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 En el populoso barrio de Chamberí, más cerca del Depósito de Aguas que de Cuatro Caminos,vivía, no ha muchos años, un hidalgo de buena estampa y nombre peregrino; no aposentado encasa solariega, pues por allí no las hubo nunca, sino en plebeyo cuarto de alquiler de losbaratitos, con ruidoso vecindario de taberna, merendero, cabrería y estrecho patio interior dehabitaciones numeradas. La primera vez que tuve conocimiento de tal personaje y pude observarsu catadura militar de antiguo cuño, algo así como una reminiscencia pictórica de los terciosviejos de Flandes, dijéronme que se llamaba don Lope de Sosa, nombre que trasciende al polvode los teatros o a romance de los que traen los librillos de retórica; y, en efecto, nombrábanle asíalgunos amigos maleantes; pero él respondía por D. Lope Garrido. Andando el tiempo, supe quela partida de bautismo rezaba D. Juan López Garrido, resultando que aquel sonoro D. Lope eracomposición del caballero, como un precioso afeite aplicado a embellecer la personalidad; y tanbien caía en su cara enjuta, de líneas firmes y nobles, tan buen acomodo hacía el nombre con laespigada tiesura del cuerpo, con la nariz de caballete, con su despejada frente y sus ojosvivísimos, con el mostacho entrecano y la perilla corta, tiesa y provocativa, que el sujeto no sepodía llamar de otra manera. O había que matarle o decirle D. Lope.La edad del buen hidalgo, según la cuenta que hacía cuando de esto se trataba, era una cifra tanimposible de averiguar como la hora de un reloj descompuesto, cuyas manecillas se obstinaranen no moverse. Se había plantado en los cuarenta y nueve, como si el terror instintivo de loscincuenta le detuviese en aquel temido lindero del medio siglo; pero ni Dios mismo, con todo supoder, le podía quitar los cincuenta y siete, que no por bien conservados eran menos efectivos.Vestía con toda la pulcritud y esmero que su corta hacienda le permitía, siempre de chistera bienplanchada, buena capa en invierno, en todo tiempo guantes obscuros, elegante bastón en veranoy trajes más propios de la edad verde que de la madura. Fue D. Lope Garrido, dicho sea parahacer boca, gran estratégico en lides de amor, y se preciaba de haber asaltado más torres devirtud y rendido más plazas de honestidad que pelos tenía en la cabeza. Ya gastado y para poco,no podía desmentir la pícara afición, y siempre que tropezaba con mujeres bonitas, o aunque nofueran bonitas, se ponía en facha, y sin mala intención les dirigía miradas expresivas, que mástenían en verdad de paternales que de maliciosas, como si con ellas dijera: «¡De buena habéisescapado, pobrecitas! Agradeced a Dios el no haber nacido veinte años antes. Precaveos contralos que hoy sean lo que yo fui, aunque, si me apuran, me atreveré a decir que no hay en estostiempos quien me iguale. Ya no salen jóvenes, ni menos galanes, ni hombres que sepan suobligación al lado de una buena moza».Sin ninguna ocupación profesional, el buen D. Lope, que había gozado en mejores tiempos deuna regular fortuna, y no poseía ya más que un usufructo en la provincia de Toledo, cobrado atirones y con mermas lastimosas, se pasaba la vida en ociosas y placenteras tertulias de casino,consagrando también metódicamente algunos ratos a visitas de amigos, a trincas de café y a otroscentros, o más bien rincones, de esparcimiento, que no hay para qué nombrar ahora. Vivía enlugar tan excéntrico por la sola razón de la baratura de las casas, que aun con la gabela deltranvía, salen por muy poco en aquella zona, amén del despejo, de la ventilación y de loshorizontes risueños que allí se disfrutan. No era ya Garrido trasnochador; se ponía en planta apunto de las ocho, y en afeitarse y acicalarse, pues cuidaba de su persona con esmero y lentitudesde hombre de mundo, se pasaban dos horitas. A la calle hasta la una, hora infalible del almuerzofrugal. Después de este, calle otra vez, hasta la comida, entre siete y ocho, no menos sobria queel almuerzo, algunos días con escaseces no bien disimuladas por las artes de cocina másLibrodot Tristana Benito Pérez Galdóselementales. Lo que principalmente debe hacerse constar es que si D. Lope era todo afabilidad ycortesía fuera de casa y en las tertulias cafeteriles o casinescas a que concurría, en su domiciliosabía hermanar las palabras atentas y familiares con la autoridad de amo indiscutible.Con él vivían dos mujeres, criada la una, señorita en el nombre la otra, confundiéndose ambas enla cocina y en los rudos menesteres de la casa, sin distinción de jerarquías, con perfecto yfraternal compañerismo, determinado más bien por la humillación de la señora que por ínfulas dela criada. Llamábase esta Saturna, alta y seca, de ojos negros, un poco hombruna, y por su viudezreciente vestía de luto riguroso. Habiendo perdido a su marido, albañil que se cayó del andamioen las obras del Banco, pudo colocar a su hijo en el Hospicio, y se puso a servir, tocándole paraestreno la casa de D. Lope, que no era ciertamente una provincia de los reinos de Jauja. La otra,que a ciertas horas tomaríais por sirvienta y a otras no, pues se sentaba a la mesa del señor y letuteaba con familiar llaneza, era joven, bonitilla, esbelta, de una blancura casi inverosímil depuro alabastrina; las mejillas sin color, los negros ojos más notables por lo vivarachos yluminosos que por lo grandes; las cejas increíbles, como indicadas en arco con la punta definísimo pincel; pequeñuela y roja la boquirrita, de labios un tanto gruesos, orondos, reventandode sangre, cual si contuvieran toda la que en el rostro faltaba; los dientes, menudos, pedacitos decuajado cristal; castaño el cabello y no muy copioso, brillante como torzales de seda y recogidocon gracioso revoltijo en la coronilla. Pero lo más característico en tan singular criatura era queparecía toda ella un puro armiño y el espíritu de la pulcritud, pues ni aun rebajándose a las másgroseras faenas domésticas se manchaba. Sus manos, de una forma perfecta, ¡qué manos!, teníanmisteriosa virtud, como su cuerpo y ropa, para poder decir a las capas inferiores del mundofísico: la vostra miseria non mi tange. Llevaba en toda su persona la impresión de un aseointrínseco, elemental, superior y anterior a cualquier contacto de cosa desaseada o impura. Detrapillo, zorro en mano, el polvo y la basura la respetaban; y cuando se acicalaba y se ponía subata morada con rosetones blancos, el moño arribita, traspasado con horquillas de dorada cabeza,resultaba una fiel imagen de dama japonesa de alto copete. ¿Pero qué más, si toda ella parecía depapel, de ese papel plástico, caliente y vivo en que aquellos inspirados orientales representan lodivino y lo humano, lo cómico tirando a grave, y lo grave que hace reír? De papel nítido era surostro blanco mate, de papel su vestido, de papel sus finísimas, torneadas, incomparables manos.Falta explicar el parentesco de Tristana, que por este nombre respondía la mozuela bonita, con elgran D. Lope, jefe y señor de aquel cotarro, al cual no será justo dar el nombre de familia. En elvecindario, y entre las contadas personas que allí recalaban de visita, o por fisgonear, versioneshabía para todos los gustos. Por temporadas dominaban estas o las otras opiniones sobre puntotan importante; en un lapso de dos o tres meses se creyó como el Evangelio que la señorita erasobrina del señorón. Apuntó pronto, generalizándose con rapidez, la tendencia a conceptuarlahija, y orejas hubo en la vecindad que la oyeron decir papá, como las muñecas que hablan. Soplóun nuevo vientecillo de opinión, y ya la tenéis legítima y auténtica señora de Garrido. Pasadoalgún tiempo, ni rastros quedaban de estas vanas conjeturas, y Tristana, en opinión del vulgocircunvecino, no era hija, ni sobrina, ni esposa, ni nada del gran D. Lope; no era nada y lo eratodo, pues le pertenecía como una petaca, un mueble o una prenda de ropa, sin que nadie se lapudiera disputar; ¡y ella parecía tan resignada a ser petaca, y siempre petaca...!   

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⏰ Last updated: Dec 02, 2017 ⏰

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TristanaWhere stories live. Discover now