Los náufragos de la Speedwell

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"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos,

la edad de la sabiduría, y también de la locura;

la época de las creencias y de la incredulidad;

la era de la luz y de las tinieblas;

la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.

Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada;

caminábamos directos al cielo

y nos extraviábamos por el camino opuesto".

Charles Dikens


Mi nombre es Isaac Morris. Cuando me enlisté a las ordenes del almirantazgo británico siempre supe que la "Guerra de la Oreja de Jenkins" (1) era una total estupidez. Siempre supuse que fue un pretexto para poder piratear a los barcos españoles que venían de América, si me lo preguntan, pero también en algún momento pensé que sería una buena manera de detener a esos forajidos españoles.

Fue por entones que me enlisté en la marina lo cual me permitió formar parte de la tripulación de la fragata Wager, que el 18 de septiembre de 1740 dispuso la salida de una escuadra con seis unidades a cargo del almirante George Anson rumbo al Pacífico.

Las naves iban armadas en corso (2) y les aseguro que el único motivo era volver convertidos en cresos (3), pues el objetivo principal era saquear las colonias españolas del occidente de América del Sur.

El 14 de mayo de 1741, a causa de un temporal, la fragata se separó de la flota y naufragamos en el Golfo de Penas dentro del archipiélago de Guayaneco (4) . La situación de la tripulación no pudo ser realmente más caótica y penosa, al punto de no poder evitar un motín. Luego de encallar en esa suerte de restinga (5) frente a los desolados cantiles (6) de aquella ribera, nos trasladamos a una isla a doscientas millas de Chile. Del naufragio se salvaron los botes, todo su malotaje, (7) armamentos, algunos víveres, la campana de bronce y solo lo que teníamos en cubierta.

La isla nos sirvió de refugio. Utilizamos maderas para levantar unas viviendas muy precarias. Nos dedicamos por completo a reparar las embarcaciones. En el lugar había habitantes indígenas pacíficos, los que además nos proporcionaron alimentos.

Fue entonces cuando escuché el disparo que inició todas nuestras desventuras. Todos corrimos hacia la playa y allí pudimos ver al capitán Cheap con su pistola humeante en la mano. Tirado en el piso se encontraba el oficial Cozens, sangrando profusamente por una herida en el pecho. Los gritos del capitán Cheap retumbaban en toda la isla

__ ¡Maldito bucanero, vas a hacer lo que yo te diga!¡ No voy a permitir un motín ahora!__ gritaba el capitán con todas sus fuerzas.

__ ¡No puede obligarnos a volver al estrecho!¡ Es una maldita travesía! Ya se perdió toda la flota: el Centurión, el Gloucester, el Savern, el Pearl, el Tryal... Ud. quiere matarnos!__ respondía moribundo el oficial Cozens.

__¡Maldito hijo de perra! ¡Yo soy el que da las ordenes! Callesé!__

Mientras que el oficial se retorcía de dolor en el suelo, el guardiamarina Byron intentó socorrerlo, pero Cheap se lo impidió.

__¿Qué creé que está haciendo Byron? ¡Quedese ahí, ni se le ocurra moverse!__

__¡Pero capitán, sino atendemos esa herida se va a morir desangrado!__

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