Un pequeño día nuestro III

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III. Un almuerzo especial

Lovino era un persona fácil de entender, a decir verdad; le gustaba la buena comida— en especial con tomate—, amaba estar en compañía de un Alfa español llamado Antonio— que nunca lo admitiría—, y odiaba, sin duda alguna, a los alemanes, o mejor dicho, aun alemán en particular: el Alfa de su hermano menor, Ludwig Beilschmidt.

Y Lovino aun siendo fácil de comprender, era impredecible— y bastante insistente, cuando se molestaba con deshacerse de algo—; así, que desquitarse con Ludwig, sin justificación, era un pasatiempo bastante particular; en otras palabras, solía intentar vengarse del Alfa, buscando alejarlo de su hermano, o simplemente hacerle ver a Feliciano, lo malvado que el alemán era— según él mismo Lovino, claro está—; o que lo estaba utilizando.

Ve, Fratello— dijo Feliciano feliz de ver a su hermano, y ayudándole a cocinar el almuerzo de esa tarde; el cual, su hermano mayor había insistido en hacer—, no tenías que hacer todo...tú estas de visita, ¡yo debo recibirte!— exclamó el menor, queriendo involucrarse más en la preparación de los platillos de esa tarde.

—No, está bien— negó nuevamente Lovino—, yo quiero prepararte algo, además que nunca le pones suficiente especias a las cosas; debe ser por culpa de ese bastardo come patatas.

—Pero Ludwig me ayuda mucho, hasta cocinamos juntos. — Se balanceo animado en su silla, queriendo que el Alfa regresara pronto, y pudieran comer juntos.

Claro que no podía permitir que Feliciano interviniera en su plan, uno que estaba seguro funcionaria esta vez; tan distraído estaba, disfrutando su supuesta victoria contra Ludwig, que no vio a su hermano menor, mover algunas cacerolas para poner otras al fuego, ni probar aquella comida, que tenía una sorpresa para el Alfa.

¿Por qué hay tantas cacerolas con los mismo? Se preguntó el Omega castaño; no le dio importancia, y sazono algunas cosas, dejando de lado que su hermano estaba riéndose solo en una esquina.

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Feliciano estaba aún más feliz que cuando recibió a su hermano esa mañana. Se lanzó a los brazos del Alfa, abrazándolo sin timidez alguna— y con Lovino mirándole con expresión sombría detrás—. Ambos permanecieron un rato en aquella posición; el Omega era alguien afectuoso por naturaleza.

Brüder te manda saludos, Feli— Sonrió gentilmente, intentando omitir que Lovino estaba de visita.

Grazie, cuando lo vayas a visitar otra vez, debería ir para saludar— comentó el Omega, tomando de la mano al Alfa, para dirigirlo al comedor—. ¡Ya está listo el almuerzo! ¡Te estábamos esperando!

Y así se sentaron; Ludwig estaba hambriento, así que no preguntó quién cocinó, como tampoco nadie lo menciono; algo, que hizo sonreír a Lovino, observando que tan desprevenido estaba el alemán con su plan; siendo esta, posiblemente la única ocasión , en que su venganza sería exitosa.

Feliciano lucia extasiado con la comida de Lovino, al igual que el Alfa. Ambos comían con enormes sonrisas, y miradas furtivas entre ellos. El otro italiano estaba con ganas de lanzarle su plato caliente a la cara del Alfa, pero decidió ser paciente, ya disfrutaría de cada minuto de agonía del rubio.

Disfruta mientras puedas, maldito bastardo patatas.

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A veces, hasta los planes más meticulosos, pueden salirse de las manos del responsable de ellos, por pequeños eventos, que parecen carecer de importancia. Lovino aprendió de ello de manera práctica, sin dejarle duda de cuan importantes pueden ser los más insignificantes detalles; como poner atención, a las cacerolas donde había puesto unas pequeñas, y en extremo raras, hierbas, que consiguió gracias a un raro Beta llamado Yao.

Y Lovino aprendería, a que nunca se puede descuidar un plan hasta verlo finalizado; una lección bien aprendida en su memoria, mientras se retorcía con un fuerte dolor de estómago. Juraría que también estaba alucinando, o Ludwig no debería verse tan lleno de energía, no tienes derecho a verte saludable, bastardo, pensaba Lovino.

Por cuestiones de practicidad, Ludwig tuvo que poner a ambos italianos en una habitación de la planta baja, adecuada para huéspedes— y que Lovino usaba en sus visitas—; aprovechando que había dos camas individuales, colocó a su Omega, quien también estaba sufriendo dolor de estómago en otra; Feliciano, era una víctima de daño colateral.

La hierba de Yao, solo causaba fuertes molestias estomacales, sin ser mortal; así que, Lovino y Feliciano, debían esperar un par de días para estar bien. Aunque, el mayor de los hermanos, no sabía si le dolía tanto el estómago por su sorpresa, o por su ira, contra él perfectamente saludable alemán.

—Lud, duele mucho— se quejó Feliciano, recibiendo un té de manzanilla de manos del Alfa.

—Solo debes descansar, el doctor dijo que no era nada grave— tranquilizó el rubio.

Lovino estaba mirando a la pared, negándose a tomar el té que Ludwig le dio, o cualquier cosa que este hubiera tocado; en su furia, intentaba descubrir, cómo fallo en su plan, uno tan bien planeado, y que no podía fallar—o eso seguía pensando Lovino—; no podía entender cómo resultó de esa manera.

Así pasó el fin de semana en cama, atribuyendo el dolor al odio que sentía por el Alfa, mientras intentaba decidir, qué tan enojado estaba con Ludwig; e inconsciente, de que Feliciano tuvo parte, en el fallo de su mejor plan hasta el momento.

En otra parte, Yao estaba pensando en que habrá utilizado aquel italiano malhumorado su mercancía.

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Otro pequeño relato :)

Espero les gustara ;)

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