Un campo de azucenas

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Un cigarrillo, se enciende, una jeringuilla, y otra. Un cigarro tras otro, una sonrisa, banal y hostil, un comentario que ruboriza. Treinta euros, un completo, veinte, una bocanada al dragón. Allí a lo lejos, donde nadie se atreve a ir, en tierra de nadie, una retahíla de guardianes con el puño en el corazón. Con miradas ahogadas de tantas lagrimas contenidas, con el pelo grasiento por la falta de una ducha caliente, marcando sus frágiles huesos; sonriendo esperando al sargento, entre otros. A penas se sostienen nuestros caballeros, las fuerzas les flaquean y el ardiente deseo de la evasión psicotrópica desvanece su atención. Con sus ropas desgarradas por las miles de batallas contra dragones y caudillos hambrientos, temblando en un descampado a temperaturas con miradas frívolas; ellos cenicientos, famélicos.

Y la tierra, marrón, naranja, era el final del otoño, retazos blanquecinos sobre las copas, miradas desorbitadas junto a vendavales agresivos. Un lugar manchado de arboles, uno aquí y otro allá, apoyándose los caballeros sobre las manchas evitan el mareo de la inanición; un chiste, y un cosquilleo con cada coche. Un comentario soez, así bailan la danza macabra de la calle, el adulterio como forma de recompensa. Venga sube, y suben los muchachos, y otro, y otro, y parece que no se acaban; y no se acaban, aparecen de cualquier parte. Un rechazo, un golpe y otro, la deshorna; huyen como las ratas, y aparecen en la calle como las cucarachas. Es un zoo juvenil, una inspiración junto a un anhelo de vida bohemia. A veces hay café, y todos se alegran, algo de calor para sus cuerpos moribundos, un estimulo para seguir de pie y no morir; un café. Eres menor, no, sí, seré lo que tú quieras. Y otro desaparece, intentan huir del sargento, pero es inútil, él siempre te encuentra; él es tu padre, te apoya, te trae café; incentiva tus odiseas. Pero el sargento esta hambriento, siempre lo esta, y quiere el porcentaje que sus caballeros ganan, el sesenta. A veces no le convence el porcentaje y te obliga a luchar con su dragón, y es una lucha imposible. El propio sargento te golpea cuando luchas contra su dragón, pero resistes noche tras noche. El sargento nos ayuda, nos protege, nos quiere vivos, que ya es más que la mayoría de nuestros familiares.

Entre cada coche, hay un suspiro que gana fuerza, y los destroza, desgarra a nuestros caballeros. Algunos pierden la fuerza de blandir una espada, se desesperan y venden su espada al mejor postor. Y así desaparecen las revueltas, y el sargento esta contento, y tras cada coche hay otro, y todos sonríen posando miradas mezquinas y satisfechas sobre los idiotas de pie. Un agente, un comerciante, un policía, todos en busca de asesinos de dragones. Todos ellos tienen dragones a los que domar, y sus esposas no pueden y los incrédulos muchachos sí. Es su trabajo, ellos se lo han buscado; y el sargento reafirma esta idea. Están temblando y aparece un jefe. Tú, sube, sí tú. Y sube; treinta un completo, con veinte puedo besar a tu dragón; y por diez le doy todos los puñetazos que desees. Y el jefe esta harto de los formalismos, y saca dos billetes, uno de veinte y uno de diez: completo. El muchacho se acerca y el jefe lo aparta, le da la vuelta y le baja los pantalones. Pero no hay espada con la que defenderse y por lo tanto tampoco hay profilácticos. Y duele mucho, gritos ahogados, susurros con promesas vacías. Te quiero, lo sabes, no? Venga vete ya, apestas. El desprecio sienta mal, y con cada uno de ellos el corazón de nuestros amantes se fractura un poco más, algunos llevan luchando desde hace tanto tiempo que sus corazones son polvo de rubí, un manojo de arena roja. Y sólo necesitan un soplete, viento y tiempo; alguien que forme un nuevo prisma. Pero no tienen tiempo, y el tiempo sigue pasando. Diciembre, feliz año nuevo, enero, y sigue el tormento.

Eres un cretino, me largo, entre gritos. Una navaja, cejas fruncidas, el sargento no esta contento; y más manchas en el desolado lugar. Pero ninguna lágrima, todos están bien entrenados, ya no hay compasión, no se pueden permitir tal lujo y el sargento tampoco. Pero ya no quiero seguir así. Nadie te quiere, te abandonaron, recuerdas? Yo te quiero pequeño mío, yo te quiero vivo, y más manchas recorren la, contrariamente cálida, nieve. Parece un cuadro abstracto, y ciertamente lo es. Rojos difuminados, azules blanquecinos, y blancos grisáceos. Junto con la incertidumbre de los espectadores se gana sus aplausos. Y es un espacio desolado, y duele mirarlo. Sofocando las almas, dos, tres miradas, un beso y adiós. No me acuerdo de tu nombre muchacho, sin embargo sí de tus piernas. Y un moratón, violáceo, azulado, incrédulo; y se larga. Ya no quedan caballeros, entre sollozos, ya no quedan almas caritativas. Y el olor, dios, el olor. Cúmulos de desodorante, perfume barato, un trago de aguardiente muchachos, meado, y el sargento que lo impregna todo; como un cigarrillo sobre un gabán, como un caos olfativo, entropía, no, Eureka.

Oh sweet Spring! Y algo queda claro, llovía, oh agria primavera, tosen, se acurrucan. Aléjate de mí, eres como la malaria, y no, no se quieren. Rosas amorfas, estridentes pétalos, vulgares dagas. Pero a su vez, calor, sudor, llantos ahogados mirando el sol florecer cada mañana. Oh mi sargento, dónde, dónde, podría YO huir. No te escondas muchacho los cerezos están en flor, ya verás como algún galán quiere comprarte rosas. Pero no eran rosas, o por lo menos la mayoría, azucenas eran. Y cuando pasas por las tierras de nadie, bailan las dulces azucenas, corretean, se esconden, juegan con tus corazones. Aquí, no, mejor aquí. Y sonríen, pueden sonreír las azucenas con tonalidades moradas y amarillentas. Algunos tenían la tonalidad de los dientes del sargento, amarillo oro, no amarillo ictericia. Dulce sol, coquetas azucenas, mover vuestros tallos, se polinizan todas ellas. Risas abrumadoras, venga muchacho un abrazo, y un brazo roto. Viven todas ellas en una burbuja superflua, con aduladoras caricias y tristes almas. 

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⏰ Last updated: Dec 04, 2017 ⏰

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