. La temperatura era más fría de lo normal y continuaba descendiendo.

—Tú no me dijiste —bramó Ulysses, reprochándole porque era lo que podía hacer—. ¿Por qué?

—Uno a cambio de otro —susurró Viktor con una voz quebrada y a punto de desaparecer—, ése era el trato.

—¡No con tu vida! —bufó, aferrándose a los pocos segundos que le quedaban con su preciado niño agonizando.

—Está... hecho —balbuceó. Su pecho se elevó una vez más antes de detenerse y un jadeo escapó de su garganta, anunciando su muerte.

El brillo de su mirada se extinguió y las lágrimas del ángel cayeron en dos grandes cascadas. Entonces, un grito desgarrador se oyó en el palacio. El grito de un hombre herido y despedazado. El lamento de un hombre que lo había tenido todo y ahora tenía nada. Sus manos sólo sujetaban eso por lo que él hubiera entregado su alma.

Cinco años después.

-n-

Yuuri Katsuki atravesaba el campo de rosas a zancadas, persiguiendo a un travieso de cabellos grises que brincaba sin importar que fuera peligroso. El pequeño recogía los pétalos marchitos de las flores porque eran sus favoritos y los coleccionaba en una caja especial; la caja de sus recuerdos y que nadie tocaba.

El sol en Krasys radiaba en su esplendor y los rayos de luz intensa eran molestosos cuando un padre fastidiado correteaba su hijo. Llevaba casi dos horas a ese ritmo y no había modo o poder humano que calmara la energía que emanaba del menor. Necesitaba ocuparse de sus deberes como rey, pero también quería consentir a su príncipe y simplemente era difícil lidiar con la vigorosidad de un niño en su cumpleaños número cinco.

Reyes del invierno #PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora