La brisa de la noche, fría y llena de polvo de la calle, le entró en las narices. No lo pudo evitar y le soltó la mano al novio para rascarse a nariz, puntiaguda y rojiza. Aun atrapada en cuanto abrigo y bufanda que se encontró en la casa, el invierno lograba escabullirse adentro.
Después de mucho olfateo apresurado y frotadas de manos, sintió como el estornudo le subía por la garganta. Tragó saliva y respiró profundo. Pero eso no le sirvió, el estornudo seguía subiendo. Subía y subía, y no había quién lo parara.
Las tropas del invierno se acercaban; Las metralletas se alistaban, los tanques redoblaban el paso, y las tropas rezaban por salvación.
Y al fin llegó: un estornudo que asustó al novio y la hizo parar de caminar; tan fuerte que lo escuchó el señor que tomaba su café amargo al otro lado del vidrio de la ventana de la cafetería contigua. Bombas explotaban en sus narices, rifles se disparaban en su garganta, incendios en sus pulmones.
El novio, por educación y gentileza, respondió con un "salud" muy mundano, muy inadvertido del asalto del invierno.
Ella, ahí retorcida del golpe, sabía que ese no era el final, que esa no era la última batalla. La guerra no había terminado.
Y el segundo round empezó; la corriente gélida la tomó por las greñas y la alzó solo para arrojarla de nuevo con otro estruendo, si no más fuerte, igual de estentóreo.
Los cadáveres se empezaban a apilar en las trincheras; el llanto de un soldado por su hermano caído; el temblequeo del joven novato con su esperanza recién mutilada.
Y el novio, con cara de preocupación cómica, pronunció su "dinero" continuo al anterior ensalmo, con mofa cariñosa y con un poco más de atención.
Pero aún no terminaba; el último golpe fue el peor, irritándole la nariz y la garganta. Se reposó contra un poste de luz y se cubrió la garganta.
Ahora eran menos los que seguían en vehemencia bélica que los que habían pasado a mejor vida. Seguían los disparos por entre los aires; un grito de valor de un héroe. La cara paralizada de uno, quien seguía jalando el gatillo a pesar de saber muy bien qué trinchera tendría como tumba; a pesar de saber quién ganó la guerra.
El último no fue el más estruendoso, pero definitivamente si el peor. La dejó seca, respirando mal y con los ojos llorosos. Ella alzó su mirada, esperando oír el "amor" del novio, que valdría de certeza de que perdió.
Pero el novio no dijo nada; se acercó con una sonrisa pícara, y la besó breve pero apasionada y juguetonamente.
Se escuchó el sonido metálico del rifle cayendo al suelo. Los ojos se le desviaron al cielo, azul claro por entre lo que dejaba ver el humo. Una lágrima corrió mejilla abajo, mezclándose con sangre a su paso. Una sonrisa repentina se escapó mientras caía de rodillas al suelo. Un jadeo de victoria y una carcajada nerviosa.
Ella no recibió otra cosa diferente a lo que esperaba; el amor ganó al final...
O tal vez si ganó el frío, pues el próximo día ambos estuvieron en cama reposando, aliviando las heridas de la gripe; las heridas de la guerra contra el invierno.
