III
386a
I. -Bien -concluí-. Tales son, según parece, las cosas relativas a los dioses que pueden o no escuchar desde su niñez los que deban honrar más tarde a la divinidad y a sus progenitores y tener en no pequeño aprecio sus mutuas relaciones de amistad.
-Sí -dijo-, y creo acertadas nuestras normas.
b
-Ahora bien, ¿qué hacer para que sean valientes? ¿No les diremos acaso cosas tales que les induzcan a no temer en absoluto a la muerte? ¿O piensas tal vez que puede ser valeroso quien sienta en su ánimo ese temor?
-¡No, por
Zeus!
-exclamó.
-¿Pues qué? Quien crea que existe el
Hades
y que es terrible, ¿podrá no temer a la muerte y preferirla en las batallas a la derrota y servidumbre?
-En modo alguno.
c
-Me parece, pues, necesario que vigilemos también a los que se dedican a contar esta clase de fábulas y que les roguemos que no denigren tan sin consideración todo lo del
Hades,
sino que lo alaben, pues lo que dicen actualmente ni es verdad ni beneficia a los que han de necesitar valor el día de mañana.
-Es necesario, sí -asintió.
-Borraremos, pues -dije yo-, empezando por los versos siguientes, todos los similares a ellos:
Yo más querría ser siervo en el campo
de cualquier labrador sin
caudal y
de corta despensa
que reinar sobre todos los muertos que allá fenecieron
.
O bien:
d
Y a inmortales
y
humanos la lóbrega casa tremenda
se mostrara que incluso en los dioses espanto produce
.
O bien:
¡Ay de mí! Por lo visto en el
Hades
perduran el alma y la
imagen por más que privadas de mente se encuentren
.
O esto otro:
...conservar la razón, rodeado de sombras errantes
.
O
bien:
Y el alma sus miembros dejó
y
se fue al
Hades
volando
y llorando su sino
y
la fuerza y hombría perdidas
.
387a
O aquello otro de