V

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I. -Tal es, pues, la clase de ciudad y de constitución que yo califico de buena y recta y tal la clase de hombre; ahora bien, si éste es bueno, serán malos yviciosos los demás ti­pos de organización política o de disposición del carác­ter de las almas individuales, pudiendo esta su maldad revestir cuatro formas distintas.

-¿Cuáles son esas formas? -preguntó.

b

Y yo iba a enumerarlas una por una, según el orden en que me parecían nacer unas de otras, cuando Polemarco, que estaba sentado algo lejos de Adimanto, extendió el brazo, y cogiéndole de la parte superior del manto, por junto al hombro, lo atrajo a sí e, inclinado hacia él, le dijo al oído unas palabras de las que no pudimos entender más que lo siguiente: -¿Lo dejamos entonces o qué hace­mos?

-De ningún modo -respondió Adimanto hablando ya en voz alta.

Entonces yo: -¿Qué es eso -pregunté- que no vais a dejar vosotros?

c

-A ti -contestó.

-Pero ¿por qué razón? -pregunté.

-Nos parece -contestó- que flaqueas e intentas sus­traer y no tratar todo un aspecto y no el menos impor­tante, de la cuestión: crees, por lo visto, que no adverti­mos cuán a la ligera lo has tocado, diciendo, en lo relativo a mujeres e hijos, que nadie ignora cómo las cosas de los amigos han de ser comunes

-¿Yno estoy en lo cierto, Adimanto? -dije.

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d

-Sí -respondió-. Pero esa certidumbre necesita tam­bién, como lo demás, de alguna aclaración que nos mues­tre en qué consiste tal comunidad. Pues ésta puede ser de muchas maneras. No pases por alto, pues, aquella a la cual tú te refieres; porque, en lo que a nosotros respecta, hace ya tiempo que venimos esperando y pensando que ibas a decir algo sobre cómo será la procreación de descendien­tes, la educación de éstos una vez nacidos y, en una pala­bra, esa comunidad de mujeres e hijos que dices. Consi­deramos, en efecto, que es grande, mejor dicho, capital la importancia de que en una sociedad vaya esto bien o mal. Por eso, viendo que pasas a otro tipo de constitución sin haber definido suficientemente este punto, hemos decidi­do, como acabas de oír, no dejarte mientras no hayas tra­tado todo esto del mismo modo que lo demás.

-Pues bien -dijo Glaucón-, consideradme también a mí como votante de ese acuerdo.

-No lo dudes -dijo Trasímaco-; ten entendido, Sócra­tes, que esta nuestra decisión es unánime.

b

II. -¡Qué acción la vuestra -exclamé- al echaros de ese modo sobre mí! ¡Qué discusión volvéis a promover, como en un principio, acerca de la ciudad! Yo estaba tan conten­to por haber salido ya de este punto y me alegraba de que lo hubieseis dejado pasar aceptando mis palabras de en­tonces; y ahora queréis volver a él sin saber qué enjambre de cuestiones levantáis con ello. Yo sí que lo preveía y por eso lo di de lado entonces, para que no nos diera tanto quehacer.

-¿Pues qué? -dijo Trasímaco-. ¿Crees que éstos han venido aquí a fundir oro o a escuchar una discusión

?

-Sí -asentí-, una discusión mesurada.

c

-Pero para las personas sensatas -dijo Glaucón-, no hay, Sócrates, otra medida que limite la audición de tales debates sino la vida entera

.

No te preocupes, pues, por nosotros; y en cuanto a ti, en modo alguno desistas de decir lo que te parece sobre las preguntas que te hacemos: explica qué clase de comunidad se establecerá entre nuestros guardianes

La República-Platón ("Derecho Romano")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora