Implicancias

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Era extraño ver a Sergei junto a la orquesta, pero sin el violín en la mano. Desde que era conductor de la sinfónica no había vuelto a ofrecer un concierto como solista, pero de todos modos resultaba impresionante verlo. Ponía tanta pasión en la música que parecía una pieza musical más en ese baile de arcos y bronces que se mecía hacia un lado y otro al compás de la obra.

Sentada junto al resto del público, Sofía no pudo evitar recordar la primera vez que lo vio. No había cambiado mucho. Seguía siendo dueño de esa belleza atronadora que le costaba mirar de frente por mucho rato y, tal como aquella vez, seguía pareciéndole que se transfiguraba con la música. ¿Qué habría detrás de sus oscuros ojos azules? ¿Qué ocultaba? ¿Quién era realmente? ¿Por qué le parecía a veces que tras toda esa fachada de chico alegre había más tristeza de la que aparentaba?

Finalmente el concierto terminó y el público comenzó a retirarse. Tras bambalinas, tal como habían acordado, Sergei se detuvo a esperarla hasta que la vio aparecer tras una puerta. Fue inevitable; llevaba el mismo vestido rojo que tenía cuando la vio en la gala anual, de modo que la impresión lo golpeó igual que aquella vez. También ahora había acaparado la mirada de varios de sus colegas y nuevamente ella parecía no darse cuenta del efecto que provocaba en los hombres. Tuvo la tentación de ir por ella antes de que otro se la arrebatara, pero se contuvo, sólo para darse el gusto de que ella lo buscase entre la multitud. 

Al fin lo vio y ambos sonrieron de manera automática. Ella se acercó, caminando decididamente hacia él, y cuando estuvo cerca, le extendió la mano.

- Felicitaciones. Estuvo magnífico.

Sergei tomó su mano, aceptando el saludo con cortesía

- Gracias. Aunque esperaba una felicitación más efusiva.

Ella sonrió, ignorando el comentario.

- ¿Y ahora? ¿Dónde se supone que iremos?

- Ahora iremos a cenar y a bailar con el resto de los músicos. 

- Dejémoslo en cenar y luego yo me iré a casa.

- Cenar y bailar. Sobre todo bailar. Ya no tienes excusa ni novio que inventar para dejarme plantado.

- No bailaré, olvídalo.

Sergei sólo sonrió y se la llevó del brazo al vehículo. Cuando llegaron al centro de eventos, buscaron un lugar más retirado, compartiendo mesa con un par de flautistas jóvenes que Sergei había escogido y que estaban entretenidos en charlar con sus respectivas parejas. Pidió aperitivos para todos y se dedicó el resto de la velada a comentar detalles graciosos sobre los invitados a la cena. Era francamente hilarante y ahora ella comprendió de qué se reían tanto sus compañeros de mesa aquella vez, en la gala anual. Al cabo de una hora ya había olvidado sus aprehensiones iniciales y se divertía a lo grande. 

Todo iba de maravilla, hasta que, en su camino de regreso del baño a la mesa, la detuvo una voz familiar

- ¿Sofía? ¿Tú, aquí?

La voz masculina pertenecía a Esteban, un antiguo compañero de trabajo en la policía de investigaciones

- ¿Esteban?

- Vaya, qué sopresa, nunca pensé que te encontraría en la capital. Luego de que te fuiste, no volvimos a saber de ti. ¿Qué haces aquí?

- Me invitó un amigo. ¿Y tú?

- Ando trabajando. ¿Te acuerdas del ruso?

Sofía se quedó de una pieza, pero atinó a responder

- Claro que sí, ¿qué hay con él?

- Dicen que ahora está de director de la orquesta sinfónica. 

El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora