Capítulo 9: La carta

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Durante el recorrido, sin quererlo o pedirlo, cambio varias veces de compañero o compañera de viaje, quienes quisieron entablar plática con él, pero su estado de ánimo no se lo permitía; sólo respondía con monosílabas y luego cerraba los ojos no ser importunado. Cuando el bus pasaba por lugares donde habían puestos de comida, comía muy poco, pues su hambre tampoco congeniaba con la tristeza.

Al llegar a su destino, tras seis horas de viaje, en la terminal de buses de San Miguel, don Vícor, su esposa, su hija y su hijo, lo esperaba muy contentos, lo recibieron con un gran abrazo y después lo llevaron a su casa.

-Bienvenido Pablo,qué gusto verte y que vengas por un buen tiempo a vivir con nosotros.

-Muchos gracias tío, creo que sí estaré un buen tiempo ustedes porque deseo estudiar en la universidad.

-Qué bueno, y si tu estudias por avá va a ser larga, nosotros trataremos de hacértela pasar placentera.

En la cena trató de comer algo para no despreciarlos y estuvo platicando de la familia, del viaje y otros temas. Cuando se levantaron de cenar dijo:

-Tío, necesito hablar con usted.

-Claro Pablo, vente a la sala.

Una vez en la sala, Pablo le preguntó:

-Tío, mi papá no le ha dicho nada sobre mi venida.

-No Pablo, todavía me lo estoy preguntando.

-Es que todo fue tan rápido, pasó algo delicado y necesitamos la mayor discreción pues mi vida corre peligro.

Pablo le explicó detalladamente la situación; al final. don Víctor, bastante preocuapdo, le dijo:

-No tengos pena Pablo, no voy a contar nada a nadie, puedes estar tranquilo, pues nosotros también te cuidaremos.

-Gracias tío, no podía esperar menos de ustedes.

Cuando llegó la hora de dormir Pablo se encaminó a su cuarto; ya dentro de él le dio gracias a dios por haber llegado bueno y sano a su destino; retiró las sábanas y el poncho y se metío dentro de ellos. Un frío intenso le recorrió por todo el cuerpo y se recordó de Marcela, pasaron por su mente una serie de cuadros y lugares donde estuvo con ella, las calles, el parque, la pila, la banca frrente al lavadero y no supo por qué recordó que Marcel le había conta que cuando el jabón y el agua se juntaban en el lavadero inmediatamente desaparecía. El frío de las sábanas lo hizo acurracarse y esta posición lo adormeció hasta el día siguiente.

A seis horas de distancia la casa donde PAblo estaba viviendo, Marcela soprtaba con mucho esfuerzo la partida de su amado. Mentalmente repasaba la hora en que él debió partir hasta la hora en que, supuso, ya estaría en su destino.

Después de mediodía la mamá escuchó unos lamentos que se confundían con el sonido de los trastos al lavarse, se quedó escuchándolos, y cuando comprendió de dónde venían, se acercó a la pila y se dio cuenta que Marcela, como siempre lavaba los trastos con mucho cuidado, pero también notó que a cada momento se secaba las lágrimas con el dorso de la mano derecha y que por momentos detenía su trabajo, miraba hacia el cielo, suspiraba, lloraba con mucho dolor y su corazón destrozado se reflejaba en sus mejillas humedecidas y en el miel de sus ojos, inundados del líquido de dolor.

Después de un rato de estarla observando, a doña Irene también se le salieron las lágrimas, se entró a sentar a un rincón de la cocina a esperar que ella regresara de la pila. Marcela entró con los trastos, los puso sobre la mesa y para no inquietar más a su dolor se sentó lentamente en una silla.

El Valor del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora