Hasta el propio cielo parecía que tomaba parte en el dolor del tío Tom, pues el día amaneció frío y lluvioso.
En el interior de la cabañana reinaba un ambiente de honda tristeza. La tía Clotilde estaba planchando con sumo cuidado la ropa de su marido, pero de vez en cuando se llevaba la mano a los ojos para secar las lágrimas que los humedecían.
El tío Tom estaba sentado, en actitud meditativa. Sobre sus rodillas tenía abierto un libro religioso. Como aún era temprano, los hijos del matrimonio dormían en su humilde camita.
De pronto, el tío Tom, dando un profundo suspiró, se levantó, se acercó a la cama y se quedó mirando con tristeza a sus hijitos.
- ¡Quién sabe si los volveré a ver!
Ante estas palabras, su mujer, que a duras penas se contenía, soltó la plancha y echó a llorar con desconsuelo.
- Sé que debo tener resignación, ¡pero no sé como hacer! ¡No sé siquiera adónde irás a parar, ni si te tratarán bien o mal! El amo dice que en cuanto pueda te rescatará. ¡Pero, Señor! ¡Si de allí no vuelve nadie!
- ¡Calla, Cloe! ¡No digas esas cosas! Piensa que quizás es la última vez que podemos hablar.
Cuando los niños despertaron, comieron todos un almuerzo sencillo. En cuanto terminó de recoger la mesa, la tía Cloe dijo:
- Ahora voy a preparar tu ropa. ¡Claro que esa gentuza te la quitará toda! Aquí van las franelas para el reuma. Cuídalas bien, porque luego nadie te hará otras.
Estaba terminando de ordenar el baúl cuando sus hijos, desde la puerta, comenzaron a gritar:
- ¡Viene el ama! ¡Viene el ama!
En efecto, la señora Shelby entró en la cabaña. La tía Cloe le puso la silla con un ademán muy brusco, pero ella venía tan triste que ni reparó en ello.
-Mi buen Tom -comenzó a decir-. Yo quisiera...
Los sollozos cortaron sus palabras y se puso a llorar, tapando su cara con el pañuelo.
- ¡Por Dios, señora! ¡No llore! -exclamó la pobre Cloe, que también lloraba.
Cuando se hubo serenado, la señora abrazó con cariño a Tom y le dijo:
- Querido Tom: he venido a acompañarte y a compartir el dolor de los tuyos. ¡Bien sabe Dios cuán grande es mi pesar al tener que dejar que te lleven! Pero te prometo que seguiré tu pista y que en cuanto podamos, dentro de dos o tres años, te rescataremos. Entretanto, no pierdas tu fe ni confianza en Dios.
Los niños entraron, avisando que llegaba Haley. Éste venía de pésimo humor por la mala suerte que había tenido al escapársele Harry de entre manos.
- Buenos días -dijo-. ¿Está listo el negro?
Tom se levantó con serenidad para seguir a su nuevo dueño. La señora y toda la familia salieron detrás de él, acompañándolo hasta el carro que había traído el tratante para llevarlo. Alrededor de Tom estaban congregados todos los negros de la casa, que querían despedir a su compañero.
Después de abrazar por último a su esposa y a sus hijos, y de besar la mano a la señora Shelby, Tom subió al carro. En seguida, Haley tomó un par de pesados grilletes y se los colocó en los tobillos. Un murmullo de indignación salió de todos los labios, y la señora protestó:
- Haley, puedo asegurarle que es innecesario que tome esa precaución.
- ¡Uno no puede fiarse de los negros! -le respondió el tratatante-. Sobre todo ahora, que acabo de perder al pequeño, que me había costado quinientos dólares.
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La Cabaña del Tío Tom (Harriet Beecher Stowe)
Cổ điểnEn los Estados Unidos, a mediados del siglo pasado, en la época esclavista, una familia sureña se ve obligada a vender a dos de sus esclavos: el viejo Tom, trabajador y honrado, y el pequeño Harry, hijo de una joven mulata también esclava de la casa...