Capítulo II

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Las horas se habían sentido interminables hasta la campana de finalización de clases, como si las agujas del segundero se moviesen dentro de un horrendo pantanal, así como sus pies se estaban arrastrando en esos instantes. Gabe le había enviado un mensaje de texto avisándole que le habían conseguido una sala de tutorías (la número 97) sin siquiera despedirse, unas escuetas palabras que explicaban en demasía el calvario que se le avecinaba con el latino, la frivolidad ácida (característica indiscutida de Gabe) a la que le iba a tener que hacer "tripa corazón" en lo que restaba del año.

En cuanto a las salas de tutorías, éstas eran pequeños salones de tres por tres, con una enorme ventana que incluía cortinas gruesas, una amplia mesa en el centro, dos sillas cómodas (de esas giratorias), una mesada con pileta y una alacena, además de una pequeña heladera para colocar refrigerios, un microondas y una máquina expendedora de agua fría y caliente. A su derecha también incluía un pequeño baño con un inodoro. Nolan las conocía bien, su hermana lo había llevado una vez a conocerlas y siempre le habían resultado una burla de los pequeños moteles a los que la gente va sólo a tener sexo. Otra razón por la que se rehusaba a dar tutorías.

Siempre consideró que el Ministerio había gastado en vano un gran dineral en ello sólo para promulgar un sistema de tutorías al que por lo menos el 60% de los que se anotaba lo hacía para intentar conquistar a otros. Bueno, ahora pensaba que tal vez su postura se hallaba un poco errónea y el porcentaje de los que pretendía eso sería cercano al 40%. No pensaba bajarlo a menos de eso.

Después estaban otros como Gabe, al que ciertamente el lugar le venía como anillo al dedo porque ¿Qué mejor idea que reunirse en un sitio en el que nadie puede verte? Después de todo, aunque las salas se ofrecían a los que no tenían otros lugares donde reunirse o la biblioteca les resultaba demasiado estresante, la mayoría apelaba a sus habitaciones o a la biblioteca para tener los libros a su alcance. Eran muy pocos los que solicitaban las salas de tutorías.

Tal vez Gabe no era tan tonto como todo el mundo creía. O tal vez la idea provenía de su "grupito de matones", donde claramente Jackson Whittemore era el más inteligente (no desde el punto de vista de su hermana). Y si lo pensaba bien, Ethan Carver era el único que podría haber conseguido una sala para ellos, después de todo recibía tutorías de uno de los amigos de su hermana. Suspiró abatido en el pasillo vacío y observó a los alrededores como intentando todavía de buscar una ruta de escape, pero al final golpeó resignado la puerta de la sala número 97.

—Te dije que no tenías alternativa— se jactó Gabe al abrirle la puerta, con su típica sonrisa altanera.

Y definitivamente ese no era el día de Nolan. Cualquier mínima acción (una risa fuera de lugar, un burla, la arrogancia, el desinterés) alteraba sus nervios hasta un punto en que dejaba de ser el mismo de siempre. Si la amiga de su hermana le viese en ese momento bromearía con que estaba en sus días ¡Como si a él le agradara esa clase de bromas!

Miró molesto a Gabe apretando sus dientes, la mirada desafiante, y dio media vuelta dispuesto a retirarse. No obstante, el latino le sujetó del brazo y tironeó de él, pegándolo por unos segundos a su cuerpo al no tener suficiente espacio entre el marco y la puerta entreabierta y cerró la misma. Nolan enseguida desvió la mirada, sintiendo sus mejillas arder.

—Está bien. Tú ganas. Dejaré las bromas de lado— aclaró Gabe serio, soltándolo y colocando sus manos en alto en son de paz antes de moverse hacia su asiento, ignorando estratégicamente su reciente nerviosismo.

Algo era diferente con Nolan ese día, podía sentirlo. Porque no es como si él supiese todo del chico y observara seguido su semblante, el sonido de su voz, los movimientos que hacía, las respuestas que daba, cómo esquivaba las miradas la mayor parte del tiempo, la manera en que callaba mucho de lo que quería expresar... Pero cuando salía con Liam, de vez en cuando se aburría y se ponía a analizar su alrededor. Y varias veces el pecoso había estado allí. Tenía TDAH, cuando estaba aburrido su hiperactividad le hacía centrar la atención en cosas que el común dejaba de lado. O al menos esa era la explicación que él siempre daba a sus amigos y a sí mismo.

Reglas para una tutoría secretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora