El mejor regalo.

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Queridos reyes magos:

Me siento absurda por estar escribiendo esto, mas lo estoy haciendo porque la loca de mi compañera de piso, y mejor amiga, Hanna, me ha amemazado con despertarme todas las mañanas a ritmo de heavy metal si no lo hago.

La verdad es que yo no creo en vosotros, dejé de creer en sus majestades a los once años. Han pasado ya casi dos décadas desde ese espantoso día en el que la magia dejó de existir para mí.

Sin embargo, Hanna aún cree que existís... ¡¿Qué locura, verdad?! Y pensar que está a punto de cumplir los treinta.

El caso es que aquí estoy. Dispuesta a enviaros esta carta en la que expondré cual es el regalo que quiero o, mejor dicho, que es aquello que más deseo este año.

Bueno, preparaos, porque ahí va: deseo que me traigais un buen hombre. Pero, recalco, es necesario que sea un hombre con todas sus letras; no quiero un niño malcriado, arrogante, creído, insoportable, juerguista, mujeriego. No, nada de eso. Quiero un chico que no me falle, que me ame por encima de todo, al que le guste escucharme hablar, comprenderme y ayudarme; quiero que sea sincero, maduro, caritativo, gentil, caballeroso e inteligente. Y, si no es mucho pedir, que sea alto y moreno.

Atte: Melissa Brumme.

Levantó los ojos de la carta y los fijó en su amiga, que la miraba con una sonrisa casi siniestra en su adornada cara.

—¿Contenta? —le preguntó con cierto toque de hastío.

—Mucho —dijó esta aún sonriendo. Sus piercing centelleaban debido a la incidencia de la luz, causando que los colores azul, rojo y blanco danzasen por su rostro.

Melissa rodó los ojos por lo absurdo de la situación.

Cualquier persona, que viese a Hanna caminando por la calle, la calificaría de gótica, y tendría razón al hacerlo, pues siempre vestía con los colores del luto, era tan pálida como el yeso, se teñía el pelo de morado y el ochenta por ciento de su cuerpo estaba cubierto de tinta. Sin embargo, ahí terminaba su lado satánico ya que por dentro era tan dulce como el más azucarado de los caramelos.

Como si su vida dependiese de ello, Hanna cogió el papel y lo metió en un sobre. Advirtió a Melissa de que sería ella quien lo llevase a un apartado de correos; no se fiaba de que su amiga lo hiciese, y no lo hacía porque la conocía demasiado bien. Pero cómo no la iba a conocer si llevaban siendo amigas desde el primer año de colegio.

Su amistad comenzó cuando Maico, el malote de la clase, le pego un empujón sin ningún motivo a la pequeña e indefensa Hanna. Melissa, que siempre ha sido muy de defender a los débiles, le estiró del pelo, le llamó mocoso y le dijó a la profesora que ese niño las tenía intimidadas; estuvo castigado sin recreo más de un semana. Nunca más volvió a acercarse a ellas.

—Hanna —la del cabello rubio le llamó la atención mientras cogía las llaves de su audi y abría la puerta de casa. La susodicha levantó la cabeza del papel, en el que estaba haciendo uno de sus fantásticos diseños, para mirarla—. Madura —le aconsejó a la par que salió escopetada, o al menos todo lo escopetada que le permitían sus caros zapatos de tacón.

Bajo riendo las escaleras, mas la risa se le corto al percatarse de que llegaba tarde a una reunión.

Apretó el acelerador para llegar a tiempo, y lo consiguió. Llegó al lugar acordado diez minutos antes de la hora establecida. Pidió un vaso de agua a la secretaria del señor Emmerson y se sentó a repasar los detalles más importantes del asunto a tratar.

Queridos reyes magos: Donde viven las historias. Descúbrelo ahora