Hoy las observo desde la admiración, cuando ya me salí de la vereda de la victimización, y pienso, pese a ambas crecer en un ambiente hostil, han florecido en rosa y verde.
Nos regó el rigor de la vida, el sol que tantas veces encandiló, la lluvia que calaba, las penas y alegrías del cotidiano. Y a mis veintiún años puedo decir, que desde el cemento que se me impuso desde niña, floreceré.