— Debes parar. — Pidió Zac mientras la miraba por el retrovisor, sus piernas se movían violentamente con nerviosismo haciendo que el automóvil la siguiera.
Ambos se encontraba impaciente ante la demora, estacionados justo enfrente de la casa donde estaba la fiesta y con un evidente miedo por las consecuencias.
— ¿Y si no les agrado? — Preguntó con temor, su vestimenta era lo más informal que había vestido en su vida, un pantalón de mezclilla y una camisa blanca, sencillez no era su característica principal. — ¿Qué tema debo de elegir para entablar una conversación? Si quieren bailar conmigo, ¿Cuál es la mejor opción?
— Charly. — Llamó el moreno para sacar a la rubia de su zona de confort, no era una chica promedio pero tampoco un fenómeno. — La plática se dará sola, no entres en pánico y no metas a tu padre en las conversaciones.
Charlotte frunció el ceño, algo que la describía a la perfección era su orgullo, debía hablar de su padre, quería hacerle saber a todos que su dinero fue ganado con esfuerzo y sinceridad, tenía que convencer a todos que si necesitaban un cambio en Detroit su padre lo haría pero claro, a nadie le gusta hablar de política.
Tragó una bocada de aire y abrió con valentía la puerta del automóvil, decidida a no ser más una renegada de la alta sociedad.
— ¡Estaré aquí cuando salgas! — Gritó Zac en el asiento.
Lo primero que vio fue el enorme patio delantero de la casa, había un par de pareja besándose y un casi fornicando en las afueras de la casa, un tipo se encontraba tirado justo en la entrada con una intoxicación severa y dedujo que la fiesta se encontraba en su máximo apogeo.
¿Cómo es posible? Eran las siete en punto y la fiesta según la invitación eran a las seis y media, la música interrumpió su investigación sobre las fiestas y las personas, ¿Qué tenían de divertido? ¿Todos conocen a todos? ¿Por qué se dice tirar la casa por la ventana? Por cierto, había una ventana rota en la segunda planta de la casa, tal vez por eso.
— ¡Llegaste! — Gritó Allen saliendo de la casa con emoción, el chico tenía labial en su mejilla y un globo rodeando su cuello. — Te he estado viendo por la ventana, pensé que no ibas a entrar y vine a buscarte.
— Estaba admirando. — Mintió.
— Rebecca se puso como loca cuando supo del brindis de tu padre, imagina que no ibas a venir pero mírate aquí. — Charlotte asistió con confusión, el castaño hablaba demasiado para su gusto. — Le avisaré pero acompáñame primero, no te quiero dejar sola por ahí con estos animales.
Allen la tomó del brazo con sumo cuidado pero al entrar en la casa se olvidó de la delicadeza, su agarré se volvió más fuerte para no perderla entre tanta gente que se encontraba ahí, la luz neón cegada su camino pero el castaño sabía perfectamente a donde ir.
— La diversión se encuentra en la cocina. — Leyó en sus labios ya que la música impedía escucharlo con certeza, exactamente como lo dijo, la diversión se encontraba en la cocina pues había cientos de cartones de bebidas y la mesa se encontraba rodeada por algunos invitados.
Las miradas se dirigieron a ella, asombrados por su presencia y por su vestir, había uno que no quitaba su mirada de ella y al verla formó una sonrisa en su rostro, cínica.
— Siéntate conmigo. — Allen se sentó y le señaló el asiento a su lado, ahora todos mantenían la mirada en una botella del centro, vacía y cuarteada.
¿Y la diversión? Ni siquiera escuchaba la música en esos momentos y lo único que oía era la respiración de todos.
— Es un juego de mesa. — Explicó Allen. — Las reglas son básicas, giras la botella y señalas a alguien para exigir una verdad o para que cumplan un reto.