VIII: Descendiente

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—¿Estás bien?

Aysel alzó la mirada y, frente a él, un hombre alto de cabellos largos platinados y ojos azules lo observaba. Aquél esbozaba una sonrisa llena de felicidad, que iluminaba su hermoso rostro tallado por los dioses. Tenía una piel blanca, casi transparente, y vestía prendas ligeras de color gris.

Los dos se contemplaron por segundos; el pequeño sin saber qué decir, pues no conocía al sujeto y el mayor parecía fascinado. El lobo ya no estaba, sólo el que yacía muerto sobre la nieve. Entonces, ¿quién era él? ¿De dónde había provenido?

—No temas, no te lastimaré —murmuró, animándose a iniciar una conversación. Si no era él, no lo sería el niño—. Soy Viktor y tú eres...

—Aysel Katsuki —dijo, complementando la oración. De inmediato recordó que no debía ser grosero e hizo una reverencia, graciosa y torpe, pero tierna para el otro—. Soy el príncipe de Krasys; mis padres son los reyes, Yuko y Yuuri.

—¿Reyes? —replicó confundido. ¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Cuánto tiempo estuvo en ese sueño? —¿Yuuri es un rey y Yuko es tu mamá?

Viktor retrocedió, creyendo que era mentira. Su imaginación estaba jugando con sus sentimientos, ¿no es así? Si no era eso, ¿por qué Yuko era la madre? ¿Por qué el menor no sabía de su existencia? ¿Y Ulysses? ¿Por qué Ulysses no había hecho algo para evitar que su propio hijo lo olvidara?

El trato con Madre Luna era morir, no que su bebé creciera con Yuko. Y no es que la odiara, pero ¿por qué ella? Se había sacrificado porque deseaba que Aysel viviera y descubriera la belleza del mundo, jamás se arrepentiría de ello. No obstante, ¿por qué no podía ni reconocerlo?

—¿Conoces a papá? —cuestionó el infante mientras sacudía sus ropas y evitaba dirigir su vista hacia el animal que aún sangraba—. Te llevaré al palacio.

—No —negó, y posó su mano en el costado izquierdo de su pecho. No habían latidos—. Snowland.

—¿Eres de ahí? —Sus labios se curvearon, dejando ver la emoción en su angelical cara—. ¡Quiero ir contigo!

—¿No has ido a Snowland?

—Papi no me da permiso, a pesar de que Ulysses es de allá —musitó, soltando un pesado suspiro. A veces su padre podía ser muy estricto.

—Eso cambiará —prometió. Tomó de los hombros al niño y se arrodilló delante de él sin apartar su mirada—. Recuperaremos el destino que nos fue arrebatado —juró, acercándose al diminuto cuerpo para plantar un beso en la fría nariz de Aysel—. Vendré por ti

Viktor desapareció a lo lejos, perdiéndose en los árboles y pinos. Cuando supo que nadie lo vería, se transformó en el gigantesco lobo de pelaje blanco y corrió rumbo a Snowland. Sus patas marcaban huellas en la espesa nieve y su respiración agitada le demostraba que el corazón de esa bestia funcionaba a la perfección.

¿Acaso había vendido su alma?

...

En el santuario de Madre Luna, la noche caía. La temperatura helaba los huesos y un ángel recargaba sus brazos en la urna de cristal que, rodeada de coronas de flores, se congelaba lentamente. El ataúd tenía grabado el nombre del príncipe que resguardaba en su interior: Viktor Nikiforov.

Todos los días, Ulysses lo visitaba y lloraba en silencio. Se culpaba del pasado y de lo que pudo haber evitado. La muerte de su niño había sido una decisión equivocada, un error que le costaba aceptar. Él habría entregado su vida sin que se lo preguntaran, porque sí, daría lo que sea si tuviera la oportunidad de modificar la tragedia de esa tarde.

Reyes del invierno #PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora