El cielo ennegrecido y la ceniza, deslizándose silenciosa sobre la ciudad, era lo que Holden observaba. Eso y la sangre salpicada sobre sus manos tras disparar a quemarropa a un soldado; mas no se detuvo demasiado en su introspección.
Con el arma alzada se movió con sigilo por el pasillo abandonado del viejo y ruinoso hospital. De cerca, un par de hombres cubrían la retaguardia asegurándose de que no había ningún otro miembro del Krav cerca.
Holden no tenía ni la más remota idea de cómo los soldados habían llegado allí o cómo había dado comienzo la trifulca, pero ya eran varios los jóvenes del Taarof muertos en los límites de Jevrá y demasiados los militares que curioseaban por la zona.
Casi una hora atrás, Holden había recibido una notificación de Kerr en la que le informaba de dos problemas: con el primero de ellos llevaba al menos veinte minutos lidiando; pero era el segundo el que más le preocupaba.
No tenía ni la más remota idea de cómo se encontraba Rina en esos momentos, pero cuando media hora atrás había dejado a Drea con la joven Skjegge su aspecto no había sido demasiado alentador. Sin embargo, la única ayuda que podía prestar a su hermana menor era salir al exterior y alejar a las fuerzas de seguridad de Kairos de allí.
Y eso hizo.
Un pequeño grupo del Krav había traspasado la frontera y se había internado dentro de las instalaciones más allá de la valla. Había sido Uriel, el joven líder del grupo de errantes, quien los había visto y había buscado a Holden para alertarle de la situación.
Cuando el Taarof se hizo cargo de los edificios, tuvo mucho cuidado de no dejar señales que indicaran que había gente viviendo en las ruinas del hospital psiquiátrico; mucho menos un gran grupo de personas. Como pudieron, reformaron las zonas más alejadas a la verja —las que se encontraban más al este— y dejaron el resto tal y como lo habían encontrado: derruido.
Otrora aquel lugar había sido más que un simple hospital. Su pobre aspecto no era nada en comparación con la realidad que albergaban los tabiques y techos destruidos: historias silenciadas por la falta de cordura de sus pacientes y la insensibilidad de aquellos que debían cuidar de ellos. Pero para los nuevos "internados", aquel lugar se había convertido en su nuevo hogar.
El chirrido de las suelas militares captó la atención de Holden enseguida. Se detuvo tras una de las paredes y sostuvo la respiración, concentrándose en los sonidos que tenía a su alrededor. La miembro del Krav se dio cuenta del ruido producido por sus pies y se detuvo; mas no tardó demasiado en proseguir y dirigirse directamente a la posición de Holden.
En un murmuro silencioso contó los segundos antes de que la soldado apareciera a su lado y la tomara por sorpresa; la desarmó con una llave, le golpeó el rostro con la culata del rifle y cayó cuál muñeca desmadejada.
—Era la última.
Uriel apareció por el pasillo contiguo seguido de un grupo de chicos del Taarof. Holden se fijó en el chico, que ahora lucía un corte sobre el tabique nasal, varios hematomas en el cuerpo y sobre sus nudillos había sangre.
—Bien —respondió Holden, agachándose para quitarle el sistema de comunicación a la militar y pisotearlo—. Tomad todo lo que sea útil y después deshaceros de los cadáveres.
—¿Qué hacemos con ella? —preguntó Uriel señalando a la mujer inconsciente que vestía el equipamiento del Krav.
Dos disparos certeros a la soldado fueron toda la respuesta que obtuvo del mayor de los Skjegge. El cuerpo convulsionó durante un par de segundos y después la sangre comenzó a brotar rápidamente del pecho y la cabeza, dejando un espeso charco oscuro a su alrededor.
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La Bahía de los Condenados ©
Science FictionCuando las imágenes del secuestro de Eireann Meraki se hacen virales, todo Kairos se suma en un estado de tensión. Mientras que las fuerzas del Krav intentan encontrar a la joven heredera y apaciguar los disturbios que azotan las calles de Jevrá, la...