Cascadas de negro cubrían sus cuerpos mientras caminaban una después de otra, como lo habían practicado tantas veces, como les habían enseñado desde muy pequeñas y le estaban enseñando ahora a su descendencia. Excepto por la primera y la última, nadie sabía dónde terminaba la fila ni donde empezaba, pero todas caminaban. Sus delicados pies tocaban la tierra delicadamente, en perfecta sincronía. Pensaban que pronto encontrarían el lugar que buscaban. Seguramente estaba cerca. Quizás había pasado ya mucho tiempo, quizás no. Ninguna de ellas lo sabía puesto que caminaban en un bosque tenebroso. Gigantescas plantas rodeaban a las pequeñas damas en el trayecto a su destino. Se montaban una sobre otra de tal manera que hacían el sol desaparecer y aparecer de nuevo, haciéndolo imposible descifrar la hora.
Aunque ellas no se habían percatado de ello, habían pasado ya muchas horas en esta odisea. El muerto podía esperar. Todas estaban cansadas y querían regresar a su casa en la colina. Murmuraban entre ellas si deberían salirse del orden establecido en un acto de terrible rebelión. Otras advertían de los peligros de aventurarse al bosque solas, sin guía, sin compañía para cuidarlas por si algún animal las atacara. Las más valientes – o quizás en este caso la palabra adecuada es "necias" – decidieron ignorar el comentario sabio de sus compañeras. Aquellas que tomaron tal riesgo calcularon mal su suerte. Quizás seguirían vivas el día de hoy si no hubiera sido por esa terrible. El resto siguió su trascurso, la mayoría ignorando y pronto olvidando lo sucedido. Las más viejas, enfurecidas con las escapistas, pero en perpetuo silencio. Su deber era caminar.
Pensaban en su hogar, seguramente ya era hora de la merienda. Aún no habían encontrado a quien buscaban. El difunto se había escapado de su mapa y ahora era imposible ubicarlo. Ninguna se atrevía a decir algo. Podrían pasar allí toda la noche si era necesario y ellas lo sabían. Llegar a casa sin el cuerpo sería el peor error de sus vidas.
Pasaron por varios objetos extraños sin cuestionarse qué eran o para qué servían. Habían aprendido a ver todo a pequeña escala desde muy jóvenes y no tenían mente para las novedades del gran mundo. Los ojos de algunas niñas se maravillaban con las grandes construcciones de materiales indistinguibles. Añoraban sentir todo, respirar un aire de aventura impredecible: explorar. Las mayores simplemente volteaban a ver brevemente y regañaban a las pequeñas admiradoras. No eran para ellas. Eran de otros, para otros, cosas prohibidas al menos que no hubiera un camino alternativo y fueran obligadas a acercarse. No era ese el caso. No era tiempo para ver qué encontraban. Ya era imperativo encontrar al muerto.
Todo era oscuridad. Sus cuerpos se pegaban uno contra el otro en ese mar de negro. De vez en cuando alguna estrella iluminaba su camino. No era una fuente confiable de luz. El viaje fue eterno. Sus diminutos pies ya no aguantaban ni un segundo más en aquellas condiciones. Era necesario descansar, nutrirse para continuar. Pero la primera no paró pensando que las otras no lo harían y caminarían encima de ella, destrozando todo su cuerpo. La segunda no paró porque sus órdenes eran seguir a la primera. La tercera no paró porque debía seguir a aquellas enfrente de ella. Así, consecutivamente, ninguna veía posible parar, aunque todas añoraban hacerlo desde hace horas.
Finalmente, vieron el oasis. ¡El cuerpo! Era enorme. Ninguna de ellas había pensado que sería tan grande. Jamás podrían llevarlo entero. No, definitivamente habría que dividirlo. Todas estuvieron de acuerdo. A ninguna le pareció mórbida o repugnante esta acción, más bien, estaban emocionadas por cargar un pedazo después de tan larga búsqueda. Discutían quién iba a agarrar una parte del esqueleto o un pedazo de vena o si deberían repartirse el corazón o no. Cuando la primera empezó a abrir el cuerpo, las otras no pudieron esperar. Se sumergieron en la sangre como si hubiera sido pintura de guerra representante de su victoria. Regresaron por el camino que habían tomado, emocionadas por tener en sus manos al difunto, pero aún más por lo que les diría la reina cuando regresaran al hormiguero.
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El Cuerpo
Historia CortaUnas damas negras están caminando en medio de un espeluznante sendero. Todas tienen la misma misión: encontrar el cuerpo y regresarlo antes de que sea muy tarde.