Hacia la libertad

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Era una noche fría de invierno, y tenía que sacar la basura. El reloj recién marcaba las ocho y media de la noche, y la basura la recogían a las nueve, como todos los días. Me asomé por la ventana de mi departamento en el segundo piso, no había nadie en la calle. El edificio solamente tenía tres pisos, cada uno con dos departamentos. El mío era lo suficientemente grande como para dos personas, pero hasta el momento vivía sola.

Tomé la pesada bolsa blanca con los desechos de una semana, tenía que empezar a acostumbrarme a sacar un poco de basura todos los días. Al salir, una fuerte ventisca voló mi gorro de pana negro, tiré las bolsas dentro del gran cesto y corrí, corrí hasta que choqué con un gran cuerpo que no vi venir. Una de sus manos rodeó mi cuerpo y me giró para que no pudiera verlo a la cara, en esa mano estaba mi sombrero. Con la otra que tenía libre tapó mi boca. Me había agarrado fuertemente, sin que pudiera moverme.

- Haz todo lo que te digo.- dijo con una voz gruesa. Moví mi cabeza asintiendo.- Llévame a tu departamento, mantén la boca cerrada y nada malo te pasará. ¿Sabes que estoy armado? – Mientras procesaba toda la información, e intentaba recordar en donde tenía los ahorros del último mes, lo guié hasta el ascensor. Había liberado su mano de mi cara, pero todavía me sujetaba por la cintura, no tenía intención de soltarme.

- ¿Por qué robas? – pregunté antes de entrar en el ascensor, sabiendo que podría matarme por haber hablado. Sin embargo, no respondió a mi pregunta como esperaba, solamente soltó un bufido. Lo miré fijo, llevaba una especie de gorro de lana, que cubría su rostro completamente. Me paré frente a él, apreciando el profundo color caramelo de sus ojos. Éstos estaban llenos de amargura, dolor y extrañamente había algo más, había un alma buena. Las puertas del ascensor se abrieron. Estaba realmente anonadada frente a lo que acababa de descubrir: Él no era malo.

Llegamos a mi departamento, él mismo se encargó de desconectar mi teléfono de línea y de cerrar con llave la puerta. Me soltó de una vez por todas. Estaba inmóvil frente a él. Los segundos pasaron lentamente hasta que se decidió a hablar. Estaba realmente incómodo, y cada vez me convencía más de que él no era esa clase de persona.

- ¿Traerás el dinero o también tengo que escoltarte? – preguntó firme. Levanté una de mis cejas, esta situación me daba ganas de reírme. Debería de llorar porque se llevaría mis ahorros, pero por otro lado tenía un plan para evitarlo.

- ¿Seguro que quieres el dinero? ¿Solamente eso quieres? – Pregunté acercándome a su oído - ¿Ninguna pieza de oro o diamantes?

- Tráeme el dinero. – dijo titubeando. Era hora de actuar, respiré profundo esperando que todo saliera bien. Caminé con paso decidido hacia el baño, la llave de la puerta de entrada parecía que pesaba más que un kilo de fruta, miré hacia atrás. Sus ojos se fijaron en mi mano, fracciones de segundos más tarde, en la llave que caía al inodoro, y otra vez en mi mano presionando el botón. La llave se había ido. - ¿¡Qué has hecho!? – preguntó agitado producto del trayecto que había corrido antes de acorralarme contra la fría pared de azulejos blancos.

- ¡Deja de hablar con preguntas! Sé que este no eres tú, no te tengo miedo. Suéltame. – le supliqué mirándolo fijamente a sus ojos para que entendiera que no iba a funcionar su actitud ruda conmigo. - ¿Vas a soltarme? Si me matas entrarías a un callejón sin salida, y sin retorno.

- Bien, listo. ¿Contenta? Eres libre, no te robaré pero déjame ir. – dijo soltándome de aquella especie de jaula entre la pared y su cuerpo bien formado. Le quité la tela que cubría su rostro tan rápido que me observó alarmado. Era joven, su piel extremadamente lisa y suave hacía juego con su cabello negro y corto, y sus ojos color caramelo.

- Cómo verás, acabo de tirar la llave y no vamos a poder salir hasta mañana cuando el conserje venga a buscar unos papeles. Tienes el sillón del comedor para dormir, seguro es mucho mejor que un banco en el parque. No te preocupes por mí, no voy a denunciarte. Sé que no eres malo. Y mi nombre es Olive – Inmediatamente me fui a mi habitación, mi estómago gruñó y me recordó que no había comido nada desde el mediodía. De puntillas de pié y sin hacer ruido alguno llegué a la cocina buscando en el refrigerador algún resto de comida.

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