Eran justo las ocho en punto de la noche cuando recibió ese paquete. Estaba sentado en su despacho escribiendo una carta, pero una vez más arrugó el papel, frustrado y lo lanzó a una pila de palabras que nunca nadie leería. Suspiró cansado y se reclinó en la silla. Detrás suyo, por un gran ventanal, se asomaba la luna llena transmitiéndole un aura de tranquilidad. La calidez de la chimenea lo invitaba a dormir, cuando unos toques en la puerta interrumpieron su soledad. Al principio creyó haberlo imaginado, hasta que segundos después volvieron a tocar. Le causó tanta extrañeza que no pudo ignorar esas llamadas a su puerta. "¿Quién tendrá motivos para visitarme?", pensó. Se dirigió al recibidor y se asomó con prudencia por la ventana levantando un poco la cortina. Vio una caja justo a la entrada de su casa. No intentó adivinar quién la había dejado ahí porque no se relacionaba con nadie del pueblo desde hace mucho tiempo. Sin embargo, avivó su curiosidad el contenido del paquete. Así que cargó con él a la sala para abrirlo. Con algo de temor rompió la cinta adhesiva de la tapa. Dentro había un artefacto que supo reconocer a través de la envoltura de papel café arrugada. Era un fonógrafo resplandeciente de madera rojiza y corneta de bronce. No tenía polvo ni rasguños, como si fuera nuevo. Después de colocarlo en la mesa del centro, sacó un álbum que contenía tres discos de vinilo y una nota en cursiva con un mensaje: "sueña". No había remitente, destinatario o dirección. Tan solo esa idea que pretendía explicarlo todo.
Escudriñó centímetro a centímetro los tres objetos en la mesa con detenimiento esperando una clave, una pista sobre quién y con qué intención le hacía llegar esto. Obviamente la orden era escuchar los discos, pero no dejaba de preguntarse el porqué. Entonces caviló cómo la naturaleza humana sin recapacitar o pensar, es capaz de saltar al vacío instintivamente. Parte de él quería volver a su caja el contenido y deshacerse de él; no obstante la duda inquietante despejando su somnolencia, lo exhortaba a colocar el primer disco en el aparato, arriesgándose a traer hacia sí algo muy grato o muy malo. Ya en esa instancia y convencido de que nada perdería comprobar, colocó el primer disco dando así su primer salto al vacío en años.
Una melodía de suaves violines inundó la habitación, despacio, serena, cual si los mismos instrumentos pretendieran envolverlo en esa calma. De pronto la melodía alteró su ritmo cada vez más, alterando su velocidad y volumen. Podía escucharse vibrante, palpitando en todos los rincones y ángulos de la casa. Paniqueado, lo marcó en una asfixia. El piso retumbó y todos los objetos caían de su sitio: cuadros, platos, un jarrón..., menos el fonógrafo. Las luces parpadeantes y el candelabro se sacudía bruscamente pudiendo caerle encima en cualquier momento. Estaba paralizado por el miedo. Deseando todo terminara, se puso en posición fetal sobre el sofá con sus manos protegiéndose la cabeza. Abruptamente la música cesó después de un gran estruendo. Todo lo que fueron esos instantes de confusión y pánico se hundieron en la obscuridad y en el silencio.
Desorientado, al abrir los ojos descubrió como esa negrura no tenía principio ni fin. Y dudó si habría realmente sucedido lo que recién experimentó; y la realidad era tan frágil y leve como el despertar de un sueño vívido a casi al instante mismo de despertar. Se encontró tumbado en el sofá, lo que le llenó de confianza al saberse dentro de casa. Más tranquilo, se incorporó y permaneció sentado en ese instante y respiró muy hondo; sus ojos captaron la luz colándose bajo la puerta y sobre el borde de las cortinas.
"¿En qué momento amaneció?", se preguntó. Al encaminarse con la intención de salirse de casa; a punto de alcanzar la puerta alguien de nuevo llamaba insistentemente 1, 2, 3 veces. Quiso asegurarse que se tratara nuevamente del sujeto que había dejado el paquete ante su casa, por eso temió contestar la puerta y deseó gritarle que se largara, o más seguro sería quedarse callado observando, "eventualmente tendrá que irse", se dijo. Y nuevamente su curiosidad lo avasalló y sin pensar más abrió su puerta.
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Cuando vuelvas
Short StoryEran justo las ocho en punto de la noche cuando recibió ese paquete. La calidez de la chimenea lo invitaba a dormir, cuando unos toques en la puerta interrumpieron su soledad. ¿Quién tendrá motivos para visitarlo? Todos los derechos reservados. Pr...