La hermosa muerte

97 6 7
                                    

“Oh, fragilidad, tienes nombre de mujer” supo decir un supuesto sabio una vez, o algo parecido.

Esto pensó el joven artista, bañado por la luz del atardecer, y no pudo reprimir una socarrona sonrisa. Tal gesto le recordó la verdad de su alma, revelando su naturaleza: burlón, mordaz, un verdadero escritor del mundo actual, incapaz de hallarse con la musa que otrora inspirase a grandes poetas.

Más en el fondo, dio gracias por sus dones y su realidad, pues no habría sabido ser de otra forma. Anhelaba, en oscuro secreto, a ese inexistente yo-lírico femenino, rosado, inocente. Deseaba no amar tanto aquel mundo retorcido, no ser tan afín a los misterios de las sombras, no sentirse tan en casa en aquella tierra sin embargo desconocida.

Su abatida alma gritaba por aquellas novelas rosa que le fueron prohibidas en su juventud. Le hervía la sangre al ver a las dichosas parejas caminar de la mano por la rivera del Sena en tan tardía hora, bebiéndose egoístas sus últimos rayos de sol. Su corazón, endurecido más aún palpitante, lloraba al cauce del Sena, lamentándose por sus penas, por su falta de inspiración.

Rió nuevamente, y enterró la cara en las manos, ocultándola, pues allí, a la orilla de aquel río maldito, pudo ver el fondo de su alma, y le aterró ver lo que allí habitaba.

Enseco se detuvo y con un movimiento alejó sus tenebrosas reflexiones. Resuelto, se puso de pie para emprender el camino a casa.

Sin embargo, su determinación se vio mermada al sentirla… un apresencia, una gloriosa presencia que todo lo llenaba. El sólo sentirla unió todas las piezas de su destrozada alma y les dio sentido nuevamente.

No pudo contenerse; necesitaba conocer la fuente de aquella presencia. Miró en derredor, ebrio de dicha… y entonces la vio emerger. Cuando el primer rayo de luna tocó las aguas del Sena, del bendito Sena, fue cegado momentáneamente por un destello de luz.

De las mismísimas aguas, como Venus, surgió la más bella mujer que hubiese visto jamás.

-Mezquino es el lenguaje para describirte – pensó y dijo sin saberlo,embelesado por tal belleza… tal gloria…

Era ella su ángel de invierno, de piel de nieve y ojos de hielo. Su silueta, inmóvil, avanzaba hacia él flotando sobre el agua de aquél bendito Sena. Parecía absorber la luz de la luna canalizarla en un aura sobrenatural. ¡Sí! ¡Ésa era la palabra! ¡Sobrenatural!

Ella era su luz y su oscuridad. Era su mayor dicha y la causa de todas sus penas. Era la fuerza de su pluma y su mayor debilidad… y él era de ella, si bien sabía que ella jamás sería enteramente suya…

Cuando la etérea dama llegó a la orilla, el artista cayó sobre sus rodillas. Entre lágrimas de dicha y estertores de emoción le proclamó su amor y fidelidad eternos. La colmó de bellas palabras y promesas de amor. Prometió no ser un amante celoso ni egoísta, entregándose a ella en cuerpo y alma. Le juró que si por tan solo un tiempo permanecía a su lado, él sería feliz durante toda la eternidad. Le aseguró que era consciente del precio, y le juró nuevamente su amor, afirmando que cada una de sus obras serían dedicadas a ella, y que las mismas serían las más grandes que el mundo jamás vio…

Sin una sonrisa, sin palabras, sin el más leve asentimiento ella aceptó el trato que le había sido propuesto y se fundió con el artista.Tan fría que quemaba, tan rota que cortaba, tan poderosa que pronto lo destruiría…

La oscuridad envolvió al artista, sin respetar siquiera su alma, pues ahora era de ella. Él supo que las sombras y ella eran uno y entonces las recibió con los brazos abiertos, pues de ellas nacería su arte.

Mientras ella estuvo, él fue grande. Pese a que fuera por el efímero lapso de un suspiro, ella lo acompañó y él fue grande, el más grande artista que el mundo ha visto.

Pero, cuando ella se fue, todo comenzó a desmoronarse.

Ya nada tenía sentido tras haber vivido aquel suspiro tan intensamente. El artista se marchitó lentamente. Vivió en el limbo, en el calvario de una eterna ilusión, sintiéndose viejo, enfermo y maldito pese a ser joven, sano y bendito como ninguno.

Postrado en su cama, vagó de ilusión en ilusión, rememorando su pasada gloria mientras esperaba a que ella volviese a él. Fue esta esperanza la que lo mantuvo vivo algún tiempo, dando origen a obras mediocres, las cuales terminaron acabándolo.

Cuando finalmente se marchitó por completo, ella volvió a él, para reclamar su alma una última vez. Cuando ella volvió, en aquella hora tardía, él fue joven y pleno otra vez.

Su amada, su musa, lo tomó nuevamente, tan fría que quemaba, tan rota que cortaba, tan poderosa como antes, esta vez había llegado para destruirlo.

Una vez más, lo guió hacia las sombras, a quienes recibió como viejas amigas y madres secundarias de su arte. Allí, en la oscuridad, su amor lo arrulló nuevamente como a un niño, guiándole al sueño eterno tras haberlo hecho grande.

La hermosa muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora