Capítulo 1

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De todos lo días malos que había tenido en mi corta vida, éste era el peor.

Estaba llegando tarde al cumpleaños de mi abuela, aún no había buscado los libros que necesitaba para la Facultad y parecía que se caía el cielo. Las tiendas habían cerrado en su mayoría. ¿Qué podía regalarle?

Mi presencia, claro está- pensé.

Para el colmo, hoy empezaba mi trabajo en la cafetería de mi hermana Giselle, ¿Por qué no era como ella? Responsable, puntual, organizada y etcétera, etcétera. No, yo era la oveja descarriada de la familia Mazzei. Un mal ejemplo a seguir, según mi madre. Aunque ella no entendía lo que era el destino o un día con mala suerte. Otra vez, mi teléfono sonaba a su causa.

-¿Cuándo pensas llegar, Margaret?-escuché. Odiaba cuando usaba mi segundo nombre, y ella lo sabía.

-En unos minutos-dije como pude.

-¡Apurate!-exclamó. Tanto que casi caigo de mi bicicleta.

La lluvia empezó a caer, pesada y como si fuera a cántaros.

Mi bicicleta no era de mucha ayuda en ése tipo de condiciones climáticas. Una idea brillante vino a mi mente. Buscaría pastelillos de pasada a la casa de mi abuela, ayer mi hermana me había dado una copia de la llave de su cafetería; comencé a andar más rápido en mi bicicleta. Mi ropa era un desastre a causa de la lluvia. Haberme puesto ropa de verano no había sido una gran idea.

Aceleré, las calles estaban desiertas ya que el agua no cesaba ni un minuto. Solo debía doblar en la esquina y buscar las cosas como Flash.

Entré en la tienda y en una caja coloqué seis cupcakes -que elegí específicamente- y la adorné con un listón de cinta rosada. Hice una tarjeta improvisada, sonreí satisfecha con el resultado y coloqué cuidadosamente la caja en una bolsa para que no se mojara.

Abrí la puerta para salir pero el salvaje viento me arrebató la perilla de la mano y la azotó hacia afuera. La desgracia fue que alguien cruzaba justo en ese momento, el destino es jodido. La puerta se estampó contra su cara de golpe, como si fuera el puño de un boxeador. Él hombre retrocedió con la mano en su nariz.

¡Lo que me faltaba!

Ah no, pero si mi día mejoraba a pasos enormes.

Abrí grande los ojos y mi boca se volvió una "o". Me quedé sin aire. Eso debía haber dolido.

-¡Disculpe, señor!-me apuré a ayudarlo. Era un hombre. Traía un saco para la lluvia con el cuello levantado, lentes de sol y una gorra.

¿Quién usa lentes de sol en un día nublado?

Sujeté su brazo al ver que estaba aturdido, lo ayudé hasta que entró en la cafetería. Acomodé una silla para que se sentara.

-Estoy bien-dijo, tenía voz de alguien joven. Intentó salir pero me sentía responsable.

-No, no-sujeté su brazo y lo senté en la silla-No puedo dejar que se vaya así.

Busqué el botiquín en la parte baja del mostrador y saqué el algodón. Su nariz comenzaba a sangrar. El golpe debió ser duro.

Le entregué un poco de algodón y se lo colocó donde le salía sangre.

-Auch-se quejó.

-Tu frente se está hinchando-dije y saqué su gorra. Él se quejó de dolor. Tenía un corte de cabello juvenil, incluso se me hacía conocido además estaba húmedo por la lluvia.

Corrí hasta la cocina y busqué algo frío. Pero no había hielo, era una cafetería. Saqué el paquete de crema de leche que estaba hecha hielo y la lleve hasta donde estaba.

Se lo coloqué donde empezaba a ponerse de un tono rosado. Me encargué de colocar suavemente mi mano en su rostro.

-Vas a estar bien-dije luego de mantener por diez minutos la crema helada en su rostro.

-Duele-dijo con voz ronca.

Él se quitó sus lentes y el oxígeno abandonó mi cuerpo.

Oh, mi Dios.

Grité, no sé muy bien si de alegría o del susto de haberle dado tremendo golpe a aquel que había golpeado mi corazón hace unos años.

-¡Joaquín Correa!-grité tanto que él se tapó los oídos con sus manos.

-Sí, sí; pero sobre que me golpeaste me queres dejar sordo-habló y reí.

Una adrenalina llenaba mi cuerpo, sentía los nervios ir de mis pies a mi cabeza a mil por hora.

Comencé a dar pequeños saltitos y a reír frenéticamente.

Él me miraba.

-Es que no puedo creerlo-mi sonrisa era amplia, y es que no podía quitarla.

-Yo tampoco-dijo.

-Vamos a tomarnos una selfie-saqué mi celular pero luego noté su cara toda golpeada-Tal vez no sea el momento ideal.

-Tal vez no-dijo obvio.

Guardé mi teléfono y me senté en la silla. Lo miré atenta, pero no hizo ninguna expresión.

-Ya debe haber bajado la hinchazón-hablé y bajé su mano que sostenía la crema fría en su cara.

Sus mejillas se pusieron rojas, ¿Acaso eso era también por el golpe?

-¿Y?-dijo.

-¿Y qué?-pregunté.

-¡¿Bajó o no?!-musitó impaciente.

-Ah, eso, no-negué con la cabeza.

Él suspiró. Y entonces el momento más incómodo de mi vida.

Sus ojos comenzaron a examinarme. Lentamente. Presioné mis labios. Avergonzada de mi fachada. Sentía sus ojos recorriendo mi cuerpo, y todo un hormigueo en mis manos y nuca.

-¿Qué hay ahí?-miró la caja sobre la mesa.

-Son cupcakes, que le llevaba a mi abuela-expliqué sacando la caja celeste de la bolsa.

-Podrías darme uno-recomendó-Por el golpe, al menos me sentiría mejor.

Pensé en mi abuela.

Abrí la caja y le extendí uno.

Unreal | Joaquín CorreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora