Capítulo 4

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Acomodé el bolso en mi hombro, de mala manera, mientras caminaba con molestia por la acera. Murmuraba cosas sin sentido, apretando los labios al tratar de no perder los estribos. Amarré mi cabello en una coleta y acomodé en un lazo las cuerdas de mi abrigo largo que se sujetaban a mi cintura.

¡Definitivamente tengo que tomar clases de yoga o hacer un poco de kickboxing para poder canalizar toda esta mierda de energía! Tal vez conseguirme una escopeta sería más práctico y menos tedioso.

"En este momento solo eres otra dama de compañía más." Traté de imitar su voz, haciendo pequeñas muecas con mis labios. ¿Cómo es posible que sea tan idiota y tan machista? ¡Vivimos en el siglo veintiuno! ¡Donde las mujeres somos máquinas de trabajo al igual que ese orangután! ¡Pensamos! ¡Tenemos voz y voto! ¡Que le enseñaron sus padres! ¿¡A cazar brujas!? Tan decentes que se ven.

Resoplé.

Me planté, con los brazos cruzados sobre el pecho, detrás de un grupo de personas que esperaban pacientemente a un lado de la calle a que la señal diera en verde para poder cruzar la avenida sin riesgos. Solté un largo suspiro y luego froté mis brazos para darles calor. Seguía analizando sus palabras y entre más pensaba en ellas más inaudito se me hacía. ¡Había sido el colmo! ¿Como Caterina podía soportar esa actitud a diario?

Me estremecí.

Una gruesa mano me sostuvo del codo, logrando que instintivamente reaccionara a la defensiva al tratar de protegerme. El miedo causó que mi pecho se encogiera con un leve apretón.

Los ojos verdes de Alex se achicaron, me analizaron, y ahí estaba aquella mirada de arrepentimiento que había visto varias veces en mi vida adolescente y que al final del día no había significado nada. Miradas vacías, así como todas sus acciones. Con aquel carácter y vestimenta que normalmente lo caracterizaban.

—Déjame llevarte a casa, no te vayas de esa manera.-
Comentó por lo bajo sin despegar sus ojos de los míos.

—Ya no me necesitas más, y por lo visto puedo volver sola. -
Contraataque, intentando soltarme de su agarre.

—Marcella.

—Alexander.

Observé cómo su ceño se frunció y cómo poco a poco sus dedos se hacían menos firmes en mi brazo e intenté volver a respirar. Aquellas chispeantes luces en su mirada ahora se fijaban en el suelo bajo nuestros pies. La luz dio verde y el grupo de personas frente a mi comenzó la caminata. Lo miré por última vez, antes de dejarme llevar por la rabia. Zafé el brazo con fuerza y una vez liberada, mis tacones volvieron a repiquetear siguiendo a la manada.

Un claxon chillón dio varias advertencias antes de que me detuviera y sintiera mi cuerpo petrificado. Una motocicleta se acercaba prácticamente con la velocidad suficiente como para arroyarme con facilidad. Mi corta vida pasó ante mis ojos como un lento y deprimente cortometraje.

Una mano.

Un jalón.

Un pecho firme.

Una maldición.

Un grito por parte del conductor y personas curiosas que nos observaban.

—Te lo voy a pedir por última vez, Marcella, déjame llevarte a casa.-
Habló con los labios apretados.

Había cerrado mis ojos, no pudiendo evitar olfatear el perfume sumamente masculino y costoso que flotaba a mi alrededor, aturdiendo mis sentidos. Sentía que todo daba vueltas, por el tibio calor que arropaba a mi cuerpo. Sus brazos firmes se encontraban cubriendo mis costados, pegándome a su cuerpo de piedra mientras hacía varios pasos hacia atrás dejando a los demás continuar con el camino.

SUEÑOS OLVIDADOS © | SL #1 - COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora