Depresión.

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"Cada día siento que soy patético. Me digo a mi mismo que no es así... Pero no me lo creo.

Espero algún día poder creerme."

     De un salto llegué a aquel lugar relajante que tanto adoraba. Me encontraba en una plazoleta bastante alta, ya abandonada, junto a un parque que al igual que todo lo demás cercano, había sido reclamado por la naturaleza. De entre las grietas crecía hierba y de la tierra antes aplanada brotaban hermosas flores. El lugar estaba bien iluminado debido a la luna llena, cientos de estrellas del firmamento, las luces de la lejana ciudad, unas farolas cercanas que aún emitían algo de luz pese al deterioro y más a lo lejos aún, los destellos de algunos barcos que navegaban tranquilamente por el mar. Los grillos y el viento era lo único que se escuchaba aparte de alguna ocasional bocina de los barcos

     Con mi traje de héroe, me senté en unas escaleras de piedra a contemplar aquel precioso cielo estrellado, cuidando de que al sentarme no se manchase ni la capa a mi espalda ni la máscara que me había quitado y dejado apoyada a mi lado.

     Había estado todo el tiempo del día ayudando a personas en su vida cotidiana, algo que hacía muy a menudo. Daba igual que problema tuviese, yo sabía en todo momento como ayudar. No había miedo o tristeza que yo no supiese como hacer desaparecer en esas personas. Todas esas personas me alentaban y me decían que era el mejor. Me sentía Superman. Pensaba que nada podía pararme.

     Mientras disfrutaba de aquellos momentos, una sensación de culpa recorrió mi espalda. Los grillos dejaron de cantar, las farolas parpadearon, y el viento se arremolinó alrededor del lugar. Mi sombra se alargó varios metros en el suelo, empezando de ella a emanar humo negro y unos ruidos que no parecían de este mundo. Poco a poco una figura se alzó de ella como un muerto resucitado. El olor a azufre y a quemado se notaba en el ambiente, mientras que la humareda tapaba la visión y oscureció la noche más brillante que yo había visto jamás.

     Una risa grave que se mofaba de mi con superioridad y desprecio a partes iguales, como si yo no fuese más que un grano de arena en el desierto.

El humo se disipó para dar paso al ser más horrible conocido, al peor monstruo de todos:

Yo mismo.

     Me giré para verle. Su mirada era vacía, como abismos que absorbían la luz alrededor. Su pelo expulsaba azufre al ondear al viento, y su piel, al contrario que la mía, era oscura y agrietada, con cientos de cortes que quien sabe si fueron hechos por luchas o por sí mismo.

     Sonrió al verme. Yo no sabía cómo reaccionar. No era la primera vez que lo veía, ni la última. En cada momento de mi vida estaba ahí, acechando con aparecer, para surgir de entre lo peor cuando menos lo esperase. Con aquella mueca, empezó a vocalizar.

—Hola.

     Con solo una palabra, mi traje se agrietó, mi máscara se hizo polvo que se llevó el viento, y mi capa quedó hecha jirones. Su gravísima y ronca voz era peor que la de un demonio, con la potencia de cientos de órganos eclesiásticos formando una orquesta infernal. Sus palabras me dejaban sin fuerza mientras me atravesaban el alma. Temblando, no me atreví a decir nada.

—¿Héroe...? —Preguntó con gesto de repulsión—. ¡Mentiroso!

     Con esa acusación, todo mi traje se desvaneció. Dejándome completamente desnudo, sintiendo el frio de la noche sin la calidez de la luz.

     Raudo y veloz, me di media vuelta para intentar huir, ya fuese corriendo o de un salto, pero tras  girarme, mis brazos estaban esposados y mis piernas estaban ancladas al suelo con cadenas negras que poseían pinchos afilados que agujereaban y herían mi piel.

Minirelato 3: Depresión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora