Objeciones

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Cuando despertó esa mañana, lo primero que vio fue un gato gordo y plomo que lo miraba desde el misterio de sus ojos amarillos, muy de cerca, sin moverse. Retrocedió por instinto y recordó dónde estaba. Al mirar hacia el otro lado de la cama, vio a Sofía, que dormía boca abajo, con la cabellera esparcida caóticamente sobre la cara y la almohada y con el cuerpo en actitud de caída libre. Saciado el deseo, no pudo evitar cuestionarse por un momento si aquello estaba bien; no tenía nada que ofrecerle a esa chica; ni siquiera podía compartir con ella su historia. Pero decidió al cabo de un rato que por esa mañana no pensaría más en eso, que ya estaba hecho y que se limitaría a disfrutarlo. 

Cuando ella despertó y lo miró, Sergei se quedó esperando alguna reacción de su parte, alguna palabra, lo que fuese. Pero, en cambio, no dijo nada. Sólo se quedó mirándolo con toda seriedad. Sergei pensó, entonces, que tal vez era todo tan perfecto que no había nada que decir. Así se sentía; perfecto. Sin explicaciones, sin mentiras, sólo ellos y esa electricidad que fluía entre ambos cuando se miraban por mucho rato. 

Desde luego, las cosas no eran tan simples. A su regreso, esa misma noche, encontró a otra Sofía, una que pedía explicaciones y confesiones que él no estaba dispuesto a realizar aún. Tras un extraño acuerdo de ser sólo amigos que culminó con otra noche de sexo increíble, Sergei comprendió que no podía tenerlo todo. Le consolaba saber con certeza que ella lo deseaba en la misma medida que él a ella, y ese fingimiento absurdo de que eran sólo amigos  sólo le servía para evitarse las respuestas que todo amante se supone que debe dar.

Octavio y Estela se reían a carcajadas de su fracaso y no perdían oportunidad de festinar a su costa cada vez que podían, aunque el primero se mostraba más escéptico respecto de la inocencia de todo aquello.

- Yo, en tu lugar, tendría cuidado. ¿Qué tal si tu inocente Sofía te está manipulando para sacarte más información? Si estuviese tan enganchada contigo como tú crees, ya se habría entregado sin reparos. A mí no me quitas de la cabeza que ella sabe que te tiene tomado por los cojones y que está esperando a que le sueltes todo.

- "Todo" qué - reparaba Sergei - ¿Que busco a mi padre? ¿que la utilicé para llegar a él? Si es quien tú dices, ya debe saber todo esto.

- Tal vez tú no tengas mucho que decirle sobre ti mismo, pero nos puedes meter a todos nosotros en un gran lío. Estás conectado a facciones de ultra izquierda por sangre y por contactos, lo quieras o no. Ten cuidado con lo que dices y con lo que haces. Tal vez ella es más lista que tú.

Sergei meditó en las palabras de Octavio por algún rato, pero luego meneó la cabeza

- No, no. No tienes idea, no la conoces. Ella no es así. 

- Tienes razón, no la conozco. Preséntamela. A ver si logras que cambie de opinión.

- Bueno, ¿no se supone que no quieres que sepa sobre ti y ahora me pides que te la presente?

- Sólo quiero evaluarla, no contarle mi vida. Puedes llevarla a mi taller. Podemos tomarnos unos tragos y ver qué pasa. 

- Una mirada objetiva no te vendría mal - interrumpió Estela, que los escuchaba desde su sillón hace rato.

- ¿Objetiva? La mirada de Octavio es cualquier cosa, menos objetiva. 

- Más objetiva que la tuya, al menos. - dijo el aludido - Vamos, prometo no sacarle los ojos cuando la vea.

Sergei terminó por aceptar a regañadientes y llevarla una noche a conocer a Octavio, pensando que acabaría por convencerlo; pero lo que pasó allí no se lo esperaba.

En primer lugar, y fuera de todo lo acordado, Octavio no paró de coquetearle durante toda la noche y lo peor era que Sofía parecía aceptarlo con demasiada liviandad. ¿Qué pretendía? Sofía era una mujer hermosa y no era raro que atrajera la atención de los hombres, pero, hasta donde sabía, la preferencía de Octavio iba por otro lado. 

En segundo lugar, la oleada incontrolable de celos que le invadió le alertó sobre su propia vulnerabilidad. Se sintió estúpido, minimizado, ignorado, y al mismo tiempo, se vio a sí mismo como un perro deseoso de marcar territorio y ponerle algo así como una banderita que proclamara su posesión sobre ella. Pero Sofía no era suya; Sofía no era de nadie.  ¿A qué venía este instinto primitivo y vergonzoso? ¿Significaba acaso que estaba más involucrado de lo que creía? 

Y finalmente, el miedo, su propia incapacidad de proteger a Sofía del odio de Octavio. Porque él sabía que todo ese montaje de galán era mentira y que algo se traía entre manos. Nada bueno. Nada seguro. Todo el camino de regreso al departamento de Sofía estuvo evaluando lo peligroso que podía ser para Sofía estar cerca de alguien como Octavio y se recriminó el haberla llevado sin pensar antes en esto. 

La dejó en su departamento lo más rápido que pudo y regresó nuevamente al taller de Octavio, para enfrentarlo

- ¿Qué fue todo eso? ¿A qué estás jugando?

Octavio lo recibió con una carcajada y le ofreció una copa

- A nada, hombre, tranquilo. Sólo me estaba divirtiendo a costa tuya, no quiero nada con tu chica. Por cierto, no creo que ella tenga intenciones serias contigo. Si me la dejabas un poco más, yo creo que te la quitaba.

- Ya veo. Me quieres demostrar que no es fiel. ¿Eso?

- No, Sergei - dijo, encarándolo con más seriedad - No sólo eso. Yo no sé qué viste tú esta noche; porque lo que yo vi fue a una mujer dispuesta a lo que fuese por adentrarse en este círculo. No vi a una mujer enamorada. No vi a una mujer boba. No vi a ninguna ingenua ni a una chica inocente como quieres creer tú desesperadamente. Ella es peligrosa. Y mientras tú estés con ella, tú también eres peligroso para mí. Vas a tener que decidirte.







El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora