Inseparables

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 - Esto está mal... - Volvió a susurrar nervioso por la situación en la que quedó enredado, y no fue su culpa sino por la de su acompañante.

 - Ya cállate ¿Quieres? - Susurró su hermano en el mismo tono ya irritado de las quejas del contrario. Con una seña de manos siguieron corriendo agachados y con cautela. 

 Pasaron atentos por la cocina hasta llegar a un pasillo con cuatro puertas, más adelante por el mismo camino  podías encontrar el marco de una puerta y esta misma tirada en el suelo, rota por su antigüedad. Miraron el vestíbulo, lleno de polvo, escombros y alguna que otra gota de sangre seca de hace más de quince años. Se miraron entre si y con una sonrisa caminaron a las puertas principales, mas no pudieron avanzar ni unos cuantos pasos siendo interrumpidos por el sonar de otros ajenos a los suyos. Esperando lo peor se escondieron tras la demolida escalera cerca de ellos.

  Tratando de regular sus respiraciones y de no hacer un solo ruido, prestaron total atención al caminar de la otra persona. Unos lentos y sonoros pasos se hicieron escucha, acercándose al paradero de los muchachos. Ambos sentían su ritmo cardíaco elevarse y un, en cierta parte doloroso, nudo en la garganta. Escuchando cómo se acercaba decidieron, con una simple mirada, moverse del lugar hasta quedar escondidos al costado de la escalera. Suspiraron aliviados al notar que la persona había entrado al anterior nombrado pasillo. Ahora sí, asegurándose de no encontrar otra sorpresa, ambos salieron del lugar para correr por un sendero casi escondido entre el bosque.

 - ¡Lo logramos! - Exclamó el mayor de los gemelos.

 - No festejes de antemano - Dijo sin parar de correr - Sino llegamos lo más rápido posible al pueblo él nos alcanzará y sabes lo que pasará.

 - No le temo a las malas consecuencias - Dijo con una sonrisa orgullosa de su supuesta valentía que el menor sabía que se ablandaba a la hora de enfrentar a los mayores.

 - ¿"Malas consecuencias"? Son catastróficas consecuencias -Corrigió aterrado de los miles de castigos que podrían darle por escapar, y sobre todo a un lugar tan peligroso como era el pueblo - Ay Dios mío ¿Por qué te sigo en todo? - Se lamentó tirando de su cabello frustrado.

 - Te diré dos cosas; uno, porque me amas y dos, no te tires del pelo - Dejó de lado su tono burlón para dejar uno serio- Ya hablamos de eso.

 El menor simplemente se mantuvo callado sin querer iniciar otra discusión. Los hermanos eran gemelos, exactamente iguales físicamente. Pero era fácil identificar cual es cual con solo escucharlos, con solo mirarlos a los ojos. Stanley, el mayor, llevaba una voz alegre, optimista y orgullosa; el brillo en sus ojos lo definía como una persona fascinada por la aventura, bromista, rebelde y vivaz. Mientras que William, el menor, su forma de ser era mas compleja; calmado, correcto, analítico e inteligente. Pero lo que lo hacía "especial" era que tenía ataques de nerviosismo ante una situación inesperada; se jalaba el cabello, se rascaba partes del cuerpo infligiéndose dolor a si mismo (El cual no lo sentía hasta después), solía desconfiar muy fácil de todo. Él era una persona de la cual el resto tenía que estar pendiente, y eso Stanley lo sabía.

  Aún así, a pesar de lo delicado que podría ser su hermano menor, Stanley nunca lo dejó de lado cuando hacía sus fechorías. El mayor siempre se preocupó por el menor, siempre lo cuidó y siempre lo arrastró a todos sus problemas. Como era de esperarse, esto último era la causa de la mayoría de sus ataques pero William siempre se sintió agradecido por su hermano, agradecido de no dejarlo de lado, de no darle un trato especial, como sus padres le daban, y al mismo tiempo estar consiente de su situación.

 Por otro lado Stanley bien sabía qué era lo que más lo ponía nervioso y lo que no. También sabía cómo calmarlo ante un ataque de nerviosismo. Lo abrazaba y le acariciaba el pelo mientras le tarareaba en el oído una de las tantas canciones que les tocaba en piano su madre antes de irse a dormir o citaba las más significativas frases que decía su padre a la hora de contarles un cuento cuando eran niños.

 Pero Wiliam no se quedaba atrás, su hermano mayor logró conseguir el mal humor de su padre,  eso mezclado con su intrepidez no era bueno para el igual humor del mayor. Porque Stanley hacía lo que quería y si no lo dejaban lo hacía igual, claro está que eso frustraba las ideas de su padre para conseguir respeto. El mayor odiaba estar castigado, no hablaba con nadie cuando se enojaba, evitaba al resto y los trataba con indiferencia y frialdad. Y William era el único que lo podía calmar ante uno de sus arrebatos de ira, solo él lograba mantenerlo calma, como si el simple echo de el menor estando ahí lo ayudara a pensar claramente y respirar con control.

 Eran hermanos que se necesitaba el uno al otro, no había más que decir. Eran inseparables.



Otro Cliché - 2° TemporadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora