La Doncella del Arpa

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Se decía hace tiempo que existía una hermosa mujer de exuberante belleza: cabellera rubia, grandes ojos azules y piel blanca como el papel, eran algunos de los rasgos que la distinguían. Sin embargo ella vivía en un mundo sombrío y gris ocasionado por depresión de la muerte de uno de sus amantes.

La doncella pasaba horas y horas encerrada en una pequeña habitación en lo alto de una torre, sola, únicamente contaba con la compañía de un viejo canario con el que compartía su pesar y un arpa majestuosa de color cedro que solía tocar en las horas de desasosiego.

Muchos hombres intentaron llegar al fondo de su ahora frío corazón pero era prácticamente imposible, apenas entraban a la misma habitación que ella y al verla, decaída con las manos en las cuerdas del arpa, sabían que nada de lo que dijeran o hicieran la haría siquiera voltear a verlos.

Poco tiempo pasó hasta que un joven príncipe extranjero se quedo completamente prendado de ella. Solía quedarse a una distancia prudente observando cada minúsculo movimiento que sus músculos realizaban, desde la soltura con que se movían sus dedos, hasta la manera en que entrecerraba ligeramente los ojos cada vez que una lágrima nueva cruzaba sus rosadas mejillas.

Cada vez que se atrevía, el príncipe recortaba cautelosamente la distancia entre ellos. Sólo para admirar la belleza de su rostro ligeramente enrojecido y mojado por las gotas saladas que rodaban por su rostro.

Se convirtió en una obsesión para el joven pasar horas, días, semanas y meses observando a la doncella. Sólo se detenía cuando era ya era entrada la noche y la hermosa joven tenía que ir a descansar, agotada por el llanto, con los dedos adoloridos y la espalda entumecida por permanecer tanto tiempo en la misma e incómoda posición. Solo entonces el joven príncipe podía ir a descansar también, esperando al nuevo día para volver a ver a su amada.

Un día le informaron al príncipe que tenía que volver a su reino; el rey y la reina estaban muy preocupados por su salud y enviaron la orden inmediata de devolver a su hijo a su nación.

El príncipe estaba devastado, subió la escalinata hasta la cima de la torre. No con su alegría de siempre, esa vez tenía una expresión lúgubre en el rostro, porque sabía que sería la última vez que vería a la bella doncella que tocaba el arpa.

Lentamente abrió la puerta y entró a la habitación que estaba siempre llena de melancólicas y hermosas melodías.

Permaneció todo el día al lado de su amada, contemplándola como si fuera la última vez porque sabía que lo sería, al día siguiente sería escoltado por al menos dos docenas de militares hacía las tierras de su familia.

Sintió que el corazón se le estrujaba en el pecho cuando la doncella detuvo abruptamente su melodía y se levantó del pequeño taburete donde había estado sentada.

—¡Espera! —la llamó el príncipe y ella dudosamente volteó a verlo. Sus ojos azules hinchados por las lágrimas se encontraron con los marrones de él y por un momento ambos permanecieron en silencio—. ¿Puedes quedarte un momento más?

La doncella negó con la cabeza y el príncipe suspiró y salió pesadamente de la habitación. Se recargó unos minutos contra la puerta cerrada y quedó hipnotizado cuando su amada doncella comenzó a cantar con voz clara pero suave.

Abrió la puerta de par en par y la vio más hermosa que nunca.

Ella se encontraba de espaldas y sus manos desataban cuidadosamente la cinta que sujetaba su cabello. Desenredo el listón blanco y una cascada rubia cayó por su espada, seguida por su vestido que se deslizó por su piel hasta sus pies.

El joven príncipe no pudo contenerse un segundo más y se lanzó a ella con lujuria desesperación y hambre en sus ojos. La abrazó por detrás y besó su cuello suavemente haciendo que ella dejara escapar un gemido corto, no de dolor, sino de placer de sus labios. La giró y la miró a los ojos antes de besarla en los labios con toda la pasión y la fuerza que pudo, provocando así que ella envolviera sus delicados brazos alrededor de su cuello y lo atrajera más a su cuerpo desnudo.

Él acarició cada centímetro de su cuerpo y se asombró con lo suave que era su piel, era lo más suave que alguna vez había sentido y casi inmediatamente se volvió adicto a sentirla tan cerca. La luz de la luna que entraba por el ventanuco de la habitación la hacía ver más bella y cuanto más bella se veía más la deseaba el príncipe.

—Te amo —murmuró el príncipe y ella pasó sus manos sobre los tensos músculos de sus hombros.

A la mañana siguiente el príncipe esperó hasta que ella despertara para despedirse. Besó sus labios una última vez y salió por la puerta, listo para volver a su país.

La doncella lo vio marcharse y siguió a su escolta con la mirada hasta que los perdió de vista, luego caminó lentamente hasta su viejo instrumento de madera y pasó la mano por las cuerdas del arpa por última vez. Después volvió su mirada a la ventana, limpió una última lágrima de su mejilla y saltó al vacío. Al marcharse el príncipe se había ido con él, el último trozo de su corazón.

La Doncella del ArpaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora