Tuve un hermoso sueño, en el que un basto mundo se cernía sobre mi, lleno de árboles con enormes troncos oscuros, y fuertes raíces profundamente enterrados en la tierra. Árboles que han estado allí por años, y hectáreas, y hectáreas de suelo fértil que dieron a luz a las cosechas que harán perdurar la vida en el invierno. Un invierno frio y amenazante que no temía acercarse a pasos agigantados desde el otro lado del horizonte. Podía oír el suave cantar de los pájaros desde mi lugar en la sombra del enorme árbol, un lugar que hasta hoy sigue siendo mi lugar favorito y que perdura gracias a la memoria.
Tuve un sueño hermoso aquella noche, en donde todos aquellos que fueron dejando lugares vacíos en la enorme mesa de la casa de la abuela, en la cena de navidad, cobraban vida de repente, y se echaban uno tras otro en el suave pasto a mi lado, bajo la sombra de aquel enorme árbol.
Y me sentía más segura de lo que nunca había estado en mi vida.
Tuve un sueño hermoso aquella noche, pero el sueño fue volviéndose una extraña pesadilla, en donde un basto mundo se cernia sobre mi, como el cielo sobre nuestras cabezas, volviéndose oscuro y siniestro. Vinieron violentos vientos que arrasaron las cosechas, fruto del trabajo del hombre, sin rastro de compasión alguna. Pero el hombre no lloraba ni se preguntaba porque el cielo lo había hecho, por lo que yo tampoco lo hice. Llegaron después los rayos, azotando con furia los árboles que nos daban sombra, pero el hombre no dijo nada. Los árboles cayeron uno por uno hasta que corrimos lejos, huyendo de su ira, y vimos a los enormes árboles que nos dieron sombra iluminar la oscuridad cómo si fueran antorchas llameando al ritmo del viento. Pero una vez más el hombre no dijo nada, por lo que yo tampoco lo hice.
Entonces llegó la lluvia, y las cálidas gotas cayeron sobre el cuerpo desnudo de aquellos que habían estado, y el recuerdo comenzó a derretirse cómo la cera de una vela consumiéndose en la oscuridad. Sus figuras se hacían borrosas en medio de la furiosa tormenta que no acababa, desapareciendo, como aquellos que habían estado y ahora ya no están, pero permanecen. El hombre continuo erguido contemplando todo aquello que había perdido, pero no hubo ni un solo ápice de emoción en su inquebrantable mirada.
Solo entonces, lloré con el cielo y esperé pacientemente mi penitencia...
Pero entonces desperté, falta de aliento, con el sudor corriendo por la frente y el corazón desbocado. La presencia de aquellos que una vez estuvieron sentados en la mesa del comedor, riendo junto a los que permanecemos hoy en día, todavía estaba viva, en cada uno de nosotros. Sus almas perduran en el aire, cuidando de aquellos que los amamos en vida y seguimos amando a pesar del tiempo.
Unas horas después del amanecer, fui a dejar flores a su tumba.
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A los que ya no están, pero cuyas almas perduran.
Short StoryPara los que dejaron lugares vacíos en la gran mesa de la abuela, y vuelven a la vida solo por un momento, mientras cenamos todos juntos en navidad.