Monte pío

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-Vamos a comer a Monte pío  -sugirió Mónica.
-Por qué no primero hacemos cuentas de los gastos -dijo Juan-,  para ver con cuanto contamos.
     -No se preocupen -aseguro Mónica-, habíamos calculado que tendríamos que pagar las casetas, la gasolina y la comida y mi papá nos invita todo eso, así que no importa cuánto traiga cada quién; estamos ricos.
     A todos les pareció aquello una gran noticia, pero aun así algunos preferían meterse a la alberca cuanto antes o bajar a la playa o ir a esquiar y dejar la ida al pueblo para otro día.
    -Yo pienso que debemos aprovechar ahora que está la camioneta -señaló Mónica-, mañana se regresa el chofer a la ciudad y si queremos ir al pueblo tendremos que caminar.
    -¿Es muy lejos?  -pregunto Rebeca.
   -Como a diez kilómetros.
   -Ni se hable más -concluyo Humberto a nombre  del grupo-, vámonos a Monte pío.
    Mientras caminaban hacia la camioneta, Arminda jaló del brazo a Humberto.
     -¿Dónde se ubicaría el principio de lo que pase en este viaje?
     -¿Cómo? -preguntó Humberto.
     -Sí -aclaró Arminda-, si quisieras por ejemplo contar la historia de estas vacaciones ¿dónde comenzarías? ¿en el trayecto hacia acá? ¿Cuando Mónica nos invitó? ¿Donde esta el principio?
     Humberto se quedó pensando y juntos subieron a la camioneta. Rebeca suplicó para que el chofer encendiera el aire acondicionado, Adolfo puso un cassette de Génesis y el auto bajó despacio la montaña por sobre el camino de terracería.
      Dieron a bordo de la camioneta una vuelta para "turistear" por el pequeño poblado,  que contaba con apenas una avenida principal y no más de ocho calles transversales,  todas sin pavimentar. Finalmente, se estacionaron frente a una fonda llamada "El Mirador", ahí los dueños saludaron a Mónica con elocuentes muestras de aprecio.
        -Hola Moni, ¿viene el ingeniero?
       -No, Don Paco, nada más vine yo con mis amigos.
       Juntaron tres mesas en una terraza cubierta con hojas de palma, desde ahí se miraba la barra donde se unen los ríos con el mar, formando la pequeña isleta que cada noche era cubierta por la marea alta. El mar lucía platinado con los rayos del sol de media tarde y algunos hombres galopaban a caballo por la playa.  Aquello de verdad era casi un paraíso.
      -Es precioso -dijo Anabell.
      -¿Qué van a comer? -pregunto Don Paco.
      -Si me permiten sugerir -intervino Mónica- pidan de entrada algún coctel y de plato fuerte el pescado en rodaja.
    Todos estuvieron de acuerdo y tras tomar la orden Don Paco hizo la pregunta cuya respuesta vino a cambiar el curso de las vacaciones.
      -¿Y de tomar?
      -Yo quiero una cerveza -respondió Leonardo, con un gesto de niño duro.
      -Para mi también -dijo José Luis , no queriendo ser menos.
      -Otra para mí -pidió Rebeca.
Al final, solo Mónica no tomaría cerveza.
      -Yo limonada -dijo- es que viene el chofer de mi papá.
      -Esta historia comienza -le comentó Humberto a Arminda- cuando nos dimos cuenta de que acabando la secundaria íbamos a dejar de ser amigos. 

Iba a ser solo una broma - David JorajuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora