Querido Amor:

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Desde muy pequeña me embrujaste. Me encantaban las películas de dibujos donde cada princesa encontraba a un príncipe azul y eran felices por siempre jamás. Después llegaron las películas románticas. También en la sociedad que conocía, la gente se emparejaba y con el tiempo formaban una familia. Tenía curiosidad por crecer y conocer a la persona que tenías destinada para mí. No había noche en la que no fantaseara con mi príncipe azul.

A los trece años llegó mi primer beso con un chico. Con todos los pajaritos que había formado en mi cabeza año tras año, creía que ese chico ya era para mí, pero no sentía mariposas en el estómago, ni estaba feliz. A los seis meses de estar juntos, le vi besando a otra chica ¿Y ahora qué? Amor, no eras como te pintaban en las películas. No perdí la esperanza, a veces, hay ranas que nunca llegarán a ser príncipes.

A los catorce años, una confusión llegó a mí. Dejaste que mi mejor amiga me besara. No tenía constancia de que era aquello. Las películas no hablaban de amor entre princesas. Aquel beso fulminó todos mis esquemas. No sabía esa faceta de ti, ni que fuera posible esa conexión. Ahora si sentía cosquilleos en el estómago y sus besos producían en mi mucho placer. Años duró lo que fue y no volverá a ser. Te sentí cerca de mí, estaba tan feliz... pero deberías haberme enseñado mejor, la sociedad no toleraba este tipo de relaciones aún. Como niñas huimos de aquello, no sabíamos que hacer. Me dejaste destrozada y desorientada.

A los diecisiete años, con mi mente confusa, conocí a un chico y de nuevo te di una oportunidad. De nuevo me equivoqué ¿Dónde estabas Amor? ¿Cómo funcionabas? No lograba entenderte.

A los dieciocho años, comencé mi primera relación seria con una chica. Todo era perfecto y mi mente más abierta, las piezas iban encajando. Estaba decidida a conseguir que esta vez saliera bien, ya no me escondía de nada ni de nadie.  Ocho meses después, me fue infiel ¿Otra vez? Todo terminó, pero mis ganas por sentirte cada vez se apoderaban más de mí. Ahora que mi sexualidad estaba a flor de piel, me era muy fácil encontrarte por cada lugar pero con otro nombre.

A los diecinueve, veinte, veintiuno y veintidós años, probé cada persona que pusiste en mi camino, sin sentido alguno, fuera hombre o mujer. No eran lo que quería, no eran lo que necesitaba, pero cada una de esas personas han formado la persona que soy hoy en día. Dejé de buscarte y decidí vivir sin pensar en ti.

Pasaron los años y mi percepción sobre lo que era el amor se había esfumado. Debí darte lástima y te plantaste enfrente de mí a los veintiséis años. No podía creerlo, ya había olvidado la sensación que causabas. Ciega me tiré al abismo sin paracaídas. Creí de nuevo en ti, no tenía nada que perder, sería feliz el tiempo que estuvieras a mi lado. Confié en que no volverías hacerme daño pues mi corazón y me mente por fin se habían alineado. 

¡Dos meses tan sólo! ¿De verdad? Mi alma quedó vacía. Aún tengo cicatrices que ni el sabio tiempo será capaz de curar, pero me diste una gran lección. Hay que disfrutar cada segundo y dejar volar a la persona que amas también es un acto de amor. 

No eres el único factor que influye. El destino a veces se confunde de espacio y tiempo, conecta a personas en un momento equivocado donde tienes fecha de caducidad y no puedes hacer nada al respecto. Te perdono, se que en cualquier momento te volveré a sentir. Solo hay que esperar a que el destino se vuelva a confundir. La próxima carta es para él.

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⏰ Última actualización: Oct 07, 2021 ⏰

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