"He vivido engañado. Tantos años a la espera de que algo bueno salga de la tormenta. Lecciones enteras cuyo principal encabezado surge de las ingenuas suposiciones donde doy por sentado que, si hoy se pintan las tinieblas, quizá sea porque mañana el sol brillará tanto hasta dejar cegueras permanentes de felicidad. Un breve hastío decorado de las más bellas recompensas. Lágrimas de oscuridad suspendida a la espera de un renacer.Sabes de lo que hablo, ¿no es así? ¿Quién no ha sentido que el mundo se le cierra y las pocas posibilidades de seguir respirando se vuelven nulas contra el inmenso abismo de pesares? Hasta en el dolor creemos ser protagonistas de un todo cuando en realidad al de al lado poco le importa qué tan escandalosa es mi voz interior si por fuera no digo nada.
Nunca pensé que crecer fuera el resultado del olvido. Jamás imaginé ver a mi propia familia huyendo de mi pubertad cuando ni siquiera yo me soportaba. Ojalá también hubiese sido capaz de esconderme de mí mismo como ellos lo hicieron. Estúpidamente inferían que elegí esta clase de anormalidades como se eligen un par de zapatos. Como si estuviera vagando por el mundo y pensando, a mis escasos quince años, que ser un filósofo del drama era mejor que acoplarse con el resto.
Por eso hay que abandonarse en interminables suspiros. Pensar que la vida es sueño o imaginar grandes pupilas decoradas de artificio. Cual corriente, dejarse llevar hasta que los sentidos no aseguren una estabilidad. Correr como pez en otoño. Huir de las malas pasadas entre travesías de olvido. Permitir que un momento se vuelva eterno. Inmortalizar villancicos de penumbra. Preguntarle a la muerte hasta dónde es posible ser consiente para decir "no" a los infortunios. Enfrentar amor y odio hasta descubrir que ambos son la misma cosa. Total, ni ellos ni yo hemos vivido lo suficiente para decir qué es lo normal y qué es lo raro".
Quisiera confiar en que el resto del año pasará con la fugaz polvareda de mi matrimonio, pero nada serio que opaque lo suficiente las vivencias y pocas relaciones que me permití durante mi corta vida. Fui consciente de que me anulé como "soltero" apenas vi llegar al juez a la casa de mis padres. Interiormente formulé cientos de frases que pronunciaría a cualquier persona, cualquier empleado, cualquier fotógrafo durante la ceremonia. Que serían lo suficientemente creíbles como para que brindaran la imagen de una unión liberalista, madura y abierta a todo tipo de críticas de diversa índole sin llegar al descontrol emocional.
Recuerdo que un día antes de tan fatídico suceso presencié los titulares de los periódicos. Algunos alabando la capacidad para soportar tal presión por parte de los medios ante una nueva forma de unión, no solo marital, sino financiera, pero la mayoría dejaban demasiado explícito el repudio por el par de homosexuales exhibiéndose y atormentando a toda esa gran cantidad de espectadores conservadores y tradicionalistas.
Todo ello lo estudié tan a la perfección que hasta ahora ver pasar a un grupo de colegialas o una pareja de amigos no logra afectarme cuando comienzan los ataques. Soporto bastante bien las extrañas burlas y halagos en su mayoría todas guiadas al contexto sexual y sadomasoquista. Un insulto no me define, mucho menos una carcajada irónica por el caminar "afeminado" que, aseguran, tiene mi esposo. Porque probablemente este siglo sea el que mejor ha recibido a las minorías, pero, así como una feminista es considerada también la revoltosa que va contra el sistema, de igual forma, el hecho de ser "gay" desglosa toda una serie de hipótesis y teorías guiadas a la penetración y sumisión.
Como decía, poco me mueven tales absurdos, sin embargo, no soy el único que recibe esa clase de frases alentadoras durante una simple caminata hacia la cafetería más cercana. Sinceramente me he estado preguntando cómo impactarán en él esos mensajes que por naturaleza se vuelven hirientes y dolosos.