Last To Know

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  • Dedicado a Lena Paynlinson
                                    

Esa tarde iba a perder la cabeza.

Entre el examen de mañana, las lecciones de inglés y mi maldito hábito de perder el tiempo soñando despierta, hoy terminaba perdiendo el poco sentido común que me iba quedando. No sabía cómo lo hacía, pero siempre tenía todo listo a tiempo, a pesar de ser la reina en las distracciones. Había tomado el metro justo a tiempo, un segundo menos y lo perdía. Una vez en la universidad, corrí escalinatas arriba hasta la entrada. A pesar de estar en pleno otoño, el sol brillaba con intensidad a las cinco de la tarde. El saco grueso que había tomado antes de salir me estaba haciendo sudar muchísimo. Y, para no ser menos, la brisa se azotaba con más fuerza que lo normal, logrando que mis rebeldes rizos se arremolinaran entre sí. Corrí por los pasillos, ignorando cualquier amenaza que alguien se propusiera tirarme. Entré en el aula de inglés y tomé asiento en mi pupitre. Miré mi reloj de muñeca: cinco treinta en punto. No sabía cómo lo hacía. Me relajé respirando profundo unas cuantas veces mientras me dedicaba a sacar mis útiles y dejar el santísimo saco fuera de mi alcance.

Levanté la vista por primera vez, y me llevé una gran sorpresa. El salón estaba vacío. No había absolutamente ningún otro ser humano allí dentro. Volví a mirar el reloj: cinco treinta y dos. Esto nunca sucedía. Me aseguré de que estaba en el salón correcto. La pizarra, los estantes, los pupitres, todo estaba dónde debía. Entonces ¿por qué no había nadie? Miré a los alrededores, no había señales de vida por ninguna parte. De pronto, noté un pequeño detalle. Agudicé mí oído. La universidad entera estaba demasiado silenciosa para ser día de clases. Me levanté de mi silla, y me asomé por la puerta. Miré lado a lado del pasillo. Nadie. No había absolutamente nadie. Volví dentro y tomé mis cosas, con un poco de miedo. No era que todas las películas de terror terminaran bien cuando la chica se quedaba sola. Gracias a mi querido inconsciente ahora estaba aún más nerviosa.

Tomé el camino a la cafetería, el lugar que nunca estaba desierto. Aproveché a abrir y cerrar puertas mientras iba de camino a la plaza de comidas. Pero obtuve el mismo resultado en todas las que pude abrir. Nada. Intentaba no correr, era obvio que acá no sucedía nada extraño ni peligroso. Una vez estuve en la plaza de comidas la esperanza se me calló a los pies. Las mesas se encontraban vacías, incluso la barra de comidas. Caminé rodando el escaparte y cuando encontré la puerta me llevé la sorpresa de que estaba cerrada. Esa puerta nunca estaba cerrada. Me apoyé en ella, y me concentré pensando en qué otro lugar se podría encontrar la gente. El silencio volvió a llenarme los oídos, era el momento perfecto para que uno de esos fardos rodantes que aparecían en las películas de desierto, se deslizara frente a mí. Una idea hizo click en el centro de mi cerebro. Siempre había algún nerd aprovechando el espacio silencioso en la biblioteca, y más en un día que se parecía muchísimo al fin del mundo. Intenté esconder mi propia persona en el término nerd, seguramente yo sería una de esos aprovechadores de soledad.

Me encaminé hacia el gran edificio al lado de la universidad. Seguía sin correr, porque obviamente esto no era una película de terror, por más que mi conciencia afirmara lo contrario. Siempre con los sentidos atentos, recorrí los pasillos hacia fuera del campus que llevaba a mi destino. Comencé a creer que tal vez me había perdido de algún tipo de comunicado dado por algún medio de comunicación, normalmente los ignoraba, pero me pareció tonto que no hubiera ninguno en la puerta de entrada. Llevaba el saco entre mis brazos, y mi bolso colgado del derecho. Con todo el trayecto que había hecho mi cuerpo aún no se había enfriado lo suficiente como para volver el saco a su lugar original. Divisé el hermoso edificio, y mis pies comenzaron a caminar ligeramente más rápido. Una vez frente a él subí la corta escalinata y me adentré en él.

Se encontraba silencioso, pero viniendo de una biblioteca no había nada inusual en ello. Pasé por el escritorio de la bibliotecaria encontrándolo vacío. Eché un vistazo general al espacio que tenía delante de mí. Estantes, mesas, sillones. Todo desocupado. Recorrí todos los pasillos entre las estanterías, pero ningún ser humano se hizo visible. Comenzaba a creer que mi conciencia no mentía del todo con lo de la película de terror…

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