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CAPÍTULO
VEINTIUNO

— ¿Por qué no estabas defendiéndote?

Tobirama depositó a la rubia sobre una roca, muy lejos del campo de batalla. Le sujetó del rostro, obligándole a mirarle a los ojos.

Ella no podía creerlo.

— ¿Estás aquí?

Sus ojos buscaban algún indicio que le indicara que no era más que un sucio truco de su mente.

— Estoy aquí, cabeza hueca —dijo él, agachándose frente a ella sin soltarle—. ¿Estabas pensando en morir? —insistió, mostrando de pronto un rostro enojado. Su voz también se endureció en conjunto a su semblante falso.

— Yo... —la rubia seguía confundida. No terminaba de procesarlo. Pensó que si solo se trataba de una trampa por parte de sus enemigos para acabar con ella, les seguiría el juego hasta el final. Honestamente, se sentía desfallecida—. No quiero vivir sin ti, Tobirama.

— Estás muy débil —cambiándole el tema, Tobirama dirigió sus dedos hasta el colgante en el cuello de la chica—. Sigues conservándolo.

Ella asintió, rompiendo a llorar.

— Tú estás muerto —sollozó, llevándose las manos al rostro—. No puedes estar aquí. Visité tus restos cada día desde que volví. ¿Cómo es que estás aquí?

— Tu padre nos ha invocado —le explicó él—. Mi hermano mayor, Saru y yo protegeremos la aldea junto a ustedes —negó con la cabeza—. No, tú no volverás al campo de batalla. Estás extremadamente débil.

Tobirama no entendía qué sucedía con ella. Tenía una cantidad de chakra sumamente nula, comparando a la última vez que la vio.

Ante las palabras de Tobirama, la rubia intentó incorporarse dando traspiés. Una vez más, fueron los brazos del hombre su soporte. En éste movimiento, casi de manera inconsciente ambos terminaron abrazados. Ella abrazando el cuerpo falso de su hombre y él, pudiendo percibir esa calidez que hace muchos años sintió por última vez; era ella, su todo. La mujer con la que deseó pasar el resto de su vida. Incluso antes de morir, la vio en su mente. Lo quería absolutamente todo con la viajera del tiempo: un matrimonio, una familia, un hogar, hijos. Y ahora, él estaba muerto y ella en peligro.

— Te eché de menos —musitó él, cerrando los ojos mientras se aferraba al pequeño cuerpo femenino—. Incluso ahora después de la muerte te sigo extrañando, cabeza hueca. ¿Qué me has hecho?

— Esto es mi culpa —espetó ella, sin atreverse a alejarse de su hombre. No le importaba que ese no fuera su cuerpo. Su alma, sus sentimientos y sus recuerdos estaban allí.

— No es tu culpa —inquirió Tobirama, alejándose de ella solo por unos centímetros para disfrutar de esos ojos azules frente a él—. Ha sido mi culpa. Por ser tan ingenuo y por confiar en Danzō. Te ha usado como excusa, pero siempre hubo oscuridad en su corazón. Incuso antes de tu existencia. Por eso elegí a Saru como mi sucesor. Así que, no te culpes —esbozó una sonrisa y le pasó la mano por el cabello—. Te ves tan hermosa.

Bajando su mano hasta el vientre, la rubia pensó en su bebé. ¿Sería prudente decirle a Tobirama que ella había regresado a casa estando embarazada?

— ¿Te sientes mal?

Ella negó con la cabeza y tomó aire, buscando una respuesta.

Era su única oportunidad.

Tobirama y ella se amaban.

¿Sería muy egoísta de su parte decirle aún estando muerto que tenía un hijo?

— ¿Qué sucedió con tu esposa? —preguntó la rubia, bajando la mirada a sus manos.

— Jamás pude casarme contigo.

— Hablo de Sora —soltó con tosquedad.

— Con ella solo tuve un contrato. Un acuerdo entre clanes. Nada más.

— Se casaron —no era una pregunta.

— Nunca la amé.

— ¿Tuvieron hijos?

— No —él respondió sin titubear—. No me entregué a ninguna otra mujer, solo a ti.

— Ya veo.

— ¿Tienes novio?

— No, pero... —armándose de valor, la rubia levantó el rostro y le encaró. Era ahora o nunca—. Hay alguien que debes conocer.

— ¿A quién?

Utilizando el jutsu de transportación, se dirigieron hasta el escondite en donde se encontraban los civiles menores de edad, incluyendo a los bebés. Dicho lugar era escoltado y protegido no solo por uniformados, también por mujeres voluntarias y amas de casa.

— Espérame aquí —le pidió a Tobirama, a unos cuantos metros del refugio.

— ¿A quién debo conocer? —ya que había dejado un clon con los demás, no tenía demasiado apuro en regresar. Sin embargo, el misterio de ella le estaba preocupando. Le recordaba tan volátil que podía esperar cualquier cosa.

— Alguien que vino conmigo del pasado.

— ¿Eh...?

No pasó demasiado tiempo para cuando la rubia regresó con él. No estaba sola. Llevaba entre sus brazos un bulto azul cielo.

Y entonces, él lo supo.

Bastó con percibir la energía vital que venía de ella, pero que no se trataba de su propio chakra. Era eso que ella protegía entre sus brazos.

A solo unos pasos de distancia, la Uzumaki hizo a un lado la manta dejando a la vista de Tobirama un bebé.

Honestamente, se sentía confundido.

Sí, Tobirama Senju no podía procesarlo del todo aún viendo esos cabellos nevados en el pequeño que reposaba cómodamente en los brazos de su amada.

Hasta que hizo la pregunta.

— ¿Q-quién es él? —tartamudeó, aunque muy en fondo ya conocía la respuesta.

— Tobirama, te presento a tu hijo.

— ¿Mi hijo?

— Nuestro bebé.

La prueba viviente que burló al tiempo y al destino. El único ser humano capaz de unir al pasado y al futuro. La descendencia viviente del Segundo Hokage, Tobirama Senju.

Seiryū Senju.

tempus . tobirama senjuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora