Alguien me estaba zarandeando cuando mis ojos empezaron a reaccionar y a abrirse.
― ¡Qué susto nos has dado Amaia!
Conseguí que estos se abriesen del todo y una gran luz los inundó, haciendo más difícil la visibilidad.
― Dale unos segundos para que consiga recobrar la conciencia del todo.
Mi cabeza había dejado de palpitar, levanté las manos hacia mis pesados ojos para frotarlos, aunque solo conseguí alzar una de las dos, la otra seguía atada al cabestrillo.
Cuando por fin conseguí que mis dos ojos transmitiesen información visual a mi cerebro, empecé a analizar la situación.
Me había desmayado nada más llegar, iba huyendo de los lobos, Mario nos había hecho pasar deprisa, el alemán me había cargado todo el camino, ¿algo más?
Me intenté incorporar en la camilla, pero dos fuertes brazos me lo impidieron.
― No deberías levantarte aún, estás muy débil ―parecía la voz de Georg, pero no podía asegurarme debido a que estaba a mis espaldas.
Estaba lo suficientemente puesta de morfina como para poder levantarme sin problemas, el dolor se había ido y podía respirar con normalidad sin que mi cabeza estallase.
― Yo que tú la dejaría hacer, no suele tener muy buen despertar.
Miré a Mario con los párpados entornados en señal de advertencia, no estaba muy de humor.
Conseguí que el gigante alemán se diese por vencido y me senté en el borde, mirando alrededor para conseguir recuperarme de la siesta que acababa de tener.
El sonido de una llamada entrante rompió el silencio de la sala, me giré para ver de qué móvil se trataba y como no podía ser de otra forma vi que era el mío el que estaba sonando.
Georg me lo alcanzó con una sonrisa de oreja a oreja.
― Parece importante, deberías de contestar.
Miré la pantalla para ver de quién se trataba, número oculto, de nuevo. Al tercer tono descolgué y atendí.
― Pensaba que habías vuelto a caer inconsciente y por eso no me cogías el teléfono ―se escuchó un suspiro larguísimo al otro lado de la línea.
― ¿Con quién estás Sergi? ― no iba a hablar con él a menos que se encontrase solo.
― Estoy delante del edificio en el que estás enclaustrada en estos momentos, ¿podrías preguntarle a Mario si a los familiares se nos permite visitarte?
Una gran carcajada salió de lo más profundo de mi ser, hacía mucho que necesitaba a alguien con quien hablar a parte de gente mayor o médicos, necesitaba a mi primo a mi lado en ese momento.
― Entra, te espero en la sala, no me voy a mover de aquí.
Colgué la llamada y me dirigí hacia mi fisioterapeuta.
― Mario, mi primo está subiendo en estos momentos, ¿molesta?
Él se giró con una ceja enarcada dándome a entender que era una pregunta estúpida.
― Vale, pero luego no te quejes si hacemos mucho ruido ― una gran sonrisa adornó mi rostro.
Sergi asomó la cabeza por la puerta para comprobar que todo estuviese en orden y acto seguido, sus grandes brazos estaban apresándome en un gran abrazo, demasiado fuerte para mi lastimado hombro.
― Creo que la estás apretando demasiado fuerte, no le hace bien a su hombro.
Mi primo dio un salto hacia atrás asustado, no se había dado cuenta de que había alguien más aparte de Mario y yo en aquella sala, pero cuando se dio cuenta de quién era, sus ojos se salieron por completo de su órbita y vi como empezaba a hiperventilar.
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¿El deporte lleva al amor? (EDITANDO)
Novela JuvenilEsta historia esta siendo editada desde el comienzo y antes de continuar con el final, debido a los fallos que había encontrado y al cambio de forma de escribir que se ha dado en mí durante la escritura de esta. Amaia, una chica de 16 años jugadora...