VII: Enfrentamiento

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El lobo se detuvo a pocos centímetros del pequeño y lo miró fijamente, reflejándose en los azulinos ojos del príncipe que lo observaba consternado. La altura del animal superaba a Aysel y eso lo intimidaba, pero ambos se encontraban fascinados por el otro.

—¿Tú no me vas a comer? —cuestionó, estirando su brazo derecho con miedo a ser mordido—. ¿No me lastimarás?

La criatura resopló como si entendiera y se acercó aún más. Quería que lo tocaran y así se lo hizo saber al agachar la cabeza en sumisión. El niño esbozó una sonrisa llena de felicidad ante la acción de esa bestia tan encantadora, y comenzó a acariciarlo. Debía admitirlo, el lobo tenía un pelaje suave, se sentía asombroso deslizar los dedos a través del cuello y el lomo.

Aysel no se quedaba quieto, era curioso por naturaleza y le encantaba descubrir la belleza de su alrededor. Podía devorar al mundo de un bocado y no estaría satisfecho. Encontrar a un animal salvaje en el bosque que fuera amable era extraño, pero lo extraño siempre le atraía.

—¿Tienes un nombre? —Dudó unos segundos, pero decidió continuar. Obviamente no iban a responderle—. Mamá dice que este lugar es peligroso.

El lobo se tensó al escucharlo y retrocedió en seguida. Desvió su vista del menor y se sentó sobre sus dos patas traseras. Ya no lucía amigable, más bien estaba enojado o enfurruñado por las palabras de Aysel.

—Lo sabía —vociferó, señalando a la enorme criatura con el dedo índice izquierdo—. Comprendes lo que te digo, ¡es increíble! Se lo contaré a mamá y...

Un gruñido lo interrumpió y fue secundado por unas carcajadas infantiles.

—¡Eres como yo! —exclamó, sosteniendo su barriga que dolía por reír—. Tú eres muy gracioso.

—¡Aysel! —gritó una voz conocida que se aproximaba por uno de los senderos y hacía eco en las profundidades del bosque.

—Es papi —bufó, encogiéndose de hombros. Si lo descubrían ahí y con un animal salvaje lo iban a castigar, pero habría valido la pena.

El lobo se paró de un salto al percibir el crujido de una rama y se echó a correr, dejando a un niño perplejo por su huida tan fugaz. Ni siquiera se habían despedido, pero era lo mejor para no ser regañado. Al menos Yuuri no se enteraría de la existencia de esa criatura tan hermosa que vagaba en el límite de Krasys y Snowland.

—Necesito un nombre —masculló, encaminándose de regreso para encontrarse con su padre.

-n-

Los días siguientes no fueron distintos para Aysel, quien salía a escondidas y se reunía con su amigo en las tardes, cuando Yuuri y Yuko no lo vigilaban porque creían que estaría con los pueblerinos o en los campos. Él solía montar el lomo de Copito, apodo que le había asignado al enorme lobo, y recorrían el bosque. También recolectaban frutas y compartían deliciosas moras.

Copito captaba cada señal y gesto en el príncipe como si se tratara de dos humanos platicando de temas triviales. Sin embargo, no era así, y Aysel sólo podía deducir que el animal era muy inteligente. Quizás por esa razón no estaba con su manada y rondaba en las fronteras de los reinos.

En el palacio, el rey se hallaba ocupado con las guerras que surgían en un pueblo al sur y no sabía los motivos. Desde la muerte de Viktor Nikiforov, cualquier conflicto había sido erradicado y las luchas internas eran aplacadas. Entonces, ¿por qué no se le notificó? ¿Por qué su hermana no le mandaba un pergamino si vivía allá? Y más importante, ¿por qué sólo él tenía esa información?

Krasys era pacífico y la gente confiaba en sus reyes, así que la persona que estuviera organizando ese plan era más audaz. Una guerra la ganaban muchos, pero si destruían el corazón del reino, el enemigo sería el victorioso. Y el corazón de Krasys lo conformaba el pueblo.

El pelinegro suspiró sentado en el trono y sostuvo su corona con las manos. Miró el brillo dorado que producían las joyas incrustadas en los picos y arcos de la parte superior, y lo lisa que era al tacto. Costaba cientos de costales con monedas de oro, pero sólo era un adorno que otorgaba poder y causaba tragedia.

¿En verdad la necesitaba para liderar a Krasys?

—Es cansado —mencionó Ulysses, que recién llegaba de un corto viaje. Sus alas batieron en el aire y lo transportaron frente a Yuuri—. Él no quería ser rey, pero Snowland y su padre sí.

—Era el segundo hijo, Adrik iba a heredar la corona —enfatizó sin tomarse el tiempo de saludar al ángel—. No podían cambiar el rumbo de la historia.

—Pero lo hizo —objetó, arrodillándose ante la presencia de un rey; el de Krasys—. Ofrezco mis respetos al soberano de estas tierras.

—¿A qué has venido? —interrogó, ignorando las cordialidades. No eran lo suyo y Ulysses sólo mostraba obediencia porque era su deber—. Aysel está...

—En el bosque —articuló, finalizando la oración y dejando a un Yuuri conmocionado—. Sabíamos que está fuera de tu alcance. Él es como Viktor; rebelde y curioso, no podrás aplacar sus ansias.

—No digas ese...

—Lo diré —afirmó, interrumpiendo otra vez a Katsuki—. Sé que ustedes tienen un trato, pero yo no pertenezco a Snowland o a Krasys. Yo soy libre, mi obligación era proteger al futuro y no cumplí con mi tarea.

—No quiero que visites a mi hijo en las noches —ordenó, clavando sus ojos color avellana en los del ángel—. Aysel no es Viktor y no lo será.

—En su nacimiento, el bebé poseía una melena idéntica a la tuya —expresó, recordando el fatídico día; el peor de su vida—. El negro se convertirá en blanco y sus habilidades aumentarán. No podrás detenerlo, está escrito en su destino como el salvador.

—¡No lo es! —protestó, reincorporándose de su costosa silla—. Viktor murió por él, porque quería que viviera.

—No —negó, levantándose para estar a la altura de Yuuri y enfrentarlo sin temor alguno—. Murió porque era la manera de retrasar el inminente desastre, pero la oscuridad ha vuelto y no parará hasta que la noche sea lo único que veamos.

...

Copito y el infante de cinco años disfrutaban pescando a través de un diminuto hoyo en el hielo, pues el resto del lago estaba congelado.

—Los pescados se fueron a dormir —aseveró Aysel, bostezando por la poca suerte que habían tenido—. ¿Y tu familia?

El lobo envolvió la cintura del menor con su esponjosa cola y se acurrucó junto a él para calentarlo. La temperatura descendía a esa hora y el sol empezaba a ocultarse en el horizonte, por lo cual la nieve se sentía más fría y el viento helaba la piel.

—Gracias, eres un perro bueno —declaró, regalándole una bonita sonrisa con dientes perfectos.

El animal soltó un gruñido al olisquear un aroma que no era el de los humanos y, colocándose delante del pequeño, aulló elevando su hocico hacia la luna redonda. Aysel se sorprendió y soltó su caña de pescar, que sólo era una rama de árbol con un hilo atado a un pedazo de fruta.

—¿Qué pasa? —preguntó, abriendo más los ojos en la espera de un amigo extraviado de la manada.

Y tal como la bestia lo había predicho con su olfato, la figura de un lobo se irguió a unos metros. Éste era del mismo tamaño de Copito y no parecía amigable, más bien estaba famélico y enseñaba sus afilados colmillos. Sin examinarse, el animal salvaje de pelaje gris corrió hacia ellos y brincó para morder al niño.

—¡N—No! —tartamudeó, agachándose para no recibir el impacto.

Un cuerpo que sangraba cayó en la nieve al ser atravesado por el brazo de un hombre de tez blanca y cabellos platinados.

—Aysel —llamó con una voz tierna y dulce—, ¿estás bien? 

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Nota: ¿adivinan quién es el hombre? 

¡Nos leemos luego! <33

Reyes del invierno #PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora