Una nueva oportunidad

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Siguieron días de profunda incertidumbre. Por una parte sentía que no había  viajado tan lejos para devolverse con las manos vacías, pero al mismo tiempo no dejaban de resonarle las palabras de su propio padre en la memoria: "sé siempre honesto contigo y con los demás". 

Estela Montenegro, que hace poco había llegado al país, escuchó sus dubitaciones con profundo interés.

- A vos lo que te falta es una cuota de realidad - de dijo, categórica. - Conozco un chico de más o menos tu edad, cuyo padre también está ausente. Pero no sólo su padre: también su madre y sus hermanos. Y, es más, no sólo están ausentes: están muertos. ¿Y sabés qué les pasó? Un tipo como Blanco fue lo que les pasó. Vos andás llorando la cantinela de que te da pena dejar sin pega a la tal Sofía, mientras tu padre quizás en qué apuros anda. Dejáte de llorar y comportate como un hombre. Si no querés enamorar a la chica, allá vos. Pero la información tenés que sacarla.

Octavio, el chico del cual estaba hablando Estela, resultó ser particularmente útil. Parecía tener conocidos en todas partes y de todos los oficios, y así como sacaba un abogado de aquí, tenía un ladrón por acá. Su primera impresión de él fue contradictoria: por una parte, parecía un galán sacado de una revista de modas y por otra, un fervoroso agitador de masas, y del mismo modo que podía ser la persona más gentil del mundo, abundaban en su discurso la muerte y el odio. 

Fue él quien gestionó la entrada libre al edificio que habitaba Sofía y quien consiguió la llave maestra que abrió la puerta de su departamento. Él también fue quien le facilitó el software para hackear la contraseña de su laptop y robar las claves que necesitaba. Quería ser también él quien dejara micrófonos y cámaras por todo el departamento de Sofía, pero Sergei lo detuvo: no estaban ahí por ella. De mala gana, Octavio aceptó, pero Sergei sabía que él no aprobaba su indulgencia para con la chica. Se marcharon tranquilamente, tal como entraron, y no volvieron a verse hasta mucho tiempo después, cuando uno de esos abogados que él parecía sacar de debajo de la manga lo liberó de pasar una temporada en la cárcel. 

 Volvió a Chile con las manos vacías. Había pasado un año desde aquel episodio y aún no tenía rastros de su padre. De poco o nada le había servido la información robada; su progenitor era un pez verdaderamente escurridizo para cualquiera que intentase buscarlo. Sergei acabó por pensar que el único modo de volver a verle era relacionándose con las personas que él frecuentaría o haciéndose él mismo visible a través de la música. Y bajo esta premisa, volvió a tomar el violín y a ofrecer conciertos. Comenzó poco a poco a hacerse de nuevas amistades, incluyendo desde luego a Estela Montenegro, quien ya se había radicado en el país y hasta tenía una especie de romance con un juez.

Alguna vez visitó la provincia en la que habitaba Sofía con la esperanza de verla nuevamente, pero aquello nunca ocurrió. Peor aún; se enteró de que Octavio había sido el responsable de que Sofía perdiese la confianza de sus superiores, al enviar información que vinculaba directamente el robo de datos con las claves que sólo ella manejaba. 

Acabó por regresar a la capital y establecerse como conductor de la sinfónica local. Las tertulias de gente que se creía importante pasaron a ser su día a día, las horas de ensayo, las lecturas y las charlas con una persona y con otra, la búsqueda silenciosa y cada vez más desesperanzada fueron llenando sus horas de lluvia y de sol, y así fueron pasando los meses y los años hasta que una tarde lluviosa, en medio de una mediocre presentación de la ópera "Don Giovanni"  de Mozart,  ocurrió lo inesperado.

Sobre el palco, distraída con las peripecias de Don Juan, en su actitud tan propia de ser ajeno al mundo, estaba Sofía. Más hermosa de lo que la recordaba, tal vez porque los cinco años que habían transcurrido desde la última vez que se habían visto, le sentaban bien. Algo más de loba en su actitud solitaria, algo más de efigie en su cuerpo divino, algo más de belleza en su cabello largo, definitivamente imposible de abandonar con la mirada. Dejó de escuchar los comentarios de Estela sobre la mala actuación de los artistas de la ópera para dedicar su atención exclusivamente a ella y atiborrarse de preguntas ¿Cómo era posible que estuviera en la capital y que él no la hubiese visto antes?  ¿Sería prudente acercarse a ella? ¿Y si no volvía a verla nunca más? ¿Y si ella no quería verlo? ¿Sería prudente acercarse? ¿Sería prudente?

Entonces ella lo miró. Mantuvo la mirada por algunos segundos, pero luego miró hacia otra parte, como si no le hubiese reconocido. No podía ser casualidad. Al cabo de un rato volvió a mirarle, como tratando de reconocerle. Sólo entonces Sergei cayó en la cuenta que llevaba la cara semicubierta por una bufanda. Era ahora o nunca. 

Bajar la bufanda, ver su gesto de impresión y sentir como se abría una inevitable sonrisa de satisfacción en su propio rostro fue todo una misma cosa. Se quedó congelado un minuto que pareció eterno hasta que escuchó que la gente aplaudía y que las luces se encendían. Entonces la magia se quebró. Sofía dio la media vuelta y desapareció entre la gente, como huyendo de una aparición.

Ni siquiera lo pensó. Sin dar explicaciones de ningún tipo, dejó abandonada a Estela y se fue corriendo hacia la salida, topándose con un millón de personas que le obstaculizaban el paso, avanzando casi a empujones, temiendo en cada demora que ya no la alcanzaría a ver. Sin embargo, ahí estaba: de espaldas a él, de pie junto a la salida, como si no se decidiera a dar el siguiente paso.

Sergei tomó aire lo más silenciosamente que pudo y cerró los ojos con gratitud. Era una nueva oportunidad.

El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora