Jenny les anunció a mis padres aquel mismo día, a la vuelta de la playa, que Elizabeth Winters había tenido que partir precipitadamente a Southampton debido a un grave accidente familiar; por tal causa había pedido la baja laboral y se había despedido del servicio de Haughton Hall. Una sarta de mentiras muy creíble. A mis padres, por lo que sé, les entristeció mucho la noticia. En el breve espacio de tiempo que había estado trabajando para nuestra familia se había ganado el afecto tanto de mis padres como del resto del personal.
En lo que respecta a tu madre, nunca volvió a Alemania, ni aun acabada la guerra. Por el contrario, se quedó a vivir en la hornachuela escondida de la isla durante todo el tiempo que le fue posible. Iba a verla a diario, a llevarle comida, medicinas, regalos, ropa… ¡Podrás imaginarte! Yo la amaba profundamente. Éramos amigas, hermanas, amantes. Durante años estuvo habitando en aquella cabaña.
El resto de la historia ya lo conoces. Tú naciste allí, Tilly, y no sin dificultades. Jenny hizo que dos comadronas amigas suyas fuesen a la isla para atenderla durante el parto, pero no sin antes hacerles jurar que no abrirían la boca.
Pasó bastante tiempo, y mis padres, en un intento vano por reformarme, trataron de hacer que me casase con varios oficiales del ejército británico, entre ellos el hermano menor de Conrad Downes, Benedict, que había llegado a alférez por voluntad de sus progenitores, no por la suya. Supe que Benedict quiso ser violonchelista antes de que el capricho de sus padres le obligase a renunciar a sus sueños. Y cambió el violonchelo por el fusil, la creación por la destrucción. La muerte por la vida.
Por supuesto, me negué en rotundo a contraer matrimonio con unos y con otros. Yo quería a tu madre, y ella me quería a mí. No podíamos hacer otra cosa, salvo ocultarnos. El amor permitido es complicado de mantener, pero mantener el prohibido es misión suicida. Todo habría saltado por los aires si hubiésemos dicho una palabra de lo que sentíamos la una por la otra. Eran otros tiempos.
Cuando mis padres se jubilaron tuvieron a bien marcharse a una residencia de verano que teníamos en Hampstead; por consiguiente, yo me quedé en Haughton Hall como dueña y señora de sus cuatro paredes y de la finca.
Aún recuerdo la cara que pusiste cuando viste por primera vez Haughton Hall. Habías pasado los primeros nueve años de tu vida en una casita humilde, cerca y a la vez lejos de todas partes, aislada del mundo como si hubieras cometido un pecado que no recordases. Cada vez que recibíamos la visita de mis padres procurábamos esconderos a tu madre y a ti hasta que se marchaban. Eso ya lo sabes. De pequeña no hacías más que preguntar por qué había días que tu madre y tú permanecíais encerradas en la casita del jardín trasero. Era peligroso, pero aun así nunca nos descubrieron.
Durante los años de la guerra Haughton Hall y la isla de Portland se vieron amenazados en bastantes ocasiones; sin embargo, al terminar el conflicto armado en 1945 las cosas fueron lentamente a mejor.
Poco más me queda ya por añadir, mi pequeña Tilly. Tu madre por fin descansa y a mí me queda poco tiempo.
Ahora que soy vieja y estoy a un paso de la muerte me doy cuenta de que la vida no me ha tratado tan mal. Tu madre sufrió, y yo también, pero ya ves que, a veces, de la maldad brota el bien, y de la oscuridad nace la luz. Cuando tú naciste, ambas, Isabella y yo, supimos que eras la luz que nos faltaba en nuestras vidas.
No importa quién fue tu padre; no importa por qué fuiste engendrada; ya no importan las penurias por las que pasó Isabella cuando eras pequeña. Nada de eso importa ya.
En efecto, tal y como yo había imaginado, la isla de Portland fue mi propia Atlántida, porque allí, durante nueve años, estuvo mi mundo: tu madre y tú. Erais mi mundo, y siempre seréis mi mundo. Mis dos grandes pasiones. Los amores de mi vida. La guerra y el mar me los regalaron. Y nunca dejaré de agradecerlo.
Pero esto, cariño mío, muy pocos lo saben. Es nuestro gran secreto. El secreto de nuestra felicidad.
No se lo digas a nadie.
Siempre tu madre, que te quiere con locura,
Flavia
— FIN —
© Irene Sanz 2014
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No se lo digas a nadie
Historia CortaLa joven e independiente Flavia Haughton sale de paseo un día de agosto de 1940, días después de que los bombarderos de la Luftwaffe alemana comiencen sus ataques a Gran Bretaña. En las rocosas costas de la isla de Portland, Flavia encuentra a Isabe...