Untitled Part 1

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   Sus pisadas se enterraban en las secas hojas rojas del suelo. Aquel hombre corría, con su corazón martilleándole el pecho desde dentro, y una mirada tan invadida por el terror, que sus ojos parecían salirse de sus órbitas. La respiración se le era difícil de mantener, jadeaba con cada movimiento, exhausto, inundado de pensamientos y emociones que lo apuñalaban sin rencor alguno. Aquel hombre, huía de los destellos mientras atravesaba ese bosque de otoño cubierto de rojo. Los más profundos y primitivos deseos de sobrevivir, le desbordaban del cuerpo como el sudor. Su mente lo llevaba a rastras, intentado recuperar el control del cuerpo que alguna vez le perteneció, porque con cada árbol que el hombre pasaba, su comportamiento se hacía más inconsciente. Aun así, tuvo control al principio, el suficiente para no estrellarse contra los troncos o partirse las piernas en caídas desde las rocas. Estos estaban en todos lados, y parecían repetirse en un patrón infinito pero completamente desigual, uno que en sus intentos de calmarse parecía cobrar sentido. Todo lo que veía eran arboles, hojas y rocas. A la distancia, solo se divisaba una neblina que bañaba los confines de aquel bosque de pinos.

   El hombre siguió corriendo, sin que su terror le permitiera darse descansos. Se cubría la cabeza cada vez que volvía a escuchar ese estruendoso y repentino ruido, el cual no hacia más que darle otra patada al pecho, y un tremendo escalofrío que le subía desde los pies hasta la nuca como un rayo. Miraba hacia atrás, buscando, con la mirada perdida en troncos, hojas y rocas, el origen de aquellos estruendos que sonaban a pocos centímetros de él. Corría más deprisa cada vez que los escuchaba, agachando la cabeza, jadeando más y más. Seguía su camino en una linea recta imaginaria, pasando entre los pinos, hundiendo los pies en los cúmulos de hojas secas. Pisaba uno, y el sonido crujiente y seco aparecía frenandolo, mientras en lo más profundo de su inconsciente, un temor secundario crecía y abarcaba más lugar con cada paso. Él no prestaba atención a su recorrido, pero el miedo de pisar una saliente o una piedra puntiaguda escondida en las hojas, siempre estaba presente. Fue así que sus ojos se despegaron del horizonte nublado, y de a momentos miraban el suelo con una ansiedad y un temor creciente hacia lo desconocido. Veía su pie levantarse del anterior cumulo de hojas, quedarse en el aire un insignificante momento, y luego, comenzar un descenso cada vez más tormentoso. Hasta el punto de llegar a un miedo tan grande como el principal, apenas milésimas de segundos antes de meterse de nuevo en las terribles entrañas de un simple cumulo de hojas. 

   Solo le hizo falta bajar la guardia un momento, dejar el talón blando y con la fuerza suficiente para únicamente pisar. Su pie entró de lleno en un montículo de hojas, el sonido crujiente hizo acto de presencia, y en lo más profundo de la mente, de los rincones más primitivos de un miedo que llevamos desde el nacimiento, un terror indescriptible emergió al ver como su pierna entera era tragada por el rojo seco de las hojas. La punta del pie encajo con tanta puntería entre dos rocas ocultas, que al querer ser sacada por el brutal envión del cuerpo, todo el cuero superior de la bota fue cortada, junto con parte del pie. Aquel hombre cayó al suelo, sintiendo un dolor palpitante y ardiente, mientras la sangre le brotaba de la herida, confundiéndose con con el rojo del suelo. Se apretó el pie con ambas manos mientras gritaba, pero esa no era la peor sensación que sentía. De reojo pudo ver otro destello a la distancia, y en su mente apareció el pensamiento de que los perseguidores estaban cerca. Un pánico atroz nació de él, reflejándose en su cuerpo en forma de torpes movimientos, asemejados a las peores enfermedades mentales, los cuales, no llegaban a nada. Pudo sentir como un reflejo al plomo ardiente enterrándose en su cuerpo. Se levantó como pudo, y automáticamente sus manos le cubrieron la cabeza. Corrió de nuevo, con movimientos poco coordinados, mientras su mente se trababa por causa de la constante paranoia y la cercanía de sus futuros ejecutores. 

   Aquel hombre se tiro detrás de una rocas, cayendo casi dos metros en una pared de tierra y raíces. No podía calmarse, sus pensamientos continuaban sumergidos en la persecución. Sabía que aquellos hombres armados se acercaban, sabía que lo buscaban, que solo era cuestión de tiempo. La paranoia lo consumía, buscaba desesperado algo con lo que pudiera defenderse. Pasó sus manos por el suelo, clavándose espinas y pequeñas piedras en ellas. Pero no le importaba, seguía buscando, tan agobiado por el por venir de los disparos, que nunca pudo darse cuenta que revisaba el mismo sitio una y otra vez.

   Se resignó. Ya no podía tomar nada con sus demacradas manos. Tuvo esperanzas al levantarse y no escuchar pasos, pero a la vez, la ansiedad de no saber donde estaban sus perseguidores lo destrozaba por dentro. Esperaba el momento, imaginaba escuchar sus pasos o un grito, y el que estos sonidos no aparecieran, le carcomía el alma. Tiritaba por el miedo y el frío, sus movimientos ya no coordinaban. Él estaba entrando en un espiral que cada vez lo hundía más en su pánico. Intentaba recordar el momento en donde todo esto empezó para calmarse, pero en su mente solo aparecía un fondo blanco. No importaba cuanto se esforzara, las imágenes se confundían, y el ya no supo que había pasado antes, si la persecución o los disparos. Incluso estos dos recuerdos eran borrosos,  ninguno aparecía delante del otro, ninguno mostraba un claro inicio. Sabía que iba a morir, pero no como se metió en eso. Aquel hombre sabía que la muerte lo esperaba armada, pero no el momento exacto de su inevitable final. Lloraba en silencio por saberlo, por no escuchar los disparos, por intentar recordar cuando empezó todo. Él estaba destrozándose a si mismo con preguntas, mientras su corazón y sus más fuertes sentidos le gritaban que corra. Pero en su ya muy desgastada mente, la única duda que aparecía, era el saber quienes lo perseguían.

   En ese momento se levantó, con lagrimas bañándole la cara, lleno de odio y de tristeza por algo que no entendía. Y corrió, corrió sin pensar, agachando la cabeza y decidió a una idea que no se tomó el tiempo de razonar. Si morir era su destino, él iba a decidir como. No pensaba dejar que una bala acabara con lo que costó tanto recuperar. Así llegó hasta el final del bosque de pinos, viendo el acantilado y el río embravecido de abajo. El viento fue su impulso, las hojas sus acompañantes, el sonido cercano del agua congelada e iracunda su fiel cuchillo. 

   Él saltó, dejando que su último grito llenara el bosque. El cuello se le partió contra las picudas rocas del acantilado. Murió poco antes de tocar el agua, siendo la única persona en ese bosque. Su cuerpo fue encontrado varios días después. Aun conservaba la bata blanca y su diagnostico de esquizofrenia, tachado una y otra vez con la palabra "mentira".

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⏰ Última actualización: Dec 10, 2017 ⏰

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