Único

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Fue un 27 de diciembre.

Las instalaciones continuaban siendo relativamente nuevas, la mayoría de muebles aun continuaban cubiertos por plásticos protectores. No mucha gente caminaba en los pasillos por ese entonces, todo era tan solitario. Todo estaba casi vacío, nadie con quien conversar, nada que hacer, ni un sólo amigo.

Ella también se sentía sola.

Un lunes.

Despertaron en una camilla, cada uno en habitaciones distintas, recostados y relajados. Ambos cuerpos desnudos se encontraban expuestos en aquellas frías habitaciones, tan similares a simple vista pero de contexturas tan diferentes. Un hombre y una mujer.

Al abrir sus ojos, el azul fue revelado, los cabellos tomaron brillos y la memoria comenzaba a funcionar dentro de ellos. A pesar de que todo parecía funcionar bien, no lo comprendían, sus cabezas daban vuelta y no eran capaces de recordar nada. ¿Donde estaban?

Observaron sus manos con miedo, sus costados con temor, no sabían que buscaban. Sin embargo...

¿Que era ese vacío?

Ella fue la primera en empezar a gritar en el aíslo, él le siguió segundos después, al reaccionar. Las habitaciones intentaban aislar al máximo sus voces. Sentados en las camillas, desnudos, llevaban ambas manos a sus gargantas, forzando al máximo sus cuerdas mientras se ahorcaban.

Gritaban, gritaban con agonía. Sentían miedo, se sentían solos. Incompletos.

Algo faltaba.

Nadie entraba, nadie les detenía en su angustia, no entendían nada y no eran capaces de comunicarse. O de oír. Sin aquellos auriculares, no serían capaces de oír nada del mundo exterior.

Todos cubrían sus oídos, incluso ella intentó entrar para detenerlos, sufrían, los oía desde su propia habitación. Esos gritos podían ser oídos por todo el edificio. Desde cada habitación, ambos actuaban de forma demasiado similar, llorar, gritar, apretar su garganta.

Eso no era normal, ninguno de los anteriores había despertado y comenzado a gritar. Mas ellos tampoco eran iguales a los anteriores.

En el momento que las voces lograron acoplarse en el edificio, se detuvieron repentinamente. Parecían haberse tranquilizado. Por su propio lado, observaron toda la habitación, no eran más que cuatro paredes blancas y una camilla junto a una mesa. Sobre esta, se encontraban sus uniformes.

En silencio, intentando acostumbrarse a caminar y pese a tropezar algunas veces, comenzaron a vestirse. Ropas tan similares adaptadas a su sexo, parecían un espejo a través de las cámaras. Una misma escena reproducida dos veces. Al observar detenidamente sus hombros derecho e izquierdo, descubrieron un símbolo grabado con tinta roja. 02.

Ella, con sus cabellos cortos y flequillo desordenado, simplemente le habían dado unas hebillas para el cabello. Él, con el cabello largo y alborotado, una liga le tuvo que bastar para sujetarlo. Blanco, amarillo, y negro; encontraron un espejo en la habitación.

No hablaban, siguiera lo intentaban. Temieron porque se hubieran lastimado sus gargantas. Se admiraban en el espejo, pero se extrañaban al ver su propio reflejo, sus miradas azuladas se perdían. Finalmente, él terminó quebrando este al golpearlo con sus puños.

Ambos cayeron al suelo, llorando en silencio, cubriendo sus oídos, cubiertos por el resto de los vidrios. Aunque no podían oír más que un rumor blanco. Eran sordos y mudos por ahora. Retomaron sus gritos, mientras que las lagrimas resbalaban. No había un nombre, no había un pasado, no había nadie para ellos.

Ellos eran nadie, ellos eran sólo voces.

O eso eran, hasta que la puerta de ella se abrió. Sintió las vibraciones cuando esta golpeó con la pared. Otra chica, mucho más alta que ella y de largos cabellos le ofrecía la mano. Dudó en tomarla.

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