Sátira en prosa

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Yo no soy escritor. Cliché barato para los letrados, bajo en reputación. Apodo burlón para los que fluyen a manera de texto en este mundo pendejo. Versos, prosa, rimas, contemporaneidad, pura mierda que gustan llamar
escritura. Papel, tinta, ideas, palabras y soledad, pero siempre más soledad que poesía. Más pasión que ilusión. Más arte que papel. Más amor que tinta. Más ser que palabras. Más escrito que lo leído. Más y menos. Escritor de lo ya escrito. Escritor de cabeza seca, escritor de muchas pero tan pocas palabras. Vagas, vanas, coquetas y tiernas. Escritor, eso qué quiere y no puede. Eso que suena imponente ante el vacío existencial del hombre olvidado por la vida. Eso que parcha con miel y estrofas el corazón del lector estúpido sensible. Escritor, qué gran birria es esa. Y uno aquí, manoseado por la locura, dejando que sea ella la que haga de mi arte una perra en oración. Cortesana de palabras. Yo no soy escritor, no hace falta mancharme con tal estupidez y mover mis cabellos con aires de grandeza. No soy escritor por los actos simultáneos que hacen mis manos y mi pensar. No soy escritor, es demasiado ofensivo para el orgullo travieso que se divierte escondiéndose entre mis puntos y comas. Escritor no. Esclavo de la rima y un sabroso ritmo, tal vez. Yo no soy escritor porque las letras nacen y mueren en mí. Yo no hago literatura. Yo soy literatura. Soy de todo menos escritor. Filósofos, poetas, psicoanalistas y cuentistas, todos son iguales, pendejadas que prometen mucho, que son mucho. Son poco. Son nada cuando se les deja de leer con esa afición de "cultura general" y elegancia que se cree desbordar por las yemas de los dedos que sostienen un libro de porquería ya viejo, un libro tan vacío como el pensar extinto en las cabezas modernas. Escribir, escribir, borrar, volver a escribir. Cagada entre líneas. Excremento hecho poema, sueños reflejados en verbos y adjetivos. ¡Maldita sea! Odio al escritor, pero como amo a aquel que escribe por escribir, como si el tiempo le fuera insuficiente y las palabras le sobraran. Odio al escritor que vive a base de ese estereotipo artístico y jamás se atreve a matar su propia escritura porque es más fácil publicar su trabajo, ser halagado con esa caca del Nobel para después ser un Dios literario reconocido, respetado y apreciado por la sociedad. Sociedad, sociedad, puta sociedad ingenua. Si alguien una vez se armo de valor para matar a Dios al filosofar, entonces yo me armo de valor y al escribir ésta vergüenza me transformo en asesino; ¡el Escritor ha muerto! Es momento de violar a esa puta que se pasea por las manos de aquellos que empuñan novelas, cuentos y textos. Es momento de vomitarle a esa zorra de la prosa. Es momento de que tomen su jodida pluma y hagan algo con eso que presumen dotar. Construyan, cuestionen, conviertan ese fulgor en exquisitos orgasmos literarios. Qué se escuche ese gemido poético, ese que arrulla el alma y excita las neuronas en putrefacción. Penetración lujuriosa a manera de palabra trazada, feroz, amorosa y obsesiva. Yo no soy escritor. Yo soy ese libro que otorga consuelo. Soy unos cuantos pensadores, de esos que te demuestran que no eres ni el pedo que sacaron en una victoriosa ida al baño. Soy el sazón que no debe faltar al novelar. Soy inspiración repentina. Soy aquel primer libro leído. Soy la frase de auto ayuda y motivación que se lee con el corazón machacado. Soy un cuento fallido, un poema con faltas de ortografía, una novela inconclusa, un escritorio abandonado. Soy toda esa mierda de hombres neuróticos refugiados en un acento. Amores, tragedias, sufrimientos, envidias, vanidades, caprichos y unos cosquilleos alegres.
Yo soy arte.
Yo soy letras.
Yo soy las tres mejores rimas jamás encontradas por aquellos que aman la tinta.
Yo soy el humanismo ya caducado en mis neuronas podridas.
Yo soy literatura.
Yo.
Soy.

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