Sisters. Lazos infinitos

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  Cuando Meg salió por la puerta, todas la seguimos. Mihermana tenía algo que hacía que todo el mundo quisieraseguirla. Habría sido una gran política o actriz. Debía deser algo en sus ojos castaños, o la seguridad que transmitíansus hombros femeninos.No sabía qué era con exactitud, pero atraía a la gentecomo la miel a las abejas. Meg entablaba amistad con loschicos con mayor facilidad que con las chicas. Me dijo queera porque éstas se sentían amenazadas por ella. Yo no loentendía. Personalmente, me intrigaba su sexualidad y mefascinaba la experiencia en la vida que destilaba por todoslos poros. Le encantaba ser el centro de atención. Yo eratodo lo contrario, pero admiraba su manera de ser.—¡Vamos, chicas! —gritó Meg mientras aceleraba elpaso.La punta de mi bota tropezó en el marco de la puerta yme tambaleé hacia delante. Me habría caído de bruces siBeth no me hubiese agarrado con fuerza del codo hastaque me estabilicé. Conseguí impedir que el bolso que llevabacolgado al hombro cayese al suelo, pero no puedo decirlo mismo de mi nuevo ejemplar de La campana de cristal yde mi móvil. El teléfono resbaló por la pequeña pendiente

 de nuestro camino de acceso y yo corrí tras él al tiempoque maldecía.—Cuidado —dijo Amy burlona y con tono jocoso.A veces me sacaba de quicio.Alargué la mano para darle una palmada en el brazo,pero ella la esquivó y echó a correr por el sendero. Fui trasella, la agarré de la larga manga de su jersey y tiré de ella haciamí. Justo cuando soltaba un grito, levanté la vista y vi aun chico en el camino de acceso de la casa de al lado. Parecíade mi edad, o tal vez de la de Meg. Tenía el pelo rubio y largopor debajo de las orejas, y llevaba una sudadera de color tostado,el mismo color que la de Meg. Habrían ido vestidosiguales de no ser porque él llevaba unos vaqueros negros enlugar de azul claro. Su accesorio más destacable era su sonrisade suficiencia. Estaba intentando no reírse de mí, y esome habría cabreado de haber tenido tiempo de procesarlo.—¡Jo! —gritó Amy mientras tiraba de mi mano y mehacía caer.Mi rodilla golpeó el suelo con fuerza, y oí que Meg gritabami nombre. No me había dado cuenta de que Amyhabía caído ya al suelo. Pero ahí estaba yo, tumbada a sulado, rodeando su pecho con el brazo. Me latía la rodillabajo los vaqueros rasgados, y la sangre manaba a través delroto en la tela negra.Amy estaba riéndose, y Meg se acercó y me ofreció lamano. Beth ya estaba ayudando a Amy a levantarse. Cuandomiré al otro lado del patio, el chico seguía observándonos.Se estaba tapando la boca, intentando ocultar la risa.Me entraron ganas de enseñarle el dedo, y lo hice.Él se rio con más ganas y, en lugar de apartar la vista,me saludó con la mano con una enorme sonrisa mientras 

me ponía de pie y me sacudía los vaqueros. Siguió agitandola mano en el aire hasta que le devolví el saludo con el dedoaún levantado. Me había rasguñado la palma y me ardía.—¿Quién es ése? —susurró Meg, y tiró de mi chaquetapara cubrirme la espalda.Miré a mi hermana. Llevaba los labios pintados de rojoy tenía un aspecto impecable, todo lo contrario de mí, conmis rasguños y mis vaqueros rotos.—No lo sé.—Preguntádselo —dijo Amy.Estaba recorriendo el camino de acceso a la casa del viejoseñor Laurence.—No —nos apresuramos a responder Meg y yo.—¡Eh! —chilló Amy dirigiéndose al chico.Ella era así.Empecé a caminar, ignorando el dolor de la rodilla. Mishermanas me siguieron por el sendero hasta la acera.—¡¿Cómo te llamas?! —chilló Amy al desconocido.Estábamos pasando por delante de él, y empecé a acelerarel ritmo todo lo posible.—¿Y vosotras? —Y levantó la barbilla como diciendo«¡Eh!» o «¿Qué hay?».—Acaba de levantaros la barbilla —les dije a mis hermanas.Estaba convencida de que me había oído, pero me dabaigual.—Está... —dijo Meg, probablemente mirando su dedoen busca de un anillo de casado.Desde mi punto de vista, parecía demasiado joven paraestar casado. Puede que fuera mayor que yo, pero demasiadojoven como para ser el marido de nadie. 

Era muy distinto de los demás chicos con los que habíasalido Meg. Tenía el pelo largo, así que no era soldado, yMeg no salía con nadie que no fuera soldado. Ella era así.El chico caminaba rápido, siguiéndonos. Yo quería acelerarpara poner algo de distancia entre nosotros, pero nodeseaba volver a caerme.—Apuesto a que es el nieto del que Denise le hablaba amamá —comentó Beth.Siempre estaba al tanto de todo lo que pasaba en elmundo de los adultos que nos rodeaban.—Probablemente —coincidió Amy.—Dejad de mirarlo —les dije a mis hermanas con losdientes apretados.Era como si estuvieran babeando como cachorritos.—Parece la clase de chico que se lo monta con su noviade toda la vida sobre las hojas de los poemas que ha escritopara ella —dijo Meg, sin dejar de mirarlo embobada.Sabía que había usado la expresión «se lo monta» porqueestaba nuestra hermana de doce años al lado. Sabía quéquería decir, y sabía lo que los chicos con su aspecto hacíancon sus novias, en plural.—¿A que sí? —insistió Meg, y Beth y Amy asintieron.Mis hermanas se echaron a reír, y Amy se plantó delantede mí y dio media vuelta.El chico estaba a tan sólo unos pasos de nosotras. Cuandonos alcanzó, caminó al lado de Amy como si la conociera.Mantuvo nuestro ritmo.—Ahora vivo en la casa de al lado.—Me alegro por ti —le dije.Se volvió hacia mí y me sonrió con unos dientes blancosy perfectos. Era un niño rico, sin duda. 

—Bueno —ladeó la cabeza y su pelo rubio rozó la partesuperior de su hombro—, alégrate por ti también. Estoyseguro de que seremos amigos.Su voz tenía algo de acento, pero no estaba segura decuál.Su sonrisa petulante combinada con sus ojos negros merecordó al villano de los dibujos animados que echaban lossábados por la mañana.—Lo dudo —respondió Amy—. Jo no tiene amigos.El chico se echó a reír de nuevo. Amy se volvió y caminóa su lado, mirándolo directamente a la cara. La agarrédel brazo y ella me dio una palmada. Me entraron ganas desoltarle un bofetón.—Ya lo veremos —dijo él, y se apartó de nosotras.Las cuatro nos volvimos hacia él, que regresaba sobresus pasos. Nuestras botas negras formaban una línea en laarena, un presagio para ese nuevo vecino.—¡Más te vale esperar sentado! —gritó Amy, y Meg lamandó callar.Él estaba de nuevo en el camino de acceso justo cuandoun coche se detuvo frente a la casa del viejo señor Laurence.Sin mediar palabra, se montó en el reluciente coche.Sonrió en nuestra dirección pero algo en el modo en quesu mirada se ensombreció me hizo pensar que le dábamosun poco de miedo.Bien.A veces tenía la sensación de que éramos una fuerza dela naturaleza. En ese momento éramos un viento huracanadoque se había formado para destruir una ciudad.Vale, puede que eso sea algo dramático, pero éramosuna fuerza de la naturaleza, las cuatro hermanas Spring.  

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⏰ Last updated: Nov 28, 2017 ⏰

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Sisters - Anna ToddWhere stories live. Discover now