Capítulo 2

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Él sujetó el cupcake. Tomé uno con cobertura rosada y le di un pequeño mordisco. Me había dado hambre de tanta emoción.

Éste día había sido demasiado, incluso para mí.

—Por cierto, ¿Cómo te llamas?—dijo antes de comer el cupcake.

—Rena, en realidad, Macarena—miré mis manos.

—¿Trabajas acá?—preguntó mirando el interior del local.

—Hoy es mi primer día—recordé agotada.

—Si así vas a atender a los clientes... Creo que no te va a ir muy bien—bromeó y me sonrojé.

—Perdón, la corriente de aire fue muy fuerte y no pude—estaba hablando rápido, como cuando estaba nerviosa.

Pero él me interrumpió.

—Ya fue.

Su voz era mucho mejor en vivo. Él sonrió. Y yo también, pero con nerviosismo.

—¿Qué haces en Buenos Aires?—quise saber.

—Quería aprovechar las vacaciones para visitar a mi familia—dijo.

—Pensé que los jugadores gastaban su dinero en lugares exóticos y eso—confesé. Le extendí otro cupcake cuando vi que había terminado el anterior. Y yo también tomé uno.

—A veces hace falta conectarse con las raíces—aseguró, probando la cobertura de vainilla.

—O desconectarse—pensé en voz alta—en mi caso.

—¿Vivís con tus padres?—indagó y asentí—¿Cuántos años tenés?

—Diecinueve—lo miré y asintió.

—Sos re chiquita—opinó y arrugué mi entrecejo.

—Pero soy madura. Si eso sirve de algo—agregué y rio. Me moría comiendo cupcakes si reía así de nuevo.

—Sirve, sirve—dijo.

—¿Y vos no tendrías que estar en Tucumán?—comí la chispa de chocolate que decoraba el bocadillo en mi mano.

—Hace un tiempo mi madre compró una casa, y nos venimos acá en las vacaciones— explicó.

—Ah—mi teléfono vibró en mi bolsillo, pero lo ignoré—¿Y cuándo te vas?

—En un mes—respondió.

—Debe ser lindo viajar seguido ¿No?—hablé pensativa.

—Algo así, primero sí. Ahora como que ya me cansé— dijo—¿Te gusta la pastelería?

—¿Lo decís porque voy a empezar a trabajar acá?—dije y asintió— No, soy un cero a la izquierda. Pero no te imaginas el café que hago—exageré y rió.

—Voy a venir, cuando pueda—volvió a mirar el local.

—Vas a volver redondo a España—bromeé y reímos.

Ambos terminamos todos los bocadillos de la caja. Charlando sin apuro alguno, el cumpleaños de mi abuela había quedado en la historia. A veces lo miraba sin descaro, y es que era más lindo en persona, y no a través de una pantalla. Se había quitado el algodón de la nariz, mucho mejor.

Miré mi reloj de reojo y me asusté con la hora. ¡Dos horas y media hablando!

Seguro es un sueño, seguro.

—Ya es tarde—dije.

—Mi madre debe estar loca, fui a comprar unas pastillas para su dolor de muelas—miró la tableta de pastillas en su mano.

—Y el dolor te lo llevaste vos—dije y rió—con tremendo golpe.

—Ya me voy—dijo. Se puso de pie. Miré hacia afuera, la lluvia había calmado.

Lo acompañé hasta la puerta. Tenía ganas de pedirle mil fotos y autógrafos, pero no quería arruinar el momento.

Sos muy tonta Rena, no lo vas a volver a ver.

—Un placer conocerte, Rena—dijo sonriente.

—Igualmente, aunque yo ya te conocía—hablé.

No quería que se vaya, que pasara dos mil horas más hablando conmigo. Pero ¿Cómo podía hacer para que se quedara hablando conmigo? Con una completa desconocida.

—Nos vemos—se acercó para besar mi mejilla.

Mi alma cayó a mis pies. Su piel estaba tibia y era suave. Definitivamente, él era perfecto.

No me importaba haberme perdido el cumpleaños de mi abuela, ni los futuros regaños de mi madre.

Me sentía en las nubes; flotando entre angelitos con violines.

Salió por la puerta, su espalda fue lo último que vi antes de que la puerta de cristal de cerrara.

No le diste tu número, tonta.

Estaba por salir cuando lo vi a través de la puerta, sonreí, ya que él también estaba por abrir la puerta.

Empañé con mi aliento el vidrio de la puerta y escribí mi número con mi dedo índice.

Sonreí más cuando vi como le tomaba una foto a lo que había escrito.

Nuestros ojos se conectaron una última vez antes de que se fuera.

Unreal | Joaquín CorreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora